Porque las personas con enfermedad mental siguen queriendo ser felices, es un honor cederle hoy el blog a Enrique Castro, Coordinador de Desarrollo Asociativo de Saúde Mental FEAFES Galicia
Gracias Enrique
Educación y salud mental: ¿Una buena pareja de baile?
La educación inclusiva es “el proceso de identificar y responder a la diversidad de las necesidades de todos los estudiantes a través de la mayor participación en el aprendizaje, las culturas y las comunidades, y reduciendo la exclusión en la educación. Involucra cambios y modificaciones en contenidos, aproximaciones, estructuras y estrategias, con una visión común que incluye a todos los niños y niñas del rango de edad apropiado y la convicción de que es la responsabilidad del sistema regular, educar a todos los niños y niñas”. UNESCO
Este año, el Día Mundial de la Salud Mental pone su acento en la educación y la salud mental. Dos ámbitos aparentemente diferentes, pero que a la vez están íntimamente relacionados. Más relacionados de lo que pudiera parecer.
Cuando los chicos y chicas tienen problemas de salud, las escuelas o los institutos se dan cuenta de ello y suele haber una respuesta rápida y, por lo general, eficaz. Las campañas y acciones dirigidas a concienciar sobre la importancia de la buena salud física y la promoción de hábitos saludables son habituales, ya se ponga el acento en la alimentación saludable, la actividad física y deportiva o el autocuidado personal.
Sin embargo, la salud mental tiene muchas menos probabilidades de ser el blanco del interés en los centros educativos y también en la universidad. ¿Por qué ocurre esto y cuáles son las consecuencias de ignorar la importancia de la salud mental en la educación?
La Organización Mundial de la Salud estima que uno de cada cinco niños, niñas y adolescentes tienen problemas emocionales, del desarrollo o de comportamiento, y que uno de cada ocho tiene un trastorno mental.
Los problemas de salud mental se desarrollan temprano, demasiado temprano como para no tomarlos en serio ya. Una reciente investigación de ámbito europeo demuestra que el 50% de los problemas de salud mental en adultos comienzan antes de los 15 años y el 75% antes de los 18.
Un proyecto de 2015 sobre la salud mental en las escuelas en Europa concluyó que alrededor del 10% de los estudiantes de entre 6 y 11 años tenía problemas de salud mental que requerían atención médica.
Si nos fijamos en el estado español, 2 millones de jóvenes de 15 a 29 años (30%) han sufrido síntomas de trastorno mental en el último año. De todos los y las jóvenes que notaron síntomas, solo la mitad solicitó asistencia.
Y todavía hay más: un número elevado de docentes sufre también problemas de salud mental debido a múltiples factores relacionados con su desempeño cotidiano en las aulas.
Las escuelas, los institutos y la Universidad (no nos olvidemos de ésta, pues el número de universitarios y universitarias que tienen problemas de salud mental empieza a ser significativo y apenas existe ningún mecanismo para su atención) ponen al alumnado bajo la presión de “triunfar” en un abanico limitado de asignaturas -ese concepto organizador de los contenidos que va quedando cada vez más obsoleto si no se renueva y actualiza-, mientras implícita o explícitamente se los etiqueta como éxitos o fracasos durante todo ese proceso.
Y en todo ese transcurso de enseñanza-aprendizaje de asignaturas… ¿En qué educamos?, ¿Cómo educamos?, ¿Qué pasa en los centros?
La realidad entra en las aulas y en ocasiones esa realidad no es un libro de texto: violencia en el hogar o en la propia escuela, violencia de género, discriminación por identidad u orientación sexual, acoso escolar, maltrato entre iguales, cyberbulling… Sí, esto también pasa en nuestras escuelas, así como en las familias y en entornos cercanos. No es, ni mucho menos algo generalizado; pero sucede y no podemos obviarlo. (según la Fundación ANAR de Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo, en 2015 atendieron 23.230 llamadas relacionadas con el acoso escolar, en 2016 fueron 52.966, un 128% más) ¿Educación inclusiva?
Por otro lado, las actividades que pueden favorecer el desarrollo saludable de la personalidad, el control del estrés o la comunicación positiva, como el deporte, la música, la danza y el arte, pierden tiempo de dedicación y están cada vez más relegadas, cuando no totalmente denostadas y olvidadas. “Es que no valen para nada”, “no aportan nada”, “de qué te van a servir en el futuro”, “vaya pérdida de tiempo”… escuchamos una y otra vez.
Tampoco pensamos o reflexionamos mucho acerca del impacto del ambiente escolar sobre los jóvenes potencialmente vulnerables. Existe la idea de que experimentar dificultades o complicaciones puede ser un signo de debilidad, por lo que el alumnado tiende a esconder los problemas y desarrollar un miedo al fracaso y a no ser aceptados. Estas actitudes no solo les impide aprender, sino que además pueden ser muy perjudiciales y negativas para su salud mental.
Ejemplos de esto los podemos leer casi a diario en la prensa, escuchar en los medios de comunicación o simplemente los conocemos porque suceden o han sucedido en los centros de nuestros hijos e hijas. Pero seguimos con la mirada puesta hacia otro lado, como si esto no fuera de vital trascendencia, como si la salud mental de los niños y niñas, de la juventud, de las personas que van a trabajar y vivir en un “mundo de adultos”, no fueran a reproducir lo “aprendido” en tantos años de escolarización.
Hay bastantes posibilidades de que esto pueda suceder… y, en mayor o menor medida, sucede.
Los sistemas educativos pueden convertirse en un factor importante como parte de la solución a estas situaciones. Si queremos afrontar este problema con determinación, seriedad y rigor, debemos reconocer que lo tenemos y que existe de verdad, que no es una ocurrencia de cuatro que estaban aburridos y se sentaron a conversar tomando un café.
La educación es un entorno privilegiado (o debería serlo, al menos) para promover la salud y el bienestar del alumnado durante su experiencia educativa y, posteriormente, en su vida adulta. La escuela puede contribuir a amortiguar y mitigar las desigualdades que muchos niños, niñas y adolescentes sufren en sus entornos, siempre y cuando cuente con los recursos necesarios para ello y el apoyo decidido de las administraciones implicadas. Pero esto casi nunca sucede. Falta decisión, falta perspectiva, falta visión y faltan recursos.
La pareja educación-salud, como decíamos al principio, todavía adquiere más sentido en el área de la salud mental. Las competencias socioemocionales incluidas en el sistema educativo son, para la salud mental, factores protectores que ya señalaba la OMS hace casi 15 años. Y seguimos casi en las mismas.
Parece que la salud mental y la educación están condenadas a entenderse, ya que ambas comparten la misión de contribuir al desarrollo personal y social de los jóvenes, apoyando y reforzando la construcción de un proyecto vital que los acompañará durante su vida adulta. Pero antes deberán conocerse y reconocerse mejor, que sus responsables amplíen el foco de sus visiones, que salgan de sus “cuartos” y se encuentren en el salón de casa para compartir, para coordinarse, para trabajar de forma decidida, constante y permanente en el ámbito de la prevención y la promoción de la salud mental.
Esto ha de hacerse en la escuela, en los institutos, en la Universidad, con los padres y madres, profesores y profesoras, maestros y maestras, con las asociaciones… con los chicos y chicas, niños y niñas. Con decisión, con visión, con rigor, con perspectiva, con ambición, con compromiso, con recursos, con una mirada a largo plazo, no con propuestas “de quita y pon este año y el siguiente ya veremos”.
Lo que nos jugamos es muy importante: contribuir a la salud mental positiva de generaciones futuras. Casi nada. Les estamos esperando… todavía.
Enrique Castro @FEAFESGalicia