La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Estoy (re)viviendo la emoción pop original. Lo hago observando mi hija, que flipa con Aitana. Me refiero a esa fascinación infantil con los artistas. De aprenderse sus canciones. De escucharlas en bucle hasta el infinitivo. De imitar las poses de sus videoclips. De emocionarse a cada pildorita que llega de ella (¡papá, síguela en Instagram por favor!). Me encanta. Me recuerda a lo que me ocurría a mí con Mecano, Barón Rojo o Michael Jackson -sí, entonces todo eso era compatible-. Muchas veces pienso que no deberíamos salir de ahí. Y, siempre, que hay que guardar el mayor porcentaje de eso porque el flechazo verdadero nace precisamente en esas escuchas.

Aitana es una artista salida del concurso Operación Triunfo del año 2017, el que ganó Amaia. A la sombra de la luz que irradiaba la vencedora, pronto se mostró como una artista carismática y, sobre todo, con gran enganche con las adolescentes. Sacó el elepé Spoiler y se hizo omnipresente con la canción Teléfono, resultona donde las haya. Luego llegó 11 razones, en donde ya destacaban algunas canciones como Si no vas a volver. Pero tal y como mandan los cánones actuales del pop, la artista se dedica al goteo permanente de temas. Y los últimos son bastante notables.

Encantado (y contagiado) por esa devoción infantil me colé de pronto en Formentera, el tema estupendo que hace con Nicki Nicole. Una canción de pop discotequero sobre la que flota su sedosa voz. Supura deseo cuando dice eso de «no me deja dormir, sigo pensando en ti». El corte -efectivo, melódico y pegajoso- recuerda a la Kylie Minogue del cambio de siglo y engancha. En el video se puede ver a una pop-star en total ebullición. Es el penúltimo single de una cadena que, por ahora, tiene su última anilla con En el coche, otra pieza en la misma línea de luces estroboscópicas y bolas de espejos. Su pieza audiovisual es aún más guay si cabe.

Contemplando el vídeo (estupendo) y compartiendo latido de fan infantil, (re)descubro el meollo de todo una vez más. Los ojos abiertos, el calor en las mejillas y ese bienestar interior que genera el pop cuando golpea por primera vez, sin cinismo ni pose alguna. El de la devoción pura y sincera, sin las vueltas que luego da la vida, los giros por los que se pierde el gusto y la evolución de nuestra posición como oyente. Como decía antes, muchas veces pienso que no deberíamos salir de ahí. O, cuando menos, dejar algo para no perder eso jamás.