El desarrollo y la pobreza en el mundo rural es un tema aún desconocido, con muchos problemas pero también con muchas razones y ejemplos para ser optimistas. Una introducción al optimismo la tuve al leer «Proxectos de vida no rural» en el interesante blog sobre ecologismo social y biodiversidad «Un claro no bosque», pero hoy me gustaría que conocieran la opinión de una experta en desarrollo rural y en optimismo: Vanessa Fernández
Vanessa trabaja en la facultad de Geografía e Historia de la universidad de Salamanca. La conocí hace meses en la presentación de una Guía de inclusión social y me sorprendio además de su ánimo y optimismo contagioso, la capacidad y calidad de su análisis y de plantear propuestas interesantes y factibles para que el mundo rural no siga en el olvido del desarrollo.
Vanessa no olvida sus orígenes en la montaña lucense y de ahí viene su vocación. Hoy nos lo cuenta y dentro de unos pocos días nos propondrá algunas soluciones.
Gracias Vanessa
Bordes de montaña, al borde del olvido
Vivir en los bordes de montaña supone vivir también en el borde de muchas otras cosas, algunas de ellas vitales, empeoradas estacionalmente por las inclemencias meteorológicas y rodeadas, quizás también, por un halo de misterio y de olvido que invita a la reflexión.
Hace escasos días, en un pueblo de montaña, una urgencia médica me sorprendió a la una de la madrugada a través de una ventana, los teléfonos tampoco funcionan siempre. Conductor, acompañante y enfermo nos subimos al coche y nos fuimos. La distancia con absolutamente todo lo necesario no permitía la espera. De camino, la gravedad de la situación nos obligó a llamar a la ambulancia, pero estábamos en la montaña y primero había que encontrar cobertura. En cuanto el móvil dio señal nos paramos con urgencia: «061 de Asturias, dígame». Le digo que estamos en Galicia, limítrofes con el Principado, sí, pero en una carretera de la provincia de Lugo. «Espere, que le paso con el 112 de Galicia». El que espera desespera, así que colgamos y continuamos la marcha. Así dos veces más, aguardando con gran desasosiego. A la tercera, paramos al borde de la carretera y descolgamos, esta vez parece que ya en Galicia.
«¿En dónde están?»
«¿Es esta la dirección correcta?»
«¿Cuál es la emergencia?»
«Espere que le paso con un médico.» Y el médico pregunta, respondemos y no cambia nada.
«Espere que le paso con la ambulancia». Hablamos con los de la ambulancia de nuestro término municipal, a 25 kilómetros de nosotros por las denominadas carreteras de montaña: «le paso con el conductor». Y quedamos con ellos a medio camino, en un punto donde pudieran dar la vuelta porque el terreno es agreste y los caminos estrechos y la lluvia caía cada vez con más fuerza y nunca el tiempo fue tan valioso ni duró tanto. Tras veinte minutos en marcha vemos la ambulancia, el enfermo estaba cada vez peor y los escasos cinco metros que separaban unas luces de otras eran oscuros y preocupantes.
En la ambulancia iban el conductor y un ATS, atendieron al enfermo y llamaron al médico, que se encuentra en otro municipio que hace de cabecera comarcal a otros 30 km. Quedaron con él también a medio camino, parecer ser que es la única forma de reducir distancias y acercar servicios a la población. Tras ser atendido por el médico, el enfermo fue llevado al hospital de Lugo (50 km. más), donde fue atendido con bastante diligencia, pasó la noche en observación y por la tarde, a pesar de su avanzada edad, ya se encontraba relativamente bien en su casa, en el pueblo, en el borde montañoso.
Esta vez coincidió que estaba yo y puedo contarlo, pero ocurre a menudo en cualquier otro pueblo de la montaña lucense, muchas más veces de las que imaginamos. La movilidad se reduce a un pequeño número de vecinos que disponen de coche privado, los acompañantes son principalmente mujeres que cuidan de los abuelos y abuelas que mayoritariamente habitan estas tierras, y que quieren vivir en sus casas a pesar de los deficitarios servicios sociales, irse a la ciudad les aterra. Y ahora más que nunca.
Lo verdaderamente importante son las personas, y algunas, de avanzada edad, aguardan con desasosiego el disfrute de unos derechos básicos que todavía no han llegado, mientras escuchan en los telediarios los despilfarros económicos y administrativos de unos y otros. En los bordes montañosos, la gran política no funciona más que para recaudar impuestos e imponer prohibiciones, y los actores locales ven reducidos sus fondos y sus actuaciones esenciales por una situación económica que ni siquiera sabe de su existencia.
Vanessa Fernández Fernández
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