Póngase en el lugar de una persona en silla de ruedas cruzando esta calle.
¿Qué ha sentido?
¿Haría algo si estuviera en su calle?
Vi la foto en la página Queremos una Compostela sin barreras, creada por Paula y Pío, los padres de una niña con parálisis cerebral que un día se hartaron de tanta discriminación con su hija y otras muchas personas como ella.
Me sorprendió el absurdo y me fui indignando con todo lo que implica de despilfarro y desprecio político y técnico (porque en este ayuntamiento como en todos hay empleados públicos responsables de que esto no ocurra) a los derechos de muchas personas.
Y me emocioné al acordarme del sufrimiento que he visto en personas a las que quiero, con dependencia o cuidándolas, ante una calle no accesible.
Pero con indignación o emoción no basta. Investigué un poco si la foto es actual y la subí a mi Facebook, preguntando educadamente al alcalde (no me respondió, pero si su concejal de urbanismo: es una chapuza heredada y tienen previsto arreglarlo en breve). Me vine arriba y lo subí al muro de la campaña «Horizonte Accesibilidad 4 diciembre 2017» que el CERMI acaba de poner en marcha.
Descubrir. Indignarse. Emoción. Conocer… ¿Actuar?
Nada nuevo. Todos los días millones de personas recorren algunas fases de este proceso y deciden actuar o quedarse inmóviles al borde del camino.
Pío y Paula son un ejemplo, semejante al que encontrarán en el origen de muchas organizaciones que luchan contra el apartheid de las personas con discapacidad (o mejor diversidad) o en los miles de personas que al grito de #VolemAcollir (¡Queremos Acoger!) en una admirable Barcelona y en otras muchas ciudades exigieron al Gobierno que cumpla su compromiso de acoger a 17.000 refugiados o a las que todos los días lo siguen haciendo tras etiquetas como #VenidYa o #VindeXa .
O en personas como Arturo Coego, uno de nuestros jóvenes emigrantes por obligación, subiendo las escaleras de 42 pisos para recaudar fondos para las personas sin hogar en Inglaterra.
Ya, ya. Pero todo esto ¿Sirve de algo?
La duda me la planteó una persona tras leer mi artículo «Entre los escombros» sobre como los desahucios, la desigualdad y la pobreza siguen disparadas en España (la Comisión Europea ha avergonzado, y como, al gobierno español).
Más bruto fue otro amigo que me soltó que nuestra generación, la que reclamó el 0,7% para ayuda al desarrollo, había fracasado rotundamente, hundiéndose en la irrelevancia sin apenas quejas ni lágrimas. Y eso cuando hace 25 años unos cuantos «inconformistas» empezamos la locura de reclamar en Galicia la evidencia de que en la lucha contra la pobreza no hay fronteras y creamos la Coordinadora Galega de ONG para o Desenvolvemento.
No me hagan caso si detectan señales de la crisis de los cincuenta tratando de justificar que no he estado haciendo el tonto media vida. Mi respuesta es que si, que sirve de mucho. Pero…
Si es usted de las de «si sufren que se jodan«, no siga leyendo
Disculpen la brusquedad, pero a muchos millones de personas les trae sin cuidado el dolor ajeno.
Y no vale lo de que son políticos, banqueros o ricachones sin escrúpulos. En estos años, me he encontrado con completas egoístas, cínicas y sin ninguna empatía en personas de clase alta, media y baja, sin hogar o con discapacidad y en ONG, premios nobel o pretendidas gurús de la solidaridad. En amigas y enemigas.
Ni puñetero caso les hago, aunque les sonría. Bastante hago con intentar defender también sus derechos. Les regalo este vídeo de The pilion trust.
Hace bastantes años citaba cinco excusas para no hacer nada: impotencia, complicidad, el funcionario perfecto, perversidad y el más adelante veremos. Hoy el que más me molesta es lo de «No va conmigo, para eso están las ONG, los misioneros o las personas voluntarias. Grandes idealistas que intentan hacer el mundo mejor mientras yo sigo con mi vida y mis problemas».
Pues no. Aparte de ser un argumento igual de burdo que el de «todos los políticos son iguales«, es la excusa perfecta para aparentar no responder a las preguntas del principio: ¿Qué ha sentido? ¿Qué va a hacer?… cuando ya lo han hecho.
Me van a volver a decir otra vez que «acabas con el glamour y épica» pero en las ONG, los misioneros o las personas voluntarias, Mandelas hay muy pocos.
La gran mayoría como usted o yo, con nuestras incoherencias, problemas y miserias. Y la principal miseria es la vanidad de creernos a veces mejores que los demás. Dejen que me recuerde este párrafo: “Del voluntario al obligatorio. Parecen dos términos opuestos, pero para mi, ser voluntario, activista o militante en alguna entidad o mejor en alguna causa relacionada con la justicia social es una obligación moral. No estoy haciendo el bien por ser voluntario y nadie me lo tiene que agradecer, estoy cumpliendo con mi obligación como persona. Ser voluntario es un medio para luchar por derechos sociales y contra la pobreza y sus causas y causantes.»
No hay superhéroes. Sólo personas como usted que deciden hacer algo… ¿Para nada?
La humanidad mejora. Usted y su vecino no
Es un hecho objetivo. El mundo está mejor que nunca.
En 1990 casi me echaron de la facultad de Empresariales por empapelarla con 200 cartelitos con el lema «Hoy, como todos los días, 100.000«, por las personas que entonces morían de hambre. Hoy esta cifra se ha reducido a mucho menos de la mitad.
Como dicen Kiko Llaneras y Nacho Carretero en Datos para el optimismo (aunque como antídoto para el populismo el artículo es bastante ingenuo) y como pueden ver en los gráficos, en los últimos 60 años, la esperanza de vida ha aumentado desde los 48 a los 71 años; la tasa de mortalidad infantil se ha dividido por cuatro y el analfabetismo ha caído desde el 44% al 15%. Y como defienden filósofos como Steven Pinker: «la violencia desciende históricamente y quizás vivamos en la época más pacífica de la existencia de nuestra especie«.
Las evidencias, como nos recordó la campaña #stopthemyth de la Fundación Gates (si, no todo es blanco y negro), también nos permiten afirmar con rotundidad que los países pobres NO están condenados a seguir siéndolo, la ayuda internacional NO supone un malgasto de dinero y que salvar vidas NO conduce a la sobrepoblación mundial.
Triunfalismo ninguno. Más de 800 millones de personas siguen malviviendo con menos de 1,9 euros al día. Y estamos asistiendo a un aumento brutal de la desigualdad en todo el mundo y especialmente en España.
Les recomiendo leer «La peligrosa clase media», un breve artículo de Moisés Naim que me inspiro hace años. Y si quieren ver lo empinada que puede ser la cuesta abajo si no luchamos contra ello, tecleen sus ingresos en The Global Rich List y verán por ejemplo que una persona en pobreza severa en España (menos de 330€ de ingresos al mes) es más rica que otras ¡4.607 millones! en el resto del mundo.
Hacer algo es defender derechos
No es gratis. Detrás de cada cifra positiva, de cada pequeño avance, de que los retrocesos con los Trump de turno no sean tan drásticos… hay personas que deciden no resignarse y defender de forma pacífica los derechos humanos.
Así se acabó con el apartheid, la esclavitud o muchas guerras, y se avanzó hacia la democracia o el voto femenino frente a argumentos como «Las mujeres nunca podrán votar: son físicamente frágiles y no podrían enfrentarse al estrés que supone votar».
Hace 25 años la palabra desigualdad apenas se pronunciaba. No sabíamos lo que era el consumo responsable, el comercio justo, la economía solidaria o la banca ética. Hasta que marchamos contra la explotación laboral infantil comprábamos ropa sin saber que la estaban fabricando millones de niños y niñas; hoy muchísimos menos.
Aún me emociona leer al añorado S.J. Fernando Cardenal animarnos desde Nicaragua con su “Mi esperanza es que los jóvenes vuelvan a las calles a hacer historia” Y vaya si la hicieron cuando el bendito 15M estalló con su Me gustas democracia. Y no, no estás como ausente.
Muchos chicas y chicos tutelados están consiguiendo acabar con el prejuicio de que les miren distinto que tienen deseos y sueños de futuro y que reclaman hacerse adultos sin precariedad
En 1190 dos personas del mismo sexo no podían casarse, adoptar o ser felices en público. Hoy peleamos contra autobuses que fomentan el odio hacia las personas transexuales. Repitan conmigo: Hay niñas con pene y niños con vulva. Y no somos pocos, hasta mi admirada Yolanda Ramos lo ha hecho en Tu cara me suena.
¿Sabía que España sigue recibiendo reconocimientos internacionales por la mejora de la calidad de vida de la comunidad gitana y su lucha contra los prejuicios y las mentiras?
Los padres y madres de muchos niños y niñas con síndrome de down, autismo o discapacidad intelectual estaban preocupados por su infancia y hoy se preocupan por su trabajo, su jubilación o su derecho al voto. Las personas con salud mental estaban encerradas en manicomios y hoy reclaman ser felices.
En una charla en Vigo de la exitosa campaña contra las minas antipersona, un tal Alberto Estévez decidió dedicar su vida a luchar contra el tráfico ilegal de armas.
¿Sirve de algo?
En el corto plazo todos muertos
«Los cambios se generan poco a poco. Son como el nacimiento de un niño. No lo vemos pero de repente, la niña que ayer tenía 3 años hoy tiene doce» nos decía una siempre inspirada Yosi Ledesma.
En estos años he visto ya demasiadas frustraciones por pensar que los cambios y los éxitos eran inmediatos: la OTAN, la LOGSE, el 0,7%, el Prestige… el 15M…
Hoy asisto sorprendido a la despedida de Juventud Sin Futuro, tras seis años de ejemplo en la lucha por los derechos de los jóvenes con campañas memorables como «No nos vamos nos echan«. Y se van haciendo un cierto ridículo con su artículo «Quisieron robarnos el futuro, pero solo nos quitaron el miedo«, contando batallitas y animando a que sus victorias: «otra generación las enarbole» (Nota: acabo de comprar el dominio juventudsinfuturo.es, para enarbolarlas si acaso)
La maravilla de las redes sociales nos ha permitido una capacidad de comunicación e incidencia como nunca soñamos, pero también alarmas continuas por la última injusticia y frustraciones por no solucionarse ya. Ese «Cuanto mejor, peor» que dice Javier Cercas o «La pregunta millenial« de la que habla Simon Sinek.
Y no, las revoluciones no existen.
Existe el trabajo constante, con más, menos o ninguna intensidad según el ánimo, pero constante.
Defendiendo derechos (no se ofendan, pero apadrinar niños o recoger tapones o alimentos funciona una vez pero es inútil y hasta cómplice si no va acompañado de la pregunta ¿Qué exijo para que esto no se vuelva repetir?).
Sumar. Trabajar en red y mirando por los derechos de quien tengo al lado y no sólo por los míos.
Y sobre todo…Sonreir.
Yayoflautas, prepárense.
¿Sirve para algo? Claro que sirve, primero para quedarse uno tranquilo con su conciencia, segundo porque, de alguna manera, en un montón de luchas está el «No pasarán», que aunque sea un eslogan «en negativo», es una declaración de resistencia y, ya se sabe, «resistir es vencer» y tercero, porque (todo el mundo debería estudiar Historia) no podemos contemplar la trayectoria de los avances de la Humanidad desde la dimensión ridícula de una vida humana, por mucho que se haya alargado, hay que verlo en perspectiva algo mayor y, con esa perspectiva, yo creo que vamos ganando.
Te sugiero este articulillo de Albert Sáez, adjunto al director de El Periódico de Catalunya, alegando por qué había que ir a la mani pro-refugiados de hace dos sábados.
http://www.elperiodico.com/es/noticias/opinion/manifestacion-barcelona-apoyo-refugiados-casa-nostra-casa-vostra-5844428
Y, por cierto, recuerda el lema de Món-3, por si viene al caso:
«Suele decirse que la Universidad debe ser imparcial. Nosotros creemos que no. La Universidad debe pretender ser libre y objetiva, pero la objetividad y la libertad pueden exigir ser parciales. Y nosotros somos libremente parciales a favor de las mayorías populares porque son injustamente oprimidas y porque en ellas negativa y positivamente está la verdad de la realidad.»
Fragmento del discurso de Ignacio Ellacuría en el acto de concesión del premio Alfonso Comín a la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas»
http://mon-3.org/
Poco a poco y sin rendirse. Días mejores, días peores. Avances, retrocesos. Pero hay que estar ahí, las cosas van cambiando. Alguien tiene que hacerlo. Tú eres un elegido. A por ellos!