La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Un libro, recién editado, nos ha invitado a viajar a un pasado fascinante. Se trata de Tardes de persianas bajadas (Contra), el volumen en el que Brett Anderson, cantante del grupo Suede, revisa los años míticos de la banda. Apela,de manera especial, al periodo que va desde la edición del single The Drowners en 1992 hasta la llegada del fulgurante elepé Coming Up, en 1996. Cuatro años fascinantes en los que se gestaron algunas de las canciones más importantes del pop británico de los noventa. Pero también un tramo temporal en el que se produjo un reguero de pasión como pocos grupos han logrado

Suede eran ingleses hasta la médula, pero muy diferentes sus compañeros de generación. Poco tenían que ver con el macarreo de Oasis, el espíritu lúdico de Blur o el cinismo de Pulp. De hecho, sin citarlos explícitamente, Anderson marca mucha distancia, especialmente con los dos primeros. Ellos transmitían un mundo romántico y pasional con suplemento de drama. Buscaban provocar histeria y generar adhesiones totales. Lo suyo era algo de vida o muerte. Y así es como lo narra Brett Anderson en estas páginas que exploran las luces y sombras de un grupo increíble en un momento de gloria lleno de fantasmas.

La distancia del tiempo transcurrido le da al cantante la oportunidad de poner sobre el tapete muchos de sus errores. Desde el haber relegado a condición de cara b canciones que hubiera hecho su irregular debut una obra maestra hasta su poco tino a la hora de escoger la estética, ampulosa y recargada al modo de un nuevo rico. En realidad, Anderson lo era. Ya en Mañanas negras como el carbón, el volumen de memorias precedente, nos habló de su paupérrima infancia, la que moldeó su carácter con una única misión: el éxito.

Y así, con esa obstinación, empezó la carrera de una banda surgida en paralelo al éxito de Nirvana en Estados Unidos y con la idea de un recambio total en la escena inglesa. Al lado de Bernard Buttler y combinando instinto melódico, confianza ciega y arrogancia, cuando el otro fallaba, empezaron trenzar canciones con ecos muy claros de The Smiths y David Bowie. Sin embargo, la emoción que había en ellas trascendía a la condición de meros alumnos aventajados.

De muchas de habla el libro. De cómo supieron que Animal Nitrate iba a ser la dentellada felina que los catapultara al éxito. De cómo The Wild Ones apareció como una particular joya de la que se sentiría orgulloso para siempre. De cómo Trash supuso el arrebatador golpe pop que los devolvió a la primera línea cuando todos los daban por muertos. Pese al barroquismo a veces algo exagerado de su pluma, lo cierto es que Anderson logra con su semblanza agitar de nuevos los corazones. Muestra secretos no conocidos de esos temas. Disculpa trucos de producción de los que luego se arrepentiría. Y expone las dudas que tuvieron y que luego decidieron ocultar.

Particularmente hermosa es la revisión de su gran disco Dog Man Star. Un álbum grabado cuando su relación con Buttler estaba rota y ajustaban cuentas por la prensa. De hecho, el guitarrista no llegó a terminar su grabación. Anderson asume culpas, hace autocrítica, pero también saca pecho de un disco impresionante. Leer estas líneas y tirarse sobre aquella trilogía resulta inevitable. Es un modo maravilloso de encontrarse con una manera de vivir el pop que quizá ya no exista entre nosotros. Es en el que una canción podría ser lo más importante del mundo. Vayamos allá, a sentirlo de nuevo.