La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Hablaba en una entrevista en La Voz Igor Paskual de lo que valoraba el esfuerzo de los que lo iban a ver. Que sabía, por experiencia propia, que algunos tenían que hacer encajes de bolillos con los niños, los trabajos y sus circunstancias familiares. A veces, incluso desplazarse y terminar llegando tarde a una casa que queda lejos de los días de rock n’ roll, resacas y rosas. Por ese motivo tenía que actuar al 200 %, multiplicando el vigor hasta el infinito.

Ayer yo mismo tuve que hacer ese esfuerzo para acudir a su concierto en el Forum Celticum de O Burgo, en un día que no me venía nada bien. Lo que me encontré fue a un tipo apasionado y apasionante con todos los músculos en tensión, defendiendo un repertorio poco conocido en un formato acústico ante unas 20-30 personas. Pero lo hizo con tal convencimiento, corazón y tensión que logró lo que prometía en la entrevista: que la audiencia supiera desde el minuto uno que se encontraba en otro lugar especial, ajeno al orden del hogar los horarios reglados y la vida de los cuarenta y tantos. E incluso cincuenta y tantos.

Digo cuarenta y cincuenta porque porque ahí se podía escribir la edad del poco público que se acercó y disfrutó de esta artista a medio camino entre el pícaro, el canalla y, sobre todo, el romántico rock. Hay que supurar mucho romanticismo para en una situación como la suya, guitarrista de Loquillo desde hace muchos años, apostar por la sala y el garito para debutar, noche a noche, con pequeñas audiencias que nunca se sabe cómo van a reaccionar.

Ayer, bien. Tocaron las palmas, dialogaron con el artista y lo hicieron sentir como en casa. Igor, acompañado de un guitarrista excepcional Ángel Miguel García, lo puso fácil. Empezó con las piernas en tensión. Un pie más adelantado que el otro y posición de entregar el corazón. Como un Springsteen de bolsillo, le dio electricidad a su acústica. Él ponía el nervio, la pasión y el músculo. Su lugarteniente la sutileza, el detallismo y la clase. Ambos formaban una dupla perfecta para derribar la modorra, el escepticismo y el gesto de desgana ante «otro nuevo roquero en acústico que no puede traer a la banda y nos obsequia con un tostón».

Por supuesto, mandó su nuevo disco, abriendo con un intencional “Cansado de la vida”, que se repetiría al final del concierto a modo de coda y conclusión. Ahí se invitaba al disfrute, a sacudirse la tristeza y a entregarse a la belleza. Y vivir. Mucho de eso sobrevoló en un repertorio que hablaba de noches de bebida, amaneceres en hoteles con compañías desconocidas y pillería sentimental. Aunque también de serenidad, calma y búsqueda del bienestar más allá de esos 40 que parecía que nunca iban a llegar, pero que han llegado… y no están nada mal. Todo ello aderezado de humor, alguna versión (“Heroes” de Bowie tocada con una mandolina) y mucho, muchísimo sudor.

Al terminar, con el artista despachando su propio disco, me acerqué para saludar y certificar muchas de las sensaciones de la entrevista. Y encontré a un músico con cara jovial de eterno debutante, disfrutando de ese micromundo del garito, el tú a tú, la camisa empapada y la música a un palmo de distancia. Aunque haya que sacrificarse. Aunque haya que hablar de una banda imaginaria en el escenario. Aunque haya que seguir creyendo en algo que cuesta mucho definir, pero quienes lo sienten saben perfectamente lo que es. ESta vez lo podemos llamarla pasión, según Igor Paskual