La Voz de Galicia
Hablando de riqueza, pobreza, exclusión y con quienes no quieren quedarse al borde del camino
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El sacerdote jesuita Fernando Cardenal es el director de  Fe y Alegría en Nicaragua. En mis años de trabajo en cooperación al desarrollo desde la Xunta de Galicia tuve la suerte de conocer y admirar el trabajo de esta organización por una educación de calidad en este país y en muchos países de América Latina.  Saber que estoy invirtiendo bien mi dinero bastaría para explicarles por que soy socio desde hace años de Entreculturas, la organización que defiende sus valores en España.

No creo que olvide nunca una comida con el en Managua hace años. Además de admirar ese arte tan jesuítico de la coherencia entre su principio de defensa de los que menos tienen con la relación con los más poderosos, me emociona todavía recordar a una persona que seguía defendiendo convencido la ilusión y la esperanza por los jóvenes para luchar por la justicia. A pesar de la infinita tristeza y enfermedad que le causaba ver la iniquidad y corrupción de muchas de las personas con las que había defendido derechos durante gran parte de su vida.

Me acuerdo mucho de esa comida en este tiempo en el que de forma premeditada en España se están desmantelando politicas sociales que ha llevado décadas conseguir. Cuando conscientemente se convierte a las víctimas en culpables o cuando el ensañarse cobardemente con los más débiles parece que es la única vía de salida para la crisis. Pero sobre todo me acuerdo cuando veo desánimo, cuando parece que no hay otro camino, que ya no podemos tener esperanza ante tanto desastre, cuando leo cada vez más llamadas a la violencia.

Le he pedido que nos cuente sus razones para la esperanza. Las necesitamos.

 MI ESPERANZA EN EL FUTURO

Cuando presentaba hace tres años el libro de mis Memorias en varias ciudades españolas me preguntaron en Granada: “Cómo puede usted seguir siendo un hombre de esperanza después de las desilusiones políticas que ha tenido en los últimos años”.

Le contesté que mi esperanza no estaba puesta en teorías sino en algo muy concreto, en mi experiencia de años trabajando con jóvenes “Mi esperanza es que los jóvenes vuelvan a las calles a hacer historia

Yo se por experiencia de lo que es capaz un joven. A mí no me cuentan cuentos. Yo estuve con ellos.

Estuve con ellos cuando en la década de los 70 fundamos el Movimiento Cristiano Revolucionario en la Educación Superior de Nicaragua y nos enfrentamos a la criminal tiranía somocista. Nos queda de herencia la sangre de 14 mártires. El compromiso que vi en los jóvenes esos años con la causa de los pobres, con el derrocamiento de la dictadura, con la construcción de una nueva sociedad más justa y solidaria, a favor de los más pobres, fue maravilloso, en muchas ocasiones heroico.

En los primeros días después del triunfo de la Revolución Sandinista me encargaron que organizara una campaña nacional de alfabetización para todo el país, donde bastante más de la mitad de la población era analfabeta. 60.000 jóvenes de secundaria y universidad se ofrecieron voluntarios para ir 5 meses a las selvas y montañas de todo Nicaragua, viviendo en las casas de los pequeños y pobres campesinos para enseñarles a leer y escribir a todos y todas. La capacidad de amor y entrega a la tarea fue inmensa, admirable, y en muchos casos heroica.

Los Contra-Revolucionarios asesinaron al inicio a Marta Lorena Vargas, una jovencita alfabetizadora de Managua que enseñaba cerca de la frontera con Honduras. Crimen con mensaje, “Todos y todas deberían regresar a sus casas o les matarían. Lo habían dicho desde el inicio, pero no lo creyeron. Era en serio”.

Nadie se movió en las montañas.

Ellos no querían que la Revolución Sandinista realizara algo tan bello y hermoso, por eso querían que fracasa la Jornada Nacional de Alfabetización. Después del crimen con Marta Lorena, la Contra-Revolución asesinó a un alfabetizador, con el mismo mensaje. Nadie se movió de sus puestos. Entonces mataron a otra, luego a otro y así hasta 7. Pero no se movió nadie de las montañas. Los asesinos comprendieron que no podían doblegar a aquellos jóvenes, y ya no siguieron matando a ningún alfabetizador.

Y todo terminó con un gran éxito, en gran parte por el maravilloso trabajo de los jóvenes. Cuando recibimos el premio de La UNESCO en París, nos dijeron que en ningún país del mundo antes se había bajado tanto el índice del analfabetismo en 5 meses como en Nicaragua.

Terminada esta epopeya de los jóvenes, pasé a trabajar 5 años con la Juventud Sandinista, los jóvenes de la Revolución. Yo me sentía en el paraíso rodeado de tanta entrega, de tanto compromiso por transformar la sociedad, de tanto amor a los excluidos de siempre de nuestras sociedades, siempre en ambiente de sacrificio y generosidad.

Allí también un gran número ofrendó sus maravillosas vidas defendiendo la Revolución de los ataques de la Contra Revolución apoyada y financiada por el gobierno norteamericano. El ambiente diario era de una gran entrega a la causa de construir una sociedad más justa y equitativa. Miles iban en las vacaciones de fin de año voluntarios a cortar café a las fincas estatales para conseguir divisas para las obras sociales del gobierno. Allí también hubo mártires. La lista de tareas de aquellos días es muy grande: jornadas de vacunación del Ministerio de Salud, apoyo a los damnificados del Huracán “Juana” y del Huracán “Micht”, traslado de los Miskitos que vivían en las riberas continuamente inundada del río Coco, frontera con Honduras, hacia lugares más seguros y construcción allí de nuevas casa para ellos.

Aquí en Nicaragua las cosas han cambiado mucho desde 1990 y la juventud ha pasado por una etapa de desilusión y apatía, comprensible por la corrupción de algunos altos dirigentes de la Revolución Sandinista. Más dura la desilusión cuando tantos de de sus compañeros y compañeras dieron sus vidas defendiendo la Revolución.

Pero las cosas han comenzado a cambiar entre los jóvenes de Nicaragua. Hay signos muy positivos que dan fuerza a mis palabras en Granada.

De todas manera, mi actitud en estos años de apatía de la juventud ha sido seguir esperando. Me siento muy identificado con la afirmación de ese maravilloso obispo de origen catalán, Pedro Casaldáliga, quien desde las selvas del río Araguaia en Brasil y ante la debacle de la Revolución Sandinista afirmó: “Somos soldados derrotados de una causa invencible”.

¿Quién más derrotado que yo?, con tantos años de militancia, desde los tiempos de la lucha contra la criminal tiranía de Somoza, exponiendo tantas veces mi vida.

Derrotado sí, pero nuestra causa es invencible, porque es la causa de la justicia, la causa del amor, y por lo mismo, es la causa del Jesús en que yo creo, el gran amigo de los pobres y excluidos de su tiempo.

Quiero terminar con las últimas líneas del magnífico libro de mi amigo mexicano Carlos Núñez, La Revolución Ética: “Recuperar el derecho a soñar y a construir lo soñado, elementos sustantivos en la impostergable revolución ética que el mundo requiere para poder afirmar una vez más que : “A NOSOTROS NO SE NOS HA MUERTO LA ESPERANZA”.

Fernando Cardenal, S.J.

Septiembre 2012