La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Este documental sobre el synth-pop británico, de la BBC, que precede a estas líneas es una maravilla. Se trata de un estilo que tengo asociado a la infancia y que vi pasar por una curiosa secuencia. Primero era el futuro del pop. Después, se convirtió en algo denostado e incluso vergonzoso. Y, luego, poco a poco se volvió a reivindicar, mutando en un curioso ejemplo de (retro)modernidad en el arranque de siglo. Hoy es un género tan clásico (y respetado) como la psicodelia o el hard rock. Incluso, el disco «con sintetizadores» ya es casi un cliché de ciertos artistas claramente rock ¡Quién lo diría entonces!

En el documental -que, insisto, es excelente- me llama la atención lo que, por otra parte, es normal. Muchos de esos proyectos fueron apaleados en su momento. El ejemplo perfecto es Gary Numan, figura de culto y casi la anilla que conecta al David Bowie berlinés con OMD. Explica que la Unión de Músicos Británica (cuya militancia, según dice, era obligatoria para poder ir al programa Top Of The Pops) trató de excluirlo para que dejara sitio a “los músicos de verdad” (¿no os suena de algo?). Recuerda también que la prensa fue durísima con él. Andy McCluskey lo confirma. Le achacaban, tal y como recuerda el cantante de OMD, que aquello no era rock n’ roll, que no era honesto, que no era de clase media y que no era real. Según él, “ese periodismo cínico y mordaz” truncó su carrera.

Podría considerarse el caso de Gary Numan como el de la típica figura de culto, infravalorada e incomprendida en su momento pero de gran influencia posterior, tipo Velvet Underground o Nick Drake. Pero en el documental salen otros casos. El más clamoroso es el de Depeche Mode, un grupo superventas que también estuvo expuesto a ese rechazo. Ellos dicen que los ochenta fueron una batalla entre ellos y el periodismo musical y que irritaba su actitud de ir a cualquier sitio al que les llamasen. Daniel Miller, de Mute Records, explicaba que había un problema más estructural, que entonces en Inglaterra querían las bandas de cuatro miembros, cantante guapo y todos delgados en vaqueros. Y guitarras, le faltaba añadir al cuadro.

En fin, hoy creo que más o menos se podría decir que existe un consenso de que tanto Gary Numan como Depeche Mode son artistas imprescindibles en la historia de la música pop. Pero resulta llamativo (y revelador) la manera con la que se les vilipendió en su momento. Como tantas veces ha ocurrido, cuando lo nuevo desafía a lo anterior y más cuando eso nuevo obtiene éxito entre un público joven que desoye los mandatos de los que tienen criterio. Irrita. Obliga a poner a los sabios y los guardianes de las esencias de la calidad musical a la defensiva. Siempre es lo mismo: “No es música”, “esto es una moda que se esfuma en una temporada”, “no saben tocar”.

Curiosamente, yo recibí parte de ese synth-pop (lo que llegaba a los programas de tele y los discos que entraban en casa) ajeno a todo eso. Era un niño y todos esos sintetizadores y baterías electrónicas me flipaban. Se trataba de una música súper excitante que te hacía sentir rumbo al futuro. Recuerdo especialmente Enola Gay de OMD y Fascination de Human Leguae sonando constantemente en casa. Y también, por supuesto, mi versión autóctona de todo aquello: Mecano. Pero claro, poco a poco fui creciendo y entrando en una idea de autenticidad que, a finales de los ochenta, pasaba precisamente por rechazar todo lo sintético. Era como si todo aquello, de repente, hubiera quedado obsoleto o como un mal sueño de los que no tenían ni idea de música. Y yo, por supuesto, “quería saber de música” y ser auténtico, aunque eso pasase por ser un poco cenutrio. De eso hablo bastante en «La música no es lo más importante».

No fui el único. Recuerdo en mi cole que iba uno de los integrantes de un grupo garage-sixties local comentarme que antes él escuchaba a Kraftwerk y Jean Michel Jarre, como quien habla de pecados de la infancia ante mi complicidad. Todo ese rechazo me duró más o menos hasta el “Automatic” de Jesus & Mary Chain. Ahí, cuando los Reid fundieron el rock con las máquinas, tuve un pequeño conflicto. Pero era tan potente la aleación sonora que claudiqué. Después llegó “Acthung Baby!” de U2 que, inicialmente, también me dio su repelús. Y, bueno, muchos otros más. Hasta admití el “Fool’s Good” de Stone Roses en mi repertorio de hits. En cualquier caso, nada de esto era synth-pop de verdad, con teclados fastuosos y brillantes. Eso llegaría ya al final de la década con un súbito revival que, si no me equivoco, fue la primera vez en la que reviví lo que ya había vivido. Cuando en el Fib de 2001 uno de los grupos estrella a los que adorar era Ladytron se cerró el círculo.

A partir de ahí creo que el synth-pop se convirtió en un género respetado. Te puede gustar o no gustar, pero dudo que alguien con dos dedos de frente se atreva a decir que todas esas bandas son una absoluta basura, como ocurría cuando yo tenía 13 o 14 años y me acercaba a la autenticidad. Pasó lo mismo con la música disco en los noventa, que se desplazó del cajón de lo vergonzante al de las admiraciones por lo sofisticada y apoteósica que era. Lo que nos lleva a otros géneros que triunfan y se machacan en los últimos años con la misma intensidad de aquel roquero que no soportaba esa “banda de adolescentes que toca música de plástico” llamada Depeche Mode… pero ese es otro melón, que hoy no vamos a abrir 😉