295.000 migrantes y refugiadas han llegado a Europa por mar en lo que llevamos del 2016, según la Organización Internacional de Migraciones. Ya sabemos, con datos y periodismo, que además del horror del que huyen, todas ellas se enfrentarán a la locura de la lotería europea de como se respeta el derecho de asilo. También tenemos buenas noticias con las múltiples propuestas que cualquiera de nosotros puede hacer, con sensatez, por las personas refugiadas o los estudios rigurosos que demuestran, por ejemplo, que cada euro invertido en acoger a los refugiados se trasformará en casi dos de beneficios en los próximos cinco años.
En el mundo, más de 65 millones de personas se han visto forzadas a huir. El lunes se celebra la Cumbre Mundial de la ONU sobre Refugio y Migración donde todos los gobiernos deben tratar de mejorar el respeto a los derechos de las personas desplazadas. Algo que no hace España según Oxfam Intermon, que sólo ha acogido a 474 personas refugiadas y ha recortado casi un 70% el presupuesto de ayuda humanitaria.
Les animo a ver el vídeo del final, a presionar a nuestro gobierno y a seguir las etiquetas #DerechoaRefugio #RefugiadosMigrantes o #ConLosRefugiados. para que esta cumbre no sea un teatrillo más.
Les dejo con Arturo Coego, recién llegado del campo de refugiados de Calais, en el norte de Francia. Arturo es uno de tantos excelentes profesionales gallegos que han tenido que emigrar a Reino Unido a buscarse la vida trabajando en servicios sociales. No se pierdan su blog Reseteando, sobre innovación social y comunicación.
Gracias Arturo
Calais: Empoderamiento desde el caos
El destino quiso que a principios de agosto viajase al campo de refugiados de Calais desde París, la Ciudad de la Luz. Mis primeras horas en el norte de Francia las pasaría en la playa, brindando con vino de supermercado con mis compañeras de aventura mientras veíamos pasar docenas de ferriess navegando hacia UK.
Semanas antes había empezado a preparar el viaje informándome en foros, contactando con otras personas interesadas en un voluntariado de estas características, comparando métodos de transporte, precios, etcétera. Encontrar la entidad social adecuada a través de la que colaboraríamos in situ era una tarea clave. Finalmente nos decantamos por Care4Calais, cuya ayuda humanitaria no requiere habilidades específicas como es el caso de Kitchen Calais o Doctors without borders.
Al campo de refugiadas de Calais lo llaman La Jungla, un apodo que causa controversia. Uno entiende el por qué del mote una vez se adentra en sus calles y dunas. Se trata de la penúltima etapa de ese éxodo entre la guerra y la tierra prometida: el Reino Unido. En tierras inglesas, una vez se les reconoce el estatus de persona refugiada, se les conceden 28 días de alojamiento durante los que ya pueden solicitar ayudas sociales. En UK hay seguridad y trabajo, no resulta entonces difícil comprender la ecuación.
Tras recorrer aproximadamente 2 kilómetros aparcamos bajo un puente de la autopista. Es la entrada al campo. Allí reina una anarquía domesticada, una suerte de organización improvisada para salir del apuro. Cabe recordar que el de Calais es un asentamiento ilegal donde nada es eterno: los incendios, las cargas policiales o las decisiones políticas se encargan de recordarlo cada cierto tiempo.
Lucía un sol precioso durante mi estreno como voluntario, el paisaje nada tenía que ver con las imágenes del Calais lleno de barro que vemos en los medios. Nos habían avisado de que tuviésemos cuidado con nuestras pertenencias -especialmente pasaportes- y evitásemos quedarnos allí por la noche, pero la primera impresión no nos puso en alerta.
Mi primera tarea me bajó de esa nube de voluntario superhéroe en la que a veces nos subimos en estos contextos: nos tocó agacharnos a recoger colillas, cristales, papeles, restos de comida, envases y ratas en descomposición. Muchas de las personas residentes (un 90% de población adulta masculina) pasaban a nuestro lado sin inmutarse, están acostumbradas a nosotras. Otras se paraban a chocarnos las cinco y darnos las gracias. Se respiraba un buen ambiente. ¿Quién no sonríe al buen tiempo?
Pasar al lado de varias chabolas reconvertidas en restaurantes, escuelas o peluquerías fue un shock. O ceder el paso a un refugiado manejando una carretilla llena de cervezas. O fijarme en alguno de los bares y ver a dos clientes fumando shishas tranquilamente. De alguna forma la vida se abre paso.
Las calles de polvo, piedras y cemento dividen un asentamiento donde las/os habitantes se organizan en comunidades según su nacionalidad. La mayoría provienen de Sudán, Eritrea, Afganistán, Pakistán, Irak y Kuwait. Ya sabemos que detrás de los nombres falsos y las caras pixeladas que vemos en cada reportaje hay historias de supervivencia brutal. Nos hemos acostumbrado a oírlas. Pero cuando una persona te cuenta que han matado a su esposa e hijos uno calla, aguanta la compostura y olvida todo lo que ha visto, oído o leído hasta el momento. Se han acabado los adjetivos para describir la vergüenza que Europa está permitiendo.
Hoy hay más de 7000 personas en Calais soñando con pisar suelo británico, pero desde el 10 de Downing Street ya solo se habla en clave Brexit y la nueva medida con respecto a las refugiadas consiste en -redoble de tambor- …construir un muro. Por nuestra parte, ya ninguna de nosotras puede ser neutral: o reaccionamos o somos cómplices de este desastre humanitario. Una vez más la ecuación es simple.
En la sesión verpertina, tras reponer fuerzas en el almacén, cogimos de nuevo el coche para pisar de nuevo el campo. Esta vez tocaba hacer una cadena humana para asegurar una mínima organización en el reparto de ropa y calzado. Repetiríamos el proceso dos horas después en otra zona del asentamiento, distribuyendo esta vez comida y packs de higiene.
Al término de esa primera jornada nos fuimos de vuelta a nuestro camping a ducharnos y ponernos guapas para salir a tomar unas cañas. Nos juntaríamos con el resto en el Family Pub, el punto de reunión oficioso entre voluntarias. Calais -la ciudad- estaba de fiesta. Los carruseles brillaban frenéticos a tan solo un par de kilómetros de La Jungla. Tétrico, si lo piensas.
Ya es domingo. Ni rastro de resaca. El fin de semana, con sus altibajos, ha pasado volando. Por un momento me distraigo pensando en la energía especial que desprende el campo. Allí puedes incluso tocar el instinto de supervivencia transformado en optimismo, es real. Pienso en las tiendas que les han reventado pero que han reconstruido. Me acuerdo de las personas refugiadas que se han convertido en voluntarias de care4calais. Su aportación es vital gracias a su ascendencia dentro del gran grupo. Pienso en todo ese empoderamiento que nace del caos, un proceso de reafirmación donde las ganas de vivir les devuelven la dignidad que nos empeñamos, como sociedad, en arrebatarles.
Ya es de noche. Me he despedido de mis compañeras de aventura. Estoy compartiendo coche a través de blablacar para volver a mi piso inglés. Mi nuevo amigo James y yo ya estamos en algún punto entre Dover y Bristol tras cruzar en ferry el estrecho de La Manche. Son más de las una de la mañana y estamos cansados, así que decidimos hacer una parada en una gasolinera. Me acerco a la tienda y cojo un café helado y un pain aux raisins. El cajero es español, hablamos lo típico, que de dónde somos y qué tal nos va. Le cuento que vengo del campo de refugiadas de Calais. Me cuenta que hace media hora ha aparecido en la tienda un chico refugiado pidiéndoles que llamasen a la policía para pedir asilo político. Había cruzado el Estrecho escondido en un camión. Venía en nuestro ferry
Lo has conseguido
Hola Xose,
Me ha encantado la experiencia e Arturo En Calais.
Yo creo que no somos conscientes, que no nos damos cuenta, no se….
Noraboa por el blog!! un saludo y otro a Arturo.
Gracias Gorka. Es importante el ejemplo de Arturo dela esfuerzo de ir a darse cuenta y contarlo para que nos enteremos. Como gallego no deja de entristeceme un poco ver a jóvenes con talento marcharse a demostrarlo en otro país. Benditas redes sociales al menos para no perderlo de todo