El 18 de diciembre es el Día Internacional del Migrante. Un día para recordar que la inmigración es una buena noticia.
Pese a mentiras e interesados discursos del odio que triunfan porque las tolerantes lo consentimos, está más que probado que las migrantes generan beneficios económicos, sociales y culturales para todas las sociedades. Por eso la ONU, en palabras de su Secretario General celebra el dinamismo y reconoce de nuevo la contribución de los 258 millones de personas migrantes en el mundo.
Es fácil demostrárselo. Les dejo con Yosi Ledesma, una de las personas de las que más aprendo día a día. Por su historia personal y por su dinamismo peleando desde la alegría y el arte por la riqueza de la diversidad.
Y profesionalmente como integradora social por tratar de impulsar la participación de las familias migrantes y la riqueza de la diversidad en la comunidad educativa. Un exitoso programa que la prestigiosa organización ACCEM desarrolla en colegios de Galicia y Asturias con el apoyo de la Dirección General de Migraciones y el Fondo de Asilo, Migración e Integración.
Disfruten. ¡Gracias por traer la diversidad y la alegría a mi colegio!
Fomentando la participación de las familias inmigrantes en la comunidad educativa
Cuando migramos sea por decisión propia o debido a circunstancias que escapan de a nuestro control, la vida nos cambia y debemos iniciar ese complicado proceso de aprender a desaprender. Muchas cosas son nuevas y para poder “integrarnos” en la comunidad de acogida hay que adaptarse, no queda otro remedio. Cosas tan cotidianas como la hora del desayuno son distintas y pasamos de desayunar sopa de pollo a las 7:30 de la mañana a tomar un café con churros a las 8.
A partir de aquí me permitiré hablar en primera persona. Una mujer migrante, con menores a cargo. Lo hago consciente de hablar desde el privilegio que muchos otros migrantes no tienen, pero la intención es que sea útil para hacer más gráfico el tema.
Si para una persona adulta que viaja sola la migración supone un reto y gran cantidad de cambios, lo que supone este proceso para un niño o adolescente es de órdago. La verdad, no creo que ningún padre o madre tome en cuenta la opinión de los hijos a la hora de migrar. Al menos yo no lo hice.
Tenía claro que mi función como madre era velar por el bienestar de mi hija, aún en contra de sus propios deseos. Solo tenía tres años y todos sabemos que los niños olvidan pronto, no les afecta tanto como a nosotros empezar de nuevo, o eso deseamos creer. Al fin y al cabo en cualquier lugar del mundo la familia, indistintamente de su procedencia o como estén constituida, desean lo mismo, que sus miembros estén bien, permanecer juntos, buscar un futuro mejor…
Y lo hemos conseguido.
Estamos aquí, en un país lleno de oportunidades, pero superadas o no las dificultades de cualquier migrante (con respecto al trabajo, vivienda, sistema de sanitario, situación administrativa etc. ) nuestros hijos e hijas deben asistir al colegio, deben ser parte de la comunidad escolar. Es aquí donde pasarán la mayor parte de su tiempo, las experiencias que tengan en la escuela serán de vital importancia para sentirse acogidos y aceptados en su nuevo entorno. Y ese proceso incluye a toda la unidad familiar.
Nuestros hijos tendrán una buena educación, estarán con otros niños y nosotros podremos dejarles confiados de que están en un espacio seguro.
¿Qué si tenemos dificultades?
Sí, muchas. Sin red de apoyo (familiares o amistades) cumplir los horario establecidos se convierte en un vía crucis. El mejor de los casos suele ser que la hora de entrar al colegio coincida con la de entrada al trabajo, pero no siempre es así y sin importar si contamos con ayuda o no, la realidad es que hay que llegar puntuales al colegio pero también al trabajo. Es verdad que sean creado alternativas para dar respuesta a la conciliación, como por ejemplo el programa de madrugadores, pero no siempre ganamos lo suficiente para poder enfrentar ese pago, aún siendo simbólico.
Ese mismo patrón se repite con la salida del colegio o las actividades extraescolares, las fiestas de cumpleaños, las excursiones… Y aunque es duro y te sientes que lo estás haciendo mal, te consuelas con pensar que son pequeños y que olvidan, que cuando las cosas estén mejor les compensaras.
Es como si hubiese que elegir entre trabajar y/o ser un padre o madre responsable
¿Qué otra cosa puedes hacer?. La realidad es que no mucho. Pero si no trabajas, ¿cómo puedes ser responsable, garantizar casa, comida y libros a tus hijos?
La cosa se complica aún más cuando las familias hablan otro idioma. El problema no es solo de clave cultural o falta de red de apoyo, recursos económicos o falta de tiempo. ¿Cómo ser parte de esta realidad si no te entienden y no entiendes?
Podemos imaginar la impotencia que se puede llegar a sentir cuando una simple nota del colegio para asistir a una reunión se vuelve un rompecabezas.
Seamos honestos, si para las personas que hablan español, incluso para las que son de aquí, el sistema educativo resulta complejo y agotador, añadan la dificultad del idioma o la idea de que todos manejamos las TICS , tenemos acceso a internet y disponemos de ordenador. Cada vez es más frecuente que para acceder a plazos y formularios de cosas importantes como las becas, inscripciones, solicitud de ayudas para libros, etc. deban realizarse on line.
Las familias nos organizamos como podemos
Nuestros hijos aprenderán a ir solos al colegio antes que el resto y eso no es malo del todo. Serán más autónomos e independientes, pero eso no siempre está bien visto por la sociedad.
Recuerdo que en una ocasión una señora que vio en varias ocasiones que mis hijos volvían a casa solos y se atrevió a tocar el timbre para verificar que no estaban solos en casa. Ese día tuve la suerte de llegar a casa 5 minutos antes que los niños cuando habitualmente llegaba 5 después. Levanté el telefonillo y me vi en la necesidad de explicar a una desconocida que era buena madre.
Por la falta de alguien que pueda llevarles o ir a recogerles, no podrán participar de las actividades extraescolares y serán nuestros hijos los encargados de mediar entre la escuela y nosotros, llegando incluso a ejercer intérpretes con todo lo que eso implica.
¿Cómo podrán mis hijos dejar de sentirse extranjeros en su escuela?
Me lo pregunto muchas veces. La poca o nula participación de la familia en la comunidad educativa les pasará factura, en el colegio, en el parque o cuando le inviten a una fiesta o cumpleaños.
Puede que sea verdad que los niños olvidan pronto, pero también es verdad que solo quieren ser niños y no sentirse diferentes. Pero los niños crecen y nuestros miedos y dificultades como padres también. Puede que no seamos parte del AMPA o apenas hemos podido asistir a las reuniones de padres y que por falta de tiempo o dinero los niños no llevaron disfraz o se perdieron la excursión de fin de curso…
Aún así la primaria es zona segura, el instituto es otra historia. Nos aterra que al llegar a los 16 tiren la toalla y abandonen la escuela, que coqueteen con las drogas y su paso por el instituto sea el temido camino de no retorno. Y cómo no tener miedo si en primaria apenas podíamos ayudarles con los deberes…
¿En serio alguien puede pensar que los migrantes no participamos en la comunidad educativa porque no queremos o qué no estamos interesados en éxito académico de nuestros hijos?
Si alguien piensa así le propongo un cambio de zapatos. Que se ponga en la piel de una mujer latinoamericana que por 750 euros mensuales trabaja 13 horas al día como empleada de hogar. Limpia la casa de otros, cuida y lleva al colegio a los hijos de otros, pero apenas tiene tiempo para ayudar con los deberes a los suyos.
Los que piensan así deben ponerse en el lugar de un padre que, luego de llegar en un cayuco arriesgando su vida, ahorra todo lo que saca de vender mecheros durante toda la noche. Se trae a su familia para brindarle la oportunidad de una vida mejor y lo consigue, pero sus horarios no son compatibles con asistir a clases de español.
¿Cómo mejorar la comunicación entre familias migrantes y escuela?
No solo nosotros, los que hemos llegado de otros destinos, tenemos que desaprender.
El profesorado, por ejemplo, debe dejar de creer que los niños que vienen de otro país tienen por defecto un nivel educativo inferior a los niños de aquí y entender que un niño que ha dejado sus primeros años de vida atrás se enfrenta a otra realidad mas allá de aprender matemáticas.
Y ya puestos ¿quiénes son los de aquí y cuáles son los de fuera? ¿Cuándo dejan los niños y niñas de ser extranjeros para los profesores? ¿Cómo afecta esta diferenciación a todos los niños y niñas de la clase y en su convivencia?
Sería ideal conocer la solución a todos esos problemas, aunque a día de hoy es algo utópico. Pero, a pesar de que no es fácil, no debemos de dejar de trabajar para conseguir la solución.
Yosehanna Ledesma
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