La Voz de Galicia
Hablando de riqueza, pobreza, exclusión y con quienes no quieren quedarse al borde del camino
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Este artículo es un ejemplo de una de las principales razones por las que disfruto con este blog: poder cedérselo a una de tantas profesionales excepcionales (el femenino es obligado) que están injustamente en la sombra de la lucha contra la pobreza y la exclusión o por la educación y la participación social y política.

Les dejo con Sandra Rodríguez, una trabajadora social que para mi es un referente, por conocimiento y experiencia, en la llamada educación para la ciudadanía global (antes llamada educación para el desarrollo) y sobre todo en la promoción exitosa de la deseada pero también temida participación infantil y juvenil.

Empezando por dejar hablar a jóvenes como Yael. ¡Gracias Sandra!

Participación juvenil: ¿utopía inalcanzable o “inédito viable”?

Para muchas personas, la participación juvenil es una utopía. Para otras, un ideal imposible. Para mí, como diría Paulo Freire, un “inédito viable”. Viable, posible, necesario y urgente.

Durante más de una década, he trabajado en la promoción y acompañamiento de procesos de participación juvenil y he llegado a la conclusión de que dicha participación sufre de muchas carencias y repite inercias que limitan su poder para cambiar la vida de las personas y de nuestras sociedades.

Esta conciencia me ha generado un sentimiento de frustración, ya que muchos de los procesos participativos con los que he colaborado no dejaron de ser experiencias de participación debilitadas y manipuladas. Realidades que Roger Hart, uno de los principales referentes de la teoría de la participación juvenil, situaría en los peldaños más bajos de su escalera de la participación.

Pero, ¿por qué tomarnos tan en serio la participación juvenil?

Foto: Clem Onojeghuo

Porque desde la participación construimos sociedad. Porque los ideales y principios que inspiran nuestras prácticas participativas determinan cómo son nuestras comunidades. Porque es un derecho fundamental y una práctica esencial para el desarrollo humano personal y colectivo. Porque gracias a la participación conseguimos personas y comunidades más democráticas, abiertas, libres, autónomas y, por supuesto, felices.

Todos tenemos un ideal de participación juvenil. El mío apuesta por una participación fiel a los principios más radicales de liberación, empoderamiento y transformación personal y colectiva de los jóvenes. Una participación donde sean ellos y ellas los protagonistas de los procesos, donde con libertad movilicen sus propios recursos y propuestas de forma autónoma e independiente.

Pero la experiencia me ha mostrado como este ideal se enfrenta a numerosos problemas.

En muchas ocasiones, la falta de preguntas orientadoras nos impide conformar proyectos coherentes que respondan verdaderamente a lo que los jóvenes quieren y necesitan. En otras, los intereses de las entidades que promueven los procesos participativos no siempre dejan lugar a proyectos verdaderamente liberadores, ya que quedan enmarañados y supeditados a los intereses institucionales más espurios.

Pero no solo fallan las instituciones, también las personas debido, por una parte, a una excesiva dispersión de tareas que distrae nuestra atención y provoca una endémica falta de tiempo. Por otra parte, fallamos porque las personas responsables de diseñar y facilitar los procesos carecemos de los conocimientos, formación, habilidades y experiencia necesarias para promover acciones de calidad y de valor.

Foto: Callum Shaw

Además, la excesiva intervención adulta en los procesos de participación juvenil constituye un verdadero peligro para su salud y supervivencia. Por eso, los procesos de aprendizaje de la participación han de ser lo más libres posible, emancipándose del adultismo, saliendo fuera del espacio escolar y huyendo de la educación bancaria, basada en la mera transmisión de conocimientos y en el ejercicio del poder por parte de los adultos.

Todos estos problemas dañan a la participación y menoscaban su valor y dignidad, impidiendo la creación y desarrollo de espacios y tiempos de calidad para su aprendizaje y su vivencia como experiencia de empoderamiento personal.

Pero lejos de quedarnos en el lamento, podemos transformar en oportunidades y posibilidades de mejora todos los problemas, inercias y zancadillas que ponemos a la participación juvenil. Si queremos promover una participación real, liberadora, protagónica, empoderadora y transformadora, sugiero una serie de propuestas a las que no deberíamos renunciar:

  1. Convencernos sinceramente de que la participación juvenil es posible, un inédito viable, necesario y urgente.
  2. Dotar de dignidad al aprendizaje de la participación, apostando por prácticas fundamentadas, coherentes, serias, rigurosas y sometidas a una revisión crítica continua.
  3. Respetar las necesidades y demandas de los jóvenes. Preguntar, preguntar y preguntar y, sobre todo, querer saber y escuchar, siendo fieles, honestos y sinceros en todo momento para no frustrar sus expectativas.
  4. Evaluar y revisar nuestras acciones desde lo cualitativo, desde lo que los jóvenes nos pueden contar sobre el impacto de los proyectos en sus vidas y sobre los cambios que generan estos en sus historias personales y comunitarias.
  5. No perder jamás el norte de con quién trabajamos y para qué. Cuestionarnos y hacernos preguntas. Revisar, evaluar, someter a juicio constante el ejercicio de la participación: qué cometido, qué estilo, cómo lo hacemos, cómo podemos mejorar, qué prácticas son prescindibles, en cuáles incidir.
  6. Tener claro que facilitar procesos de participación juvenil lleva tiempo, mucho tiempo, además de un importante ejercicio de flexibilidad, paciencia y comprensión. El aprendizaje de la participación es un plato que se cocina a fuego lento y que precisa de tiempo de cocción.
  7. Saber que el aprendizaje y el ejercicio de la participación ha de hacerse en libertad, evitando la tentación de obligar a participar u ofrecer recompensas o beneficios personales a cambio de la participación. Si queremos lograr el compromiso real de los jóvenes ciudadanos y ciudadanas, el ejercicio de la participación ha de ser lo más libre y liberador posible porque sólo en libertad nos acercamos a la mejor versión de nosotros y nosotras mismas.
  8. Repensar la intervención adulta en los procesos de participación. Dejar a un lado las tentaciones adultas relacionadas con el ego, el protagonismo, la desconfianza y la creencia de que tiene que ser el adulto el que establezca las pautas, invisibilizando a los jóvenes y manipulando los procesos. El adulto ha de guiar respetando, ha de orientar escuchando, ha de acompañar recogiendo las propuestas y la palabra de los jóvenes para convertirla en acción a su servicio. Intervenir en los procesos de participación juveniles lleva consigo mucho de gratuidad.
  9. Apostar por un estilo de dinamización y facilitación nutritivo y positivo, poniendo en práctica una serie de habilidades fundamentales relacionadas con la confianza, el respeto, la escucha, la generosidad, el acompañamiento, el feedback o devolución constante de lo aprendido, el agradecimiento, la celebración y exaltación de los logros conseguidos.
  10. Tratar de ser radicales en las propuestas, incidiendo en el empoderamiento personal y colectivo de los jóvenes, partiendo de la sensibilización y concienciación crítica acerca de los problemas y cuestiones sociales pero potenciando, sobre todo, sus capacidades individuales y grupales.
  11. Perder el miedo y confiar. Dejarnos sorprender por lo inesperado y correr riesgos, porque con las herramientas adecuadas conseguiremos alcanzar nuestro ideal y nos sentiremos orgullosos y satisfechos del camino recorrido con los jóvenes.

Todos estamos de acuerdo en que no debemos subestimar la importancia y relevancia de la participación juvenil. Pero no nos la acabamos de tomar en serio. Repetimos hábitos. Diseñamos proyectos débiles y neutros. Desconfiamos de nuestra capacidad para empoderar a los jóvenes. Tenemos miedo de su poder. Por eso, disfrazamos de participación empoderadora y transformadora a toda una serie de actividades de mera interacción o de carácter lúdico, en las que adquiere mayor importancia la expresión eufórica de las emociones que la maduración y potenciación de las capacidades individuales y colectivas necesarias para una participación transformadora que nos mejore como personas y como ciudadanos.

Debemos ser conscientes de que, si seguimos impidiendo el derecho a una participación sana y plena de nuestros jóvenes, nos estamos jugando el presente y el futuro de nuestras comunidades, de nuestra libertad personal y colectiva, de la democracia y de nuestro planeta. Por ello, más que nunca, necesitamos jóvenes ciudadanos y ciudadanas críticos, que ejerzan una participación activa, autónoma y convencida a través de la que se construyan a sí mismos y edifiquen sociedades más cohesionadas, justas y sostenibles.

Porque la participación juvenil sí es posible, sí es viable, sí es necesaria y, hoy más que nunca, dolorosamente urgente.

Sandra Rodríguez Couso