La Voz de Galicia
Hablando de riqueza, pobreza, exclusión y con quienes no quieren quedarse al borde del camino
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Las aguas de la lucha contra la pobreza están sanamente revueltas. Frente al tradicional enfoque asistencialista y culpabilizador, en los últimos años, administraciones, organizaciones y profesionales están demostrando que desde un enfoque de defensa de derechos es perfectamente posible que las personas salgan de la pobreza. Relean si no estos dos artículos:  12 principios para luchar contra la exclusión social severa y Housing First: así se asegura el derecho a la vivienda de las personas sin hogar.

Era de esperar una cierta resistencia al cambio o a la reasignación de recursos, pero lo que sorprende y preocupa a entidades y profesionales es una actitud de rechazo hasta con agresividad a superar aporofóbicas medidas paliativas o de limosna. En personas de todo tipo de formación, clase social o ideología política. Responsables políticas, profesionales de servicios sociales o en organizaciones de acción social. Con las personas sin hogar o ante medidas como las tarjetas monedero para la adquisición, sin estigmatización, de productos de alimentación, higiene y farmacia.

Permítanme usar un lenguaje coloquial y algo descarnado para explicar este comportamiento psicológico consciente o no: «mi vida tiene sentido porque puedo ayudar a esta persona desfavorecida que pide o duerme en la calle o que lo necesita y que está peor que yo. Si esta persona sale de la pobreza y deja de necesitarme ¿Qué va a ser de mi?«

Para reflexionar sobre este tema le he pedido su opinión a la reconocida psiquiatra Lucia del Río. Tuve la suerte de conocer a Lucía en el marco de su riguroso y honesto estudio para la creación de un centro de atención integral a las personas sin hogar de Santiago de Compostela.

El centro no se pondrá en marcha (un clásico: políticos y profesionales de servicios sociales con pánico al éxito) pero su trabajo y compromiso si. Prueba de ello son la serie de vídeos que bajo el título «Cuidando a quien cuida» hizo junto a otras expertas para apoyar a las profesionales que han estado y que nos están cuidando durante la pandemia. Grazas Lucía

Ayudadoras y justicieras

¿Por qué hay tanta resistencia al cambio en las organizaciones y en la sociedad cuando se trata de proponer nuevas formas de aproximación al problema de la exclusión social? Y en concreto: ¿por qué resulta tan difícil salir del modelo de ayuda basado en la beneficencia para implementar modelos basados en los derechos y la participación de las personas?

A mi entender hay dos patrones psicológicos clásicos que vehiculan las formas de aproximación a la exclusión social. Una se basa en lo que llamaremos la posición de la persona «ayudadora» y fue impulsada en gran medida por organizaciones religiosas que a lo largo de los siglos fomentaron un modelo de ayuda centrado en la beneficencia. La segunda tiene que ver con la posición de la «justiciera» que lucha por los derechos sociales de quienes no tienen posibilidad de luchar por sí mismas y que tradicionalmente se vinculó con las grandes revueltas populares y con los movimientos en pro de la justicia social.

Yo doy. Tú recibes

Detrás de la posición de la ayudadora radica la dinámica relacional básica de: yo doy y tú recibes. Podemos observar esta dinámica en los bancos de alimentos, en los roperos de organizaciones benéficas o en las vecinas que dejan caer una moneda a la salida del supermercado. Puede entenderse que la ayudadora parte de un lugar de bondad, altruismo y compasión y por lo tanto puede considerarse este funcionamiento como un modelo social honorable. Lo que no es tan fácil ver es que fomenta una jerarquización y desigualdad en los lugares que ocupan unas y otras en esta díada benefactora-beneficiaria.

Están las que dan y las reciben, las que reparten y las que esperan a ver que pedazos le tocan en este reparto del que no son parte. Trae consigo un lugar directamente relacionado con una forma de narcisismo y, a veces, hasta de control consciente o inconsciente sobre la otra persona. Por eso no es raro que cuándo se plantea que una persona ejerza un derecho de forma directa, no mediada por organizaciones o personas que lo faciliten, aparezcan tantas resistencias. Si no tengo un pobre a lo que darle una moneda ya no puedo ser la buena samaritana. ¿Si no tengo ropa o alimentos que repartir, donde queda a labor de mi entidad social?

Yo lucho por ti

Detrás de la posición de la justiciera hay una idea menos jerarquizada de equidad y aparece la creencia de que no soy yo quien te doy sino que tu tienes derecho. Pero la forma de ejercer esta segunda posición de algunas organizaciones y personas tampoco está exenta de las sombras del ego: yo lucho por ti en la medida que me sitúo como tu defensora, en la que te visualizo como no capacitada para tu lucha y me erijo como altavoz de tu conflicto.

¿Entonces cuál es la forma sana de ocupar posiciones de cuidado, profesiones de ayuda o incluso movimientos sociales de reivindicación de derechos?¿Cómo sé se estoy ayudando a alguien vulnerable desde una posición narcisista o desde un lugar de genuino cuidado?

Una de las primeras pistas es el nivel de control que ejerzo cómo persona o entidad sobre la persona a la que ayudo (ayudadoras) o por la que lucho (justicieras). Si el nivel de control aumenta, podemos sospechar que la dinámica está enfermando.

¿Qué es lo que saco a cambio?

Otra pista sería el hecho de no tener conciencia de lo que como ayudadora o justiciera obtengo en esa relación. ¿Qué es lo que saco a cambio? Preguntarnos esta cuestión resulta fundamental.

¡Quiéreme, Escáchame y Entiéndeme!. Santo Domingo (República Dominicana)
Foto: Roberto Guzman

Si considero que yo solo ayudo o lucho pero no me llevo nada a cambio, el saldo queda en deuda y el caldo de cultivo para el ego está servido. Si soy consciente de lo provechosa que resulta para mí la interacción con esa persona en situación de exclusión y vulnerabilidad, si no me acerco tanto por hacerle un favor como por mí misma, si considero que aprendo y tomo conciencia de cuanto me nutre esta relación, hay más posibilidades de que la posición sea honesta. Nadie da y nadie recibe, o mejor dicho, todos damos y todos recibimos: nos nutrimos.

Otra actitud ante la que sospechar es cuando hablamos por la otra persona sin la persona en cuestión. En este caso, desconfiemos de aquellas organizaciones donde las personas afectadas por la exclusión no tienen una participación activa (no solo en forma de voz, también de voto, también de decisión y de poder).

¿Y entonces como se ayuda a alguien honestamente?

Para explicar esta cuestión me gustaría recuperar la máxima humanista según la cual las personas tienden de manera natural a buscar el desarrollo de sus capacidades y la autorrealización. Si consideramos que esto es así (idea en la que creo firmemente), no tenemos necesidad de implantar en ningún colectivo excluido ninguna idea externa para que aprendan a realizarse y encuentren un lugar en la sociedad.

Lo primero que tendría que hacer es dejar de ponerles palos en las ruedas. La idea sería ayudar quitando barreras, deshaciendo aquello que frena la tendencia natural de la persona a  autorregularse, identificar cuáles son esos palos que no dejan rodar a la persona a su ritmo y a su manera, confiar en que saben hacerlo y en que hay muchas formas diversas de vivir que son válidas si son autónomas y escogidas.

Estos frenos para la realización personal y social de las personas pueden venir de dentro o de fuera. El lugar en el que nos situamos en ocasión las personas y organizaciones que trabajamos en las relaciones de ayuda es importante. Salir de las posiciones de ayudadoras y justicieras, para adentrarnos en un tercer lugar donde me reconozco no solo como agente de ayuda sino que también tomo conciencia de mi capacidad para obstaculizar los procesos y mantener inmóvil tu situación.

Una tercera posición de ayuda donde la pregunta no es ¿Qué tengo yo para darte? sino ¿Qué necesitas tu y que frena que puedas obtenerlo?. Un lugar donde te apoyo para que identifiques y enfrentes las barreras externas en similar medida que miras hacia dentro y buscas en las trampas que te pones a ti misma, dispuesta a querer saber como frenas tu proceso.

Finalmente, podemos aderezarlo con una actitud de cuidado mutuo, con un deseo genuino de que a la otra persona (excluida o no) le vaya bien, sabiendo que su crecimiento apoyará el mío y que de su provecho no puede sino nutrirme.

Lucía del Río