La Voz de Galicia
Hablando de riqueza, pobreza, exclusión y con quienes no quieren quedarse al borde del camino
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Hace unos días, Vanessa Fernández nos contó como era la vida en plena montaña lucense. Aunque es una reconocida experta en desarrollo rural en la facultad de  Geografía e Historia de la universidad de Salamanca, su vocación y su optimismo vienen de nacer y vivir en Os Ancares. Hoy nos propone algunas propuestas para que el mundo rural no siga en el olvido del desarrollo.

Gracias de nuevo, Vanessa.

Bordes de montaña, al borde del olvido (II)

En estos tiempos de noches en vela y cifras desalmadas, quiero hablar de las personas, y en particular de aquellas que llevan años olvidadas en los bordes de nuestras montañas.

En los 16 municipios de la montaña lucense viven alrededor de 30.000 habitantes desigualmente repartidos por sus cerca de 1.500 aldeas, la media indica que unas 20 personas por pueblo y de hecho tan solo 23 superan los 100 habitantes. La mayor parte de ellos de avanzada edad, más vulnerables y con unas necesidades de servicios sociales de sobra conocidas; no obstante, y a pesar de la exigua pensión de 500 euros que cobran del Régimen Especial Agrario, no siempre perciben su situación de pobreza porque tienden a compararse con situaciones pasadas más difíciles y no tanto con los estilos de vida mayoritarios actualmente. Al mismo tiempo, este pensamiento tradicional aprecia, acertadamente, más los aspectos no monetarios («rico en espíritu, pobre en medios«) y entiende lo rural como un «medio de vida» y no un «modo» o un «estilo» como define la corriente actual.

En estas áreas de montaña los servicios sociales son deficitarios, lo cual contribuye inevitablemente a un mayor riesgo de exclusión; además, dada su organización, que atiende en demasiadas ocasiones más al tamaño de los núcleos que a las necesidades reales de la población, los niveles de pobreza se incrementan. Las soluciones ni están lejos ni son tan caras. Los servicios de proximidad son una clara respuesta a todas estas necesidades: transporte a la demanda, catering o lavandería itinerante, incluso servicios de peluquería o podología a domicilio, además de la adaptación y flexibilidad de aquellos más básicos a las características del territorio y de la población. Así lo recoge el capítulo 2, «Pobreza y exclusión social en el ámbito rural«, del Cuaderno Europeo 8.

Los jóvenes son el grupo más reducido de la pirámide demográfica. Sin embargo su papel es clave para el desarrollo rural. Es preciso enseñarles, ya desde la escuela, las potencialidades del medio en el que viven; hacerles visibles las oportunidades de futuro que tiene el territorio y fortalecer su autoestima e identidad. Un ejemplo de ello es el trabajo realizado por alumnos del colegio Doctor Daniel Monje de Navia de Suarna, un  multipremiado cortometraje o una exposición fotográfica sobre la historia de su municipio que dio lugar a un libro.

La participación activa y comprometida de los jóvenes en la vida cotidiana contribuye a lograr estos objetivos; permite también la puesta en marcha de actividades que aúnen tradición e innovación, respetando y aprovechando lo propio y, al mismo tiempo, abriendo nuevos caminos por los que avanzar. Para ello es necesario el apoyo institucional: cursos formativos adecuados a las demandas y los entornos rurales, políticas que se acuerden de las características propias de estos territorios, simplificación de la burocracia, incentivos para jóvenes emprendedores, etc.

Mientras tanto, la población adulta, que Luis Camarero llama generación soporte en el informe de la Fundación La Caixa “La población rural de España”, atiende a pequeños y a mayores y se emplea en lo que puede, principalmente trabajos de baja cualificación y a tiempo parcial transitando entre una situación de empleo precario, con pocas posibilidades de progreso, a otra de inactividad; de tal forma que los ingresos provienen en muchos casos de subsidios, aumentando así la dependencia de las familias.

El espíritu emprendedor de algunas de estas personas ha permitido mejorar sus expectativas de futuro con actividades relacionadas con el turismo, el senderismo, la artesanía, la industria agroalimentaria con la ganadería o la castañicultura o la miel. Incluso en las zonas más aisladas de los Ancares o el Courel hay actividades destacadas y ejemplares que han sabido aprovechar los recursos endógenos de forma renovada. Todas estas iniciativas contribuyen también a la atracción de nuevos pobladores y, sobre todo, de la población vinculada, emigrantes que estos tiempos de crisis puede encontrar opciones de futuro en sus pueblos de origen.

Y todo ello en una zona de montaña con numerosos espacios naturales protegidos y un rico patrimonio cultural, recursos que atraen a turistas y a visitantes no siempre conscientes de las dificultades que para la vida cotidiana acarrea lo que a ellos les parece un paraje excepcional. La profesora Pérez Fra da algunas cifras preocupantes sobre las infraestructuras y equipamientos en la montaña gallega. Entre todas ellas cabe destacar la mejora necesaria en la accesibilidad social y en las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, para lo cual se requiere del compromiso, no sólo de la población local, sino también de las administraciones.

Finalmente, en la búsqueda de estos nuevos modelos de desarrollo rural sostenible es esperanzador encontrar programas como Grandes Lugares (TVG) que se acercan a la montaña lucense (Murias, Piornedo, Seonae…) y apuestan por una visión optimista y renovada de nuestros espacios rurales. El compromiso y la apuesta seria por nuestros pueblos requiere, no sólo conciencia activa y sensibilización, sino también comportamientos y acciones por parte de toda la sociedad, ya que un medio rural vivo es sinónimo de bienestar y calidad de vida para todos

Vanessa Fernández Fernández