La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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El periodista Ignacio Juliá (Barcelona, 1956) sintió con Sonic Youth lo que tantos otros que siguieron disco a disco la evolución de la banda de Nueva York: ahí estaba la Velvet Undeground de nuestro tiempo. Sin embargo, él lo llevó mucho más allá. No solo escuchó sus álbumes, acudió a sus conciertos e interrogó al grupo en cada ronda promocional. Además, estableció una conexión personal que lo ha llevado a ser el mayor experto en la banda en España. Toda esa sabiduría la ha volcado en Estragos de una juventud sónica, un volumen que repasa la trayectoria de la formación hoy disuelta y que se antoja de lectura obligatoria para cualquier fan.

Aprovechando la excusa, mantuve una extensa charla más allá de la reseña publicada en La Voz. El libro y Sonic Youth la guió de inicio, pero luego se ramificó en otras direcciones. Por su extensión, se ha dividido en dos partes. En esta primera, centrada en los neoyorkinos, Juliá arroja más luz aún sobre el grupo. En la segunda, tratará otros asuntos de la crítica musical en general.

-”Estragos de una juventud sónica” lo guía una primera persona que entremezcla el papel de fan y periodista. ¿Pretendía reflejar ese 50% de cada una de las dos facetas?

-Sí, porque no concibo el uno sin el otro. Creo que lo que me puede separar de otros periodistas es que he intentado mantener la pasión del fan en todo momento. Escribir un libro como el de Velvet Undeground o este de Sonic Youth es un trabajo que, si no te lo planteas desde el entusiasmo y la pasión del fan, resulta muy complicado hacerlo. En el ámbito anglosajón, en el que las editoriales te pueden dar una pasta de adelanto para que te pases dos años haciendo un libro, es diferente. Aquí eso resultaría imposible. En el caso de Velvet Underground, evidentemente creo que soy la única persona en España, y de las pocas en el mundo, que ha entrevistado a todos los miembros, incluida Nico. En el caso de Sonic Youth tenía una familiaridad de 25 años. De algún modo, ello me hace acumular un material de entrevistas y de vivencias que me hacen sentir una cierta responsabilidad de sacarlo. Y hacerlo en un libro en español, para al público de habla castellana. Para que el proceso de redacción fuese menos ortodoxo y pesado para mí, intenté darle ese perfil, como si fuera una autobiografía. El hecho de que el periodista esté incrustado en la historia creo que lo acerca al lector. Aquí no es alguien que está en un despacho documentándose en libros o Internet y contando la historia de un grupo que ha visto en el Primavera Sound tres veces. No, es la historia de una persona que ha manteniendo una relación con el grupo más allá, intercambiando discos con ellos, teniendo un montón de anécdotas y logrando una intimidad que no se da normalmente en las relaciones entre un músico y un periodista.

-Ponga un ejemplo.

-Hace unos años el hijo de Lee Ranaldo, Cody, estuvo en Barcelona con un amigo. Antes de venir, Lee me escribió para preguntarme si le podía recomendar una pensión o algo que estuviera bien. Yo le dije: ¿Cuántas noches vienen? «Un par de noches». Pues que se vengan a casa. Eso crea una familiaridad muy grande. Luego, con Thurston Moore desde el principio nos hemos intercambiado grabaciones piratas, libros y revistas. Todo eso te da una visión del grupo privilegiada, en cierto modo. Es una mirada desde dentro, pero creo que no ha invalidado que luego yo sea crítico. Porque en el libro se ve que cuando una cosa me gusta mucho queda claro y cuando me gusta menos, también. De todos modos, se defiende siempre el concepto de que Sonic Youth son de esa clase de artistas cuyo control de calidad se pone, en cierto modo, en segundo plano. Ellos prefieren, en un momento de gran creatividad, editar muchas cosas para ver qué respuesta tienen del público, aunque esas cosas a lo mejor no entren dentro del canon oficial. Me refiero a la edición de los discos en su propio sello, más experimentales. Eso al fan de Sonic Youth que se enganchó por Dirty o Goo es probable que no le interese, pero sí a otro tipo de gente. En ese sentido, creo que Sonic Youth son mucho más que un grupo de rock, son una especie de colectivo artístico, casi como una academia de vanguardia que ha conectado el rock con esos otros ámbitos culturales que a mí me parecen muy interesantes.

-¿Qué es lo que se encuentra cuando conoce al grupo?

-Estaban a punto de editar Daydream Nation. Yo los conocía de un par de año antes. Había empezado por Evol, en 1986. A partir de ahí, me puse a buscar sus otros discos. Después viene Sister, el primero editado en España, en 1987. Entonces me interesé mucho por ellos. Me recordaban a The Velvet Undeground, en el sentido de ser un grupo de Nueva York que no temía al ruido y mantenía conexiones con el mundo del arte muy obvias. Busqué el modo de entrevistarlos y, en un viaje de vacaciones a Nueva York en verano del 88, di con ellos. ¿Qué me encuentro? Pues a una gente súper normal y súper asequible. Aquello fue en agosto. En octubre del mismo año venían por primera vez a España, presentando Daydream Nation cuando aún no había sido publicado. Seguramente, de las 50 o 60 personas que había en la sala, yo era el único que conocía las canciones porque me había traído una casete con el disco. A partir de ahí, ellos se hicieron muy receptivos a mantener contacto conmigo. Formaba parte de su modo de entender las cosas.

-¿A qué se refiere?

En EE.UU. Sonic Youth habían ayudado a crear un circuito alternativo con Swans, Minutemen, Meat Puppets, Husker Dü y REM. Todo ello se montó a base de ir ciudad por ciudad, contactando con el crítico musical local, el dueño del club de referencias y luego mantener ese tejido, con el que se construyó la escena alternativa que lleva a la explosión de Nirvana en los noventa. Yo me convertí en la persona en España en la que confían. Cuando nos vemos, yo les cuento mis entrevistas con Sterling Morrison. Ellos, que se han encontrado con John Cale en Nueva York. Es decir, tenemos conversaciones entre fans, como podemos tener tú y yo. Siguen siendo así. Conservan el interés por descubrir cosas del presente y rescatarlas del pasado, conociendo su contexto.

-Habla de cuando escuchó en un walkman la cinta de «Daydream Nation». Al lector ahí se le pone la carne de gallina. ¿Fue consciente de que estaba ante algo histórico?

-Sí, claro. Yo me tiro en la cama del hotel, pongo a funcionar el casete y suena Teenage Riot. Evidentemente, veo un salto cualitativo respecto a Sister y Evol. Pero, claro, no podía saber que ese disco estaría hoy conservado en la Biblioteca del Congreso de los EE.UU., ni que lo tocarían en el Primavera Sound completo, ni que aparecería en todos los listados de discos esenciales de la historia del rock. Pero sí que se veía entonces que se trataba de un salto importantísimo. Integraban todo lo que habían hecho hasta el momento, lo reflejaban en un doble álbum y lo propulsaban a un nivel superior. Es el disco por el que las multinacionales les empiezan a hacer ofertas. Se trata de un momento histórico. De alguna forma, con ese disco se puede vislumbrar todo lo que vendrá después, cuando en el 90-91 se abren las puertas a Nirvana y el grunge. Ellos se quedan como los catalizadores de esa escena. Resulta muy importante ver como luego, cuando logran vender 300.000 discos y descubren que no van a ir más allá, de algún modo se echan atrás. Y siguen haciendo desde una multinacional discos muy intimistas y personales que no intentan competir con Soundgarden o los grupos que habían triunfado a raíz del éxito de Nirvana.

-Antes de llegar a “Daydream Nation” recupera una crítica suya de la época. Dice «Si quieres saber lo que es el sonido de 1987 escucha a Sonic Youth». ¿En ese momento sentía eso que Simon Reynolds llama «embarcarse en el sonido del futuro»?

-Creo que sí. La llegada de los Sex Pistols y el punk me cogió con veintipocos años. Para mí verlos en el telediario una noche cualquiera del año 77 confirmaba que mis intereses musicales no estaban equivocados. Aunque mis compañeros de clase escuchasen a Jethro Tull, Beatles, Genesis o Pink Floyd, lo que a mí me gustaba que era el White Light/White Heat de The Velvet Undegropund o el Ziggy Stardust de David Bowie. Y ahí podría comprobar que, por fin, estaba entrando en el mainstream y se estaba reconociendo las cosas que me gustaban. Me sentí mucho menos raro. Cuando empecé a trabajar en Vibraciones y Rock Espezial, viví muy de cerca el post-punk. Joy Division me apasionaban. También grupos como Magazine o Gang Of Four. Pero después viene el tecno. De alguna forma, el punk fue asimilado por la new wave y el post-punk y el siniestrismo por el rollo Ultravox. De nuevo, nos encontrábamos con que todo lo que habían conseguido esos grupos volvía a ser música comercial, con Human League, Culture Club y ese tipo de cosas. Todo hasta que en EE.UU.el rock empieza a despertar. Primero con Dream Syndicate con The Days Of Wive and Roses. Más tarde, REM con Murmur. Y, en seguida, Sonic Youth. Yo, que era un apasionado de The Days of Wine and Roses porque veía ahí un nexo con el disco del plátano de la Velvet y el primero de los Modern Lovers, cuando escucho Evol y Sister me dí cuenta que ahí es a donde nos llevaba la historia. Podría haberme equivocado absolutamente. Podrían haber pasado desapercibidos, el tecno y Culture Club triunfar en EE.UU., cosa que no ocurrió. EE.UU. en los ochenta vuelve a poner sobre la mesa las guitarras eléctricas y se produce ese movimiento, que explota a finales de los ochenta y dura hasta mediados de los noventa.

-Se habla de las melodías de Sonic Youth. Parece que les ocurre como a Jimi Hendrix, que el sonido eclipsa a las propias canciones y su riqueza melódica. ¿Piensa que en algún momento Sonic Youth podrían ser un grupo pop?

-Bueno, eso lo dice Lee Ranaldo. Le preguntaba por qué ellos no tenían esa faceta de la balada melódica, poniéndoles como ejemplo el Pale Blue Eyes de The Velvet Undeground. Él contesta a la defensiva, indicando que oía mucha melodía en Sonic Youth. Y sí, la hay. Lo que pasa es que es una melodía que está incluida dentro de ese torrente de sonido. Pero tiene razón, hay grandes baladas como Little Trouble Girl en Washing Machine. También hay grandes medios tiempos. Lo que nunca tuvieron es una balada tradicional pop. Pero sí, Sonic Youth en ciertos momentos son absolutamente pop. Sobre todo en Goo y Dirty.

-En una entrevista Jesús Llorente, el director del sello Acuarela, decía que si una canción como «Schizophrenia» la pusieran 50 veces en la radio sería un hit como fue Nirvana.

-Sí, probablemente ya que tendría una tan tonada para ello. Sin embargo, le faltaba lo que tiene Smells Like Teen Spirit, que es el riff básico y la repetición. Las canciones de Nirvana son muy sencillas. Si las desmontas, lo ves. Le ocurre como a los Pixies, que hacen unas canciones muy circulares y simples. Sonic Youth eran más complejos: empezaban con tema, luego lo rompían y más tarde volvían a él. Eso les hacía menos asequibles a las radiofórmulas. Pero tuvieron su oportunidad. En Dirty, por ejemplo, tuvieron 100%, con sus videoclips que se vieron mucho. La gente los escuchaba del mismo modo que escuchaban a Pearl Jam o Nirvana. Pero, de todos modos, después de eso, toman un derrotero muy personal y huyen de ese tipo de convenciones.

-Da la sensación de que ellos se encargaron en 1994 de retorcerlo todo para, voluntariamente, no ir más allá.

-Yo creo que sí. Todos los grandes artistas siempre ponen por delante su instinto creativo. Las discográficas siempre te piden que estés en unos parámetros: que tengas un single en el álbum, que hagas las canciones de una forma determinada… Y ellos no. Hicieron Experimental Jet Set Trash And No Star, que no tiene nada de eso. La gente se esperaba la continuación de Dirty y se encontró con un disco que era mucho más intimista y personal. Ahí no respetaban las convenciones de los temas pop, como si las respetaban Nirvana, porque quizá no supieran más. En ese sentido, Nirvana son como Black Sabbath. Eran simples, lo que no quiere decir que sea negativo.

-Con «Experimental…» aparecieron las primeras voces críticas, al menos en España. Hasta entonces Sonic Youth eran una vaca sagrada intocable. Ahí da la sensación que se abre la veda. ¿No cree que ese fue un disco fantástico?

-Claro. Yo recuerdo cuando recibimos en Ruta 66 el casete de avance. Estábamos maravillados y sorprendidos. Los artistas como ellos tienen ese punto de romper la baraja y hacer lo que quieren. Hay otro disco que cuando salió me pareció muy antipático y que después me gustó mucho, que es el NYC Ghost & Flowers. Ese disco en su momento lo veía autocomplaciente, demasiado arty y demasiado pendiente de la Beat Generation.

-Si no recuerdo mal, hizo una crítica de él en Ruta 66 que terminaba diciendo «Uno ya no se puede fiar ni de Sonic Youth».

-Exactamente. Pero, hace un par de Primavera Sounds conversando con Jose Luis Torrelavega, un colaborador de la revista, me dijo: «No, ese disco me gusta muchísimo. Vuelve a escucharlo por favor». Y realmente tenía razón. Ahora, si me viene alguien que no conoce a Sonic Youth y lo tengo que introducir seguramente le pondría The Eternal o Daydream Nation de inicio. Pero, a lo mejor, también le pondría este disco. Creo que sería una buena entrada, es un disco muy abstracto y sin pop. Ahí están muchos de sus intereses: la poesía beat, el expresionismo abstracto de los cincuenta…las diferentes generaciones de artistas que han hecho lo que es el siglo XX de Nueva York. Lo que pueda parecer un disco en un primer momento es una cosa. Lo que realmente es, otra. Eso me ocurre cada vez más.

-Ese disco lo presentaron en Galicia en el Santi Rock. En su concierto hicieron un zigzag constante entre ese álbum y los clásicos: un tema nuevo, un tema conocido. Fue uno de los mejores conciertos de que rock que haya visto en mi vida.

-Pues ese concierto no estaba en el libro. Me había olvidado de él. Una de las dos personas que lo corrigió se dio cuenta que faltaba. Fue el único concierto de la gira en España. Habían estado con Yo La Tengo.

-Dedica un capítulo al conflicto entre indies y multinacionales a propósito del salto de Sonic Youth a Geffen en 1989. Lo contrapone a la postura radical de Steve Albini. Visto desde el 2014, ¿no cree que la crítica en general le ha dado mucha importancia a estas cosas que, al final, no sirven para mucho?

-Absolutamente. Steve Albini tiene un problema: el puritanismo. Se la coge con papel de fumar. Tiene una visión, para mí, admirable del negocio. Es el actuar por actuar, sin cobrar o cobrando lo mínimo. Corre la leyenda que vienen al Primavera Sound por el viaje y el hotel. Y lo hacen cada año. Eso es como lo de Angus MacLise, el percusionista inicial de The Velvet Undeground. Cuando le dijeron que tenían un primer bolo en un instituto de New Jersey, preguntó: ¿Vamos a cobrar y nos van a decir cuando vamos a empezar y cuando terminamos? Cuando le dicen que sí, contesta que no le interesa. Esa visión del arte es de una pureza brutal. Sonic Youth, como buenos americanos, son mucho más pragmáticos. Después de haber sido estafados por los sellos indies durante años, porque incluso terminaron en juicios, llega una multinacional que les asegura dinero para hacer los discos y buena distribución. Es normal que el pragmático diga que le interesa. Entonces, lo más importante no era ni el creador ni el público. Lo más importante era la distribución. Las bandas se hartaban a girar, metían 500 o 800 personas en un club, pero luego la gente no encontraba el disco en las tiendas. Con Geffen ellos lograron estar en todas partes.

-En “Goo” suavizaron un poco el sonido, se hicieron fotos muy atractivas y cambió la imagen del grupo hacia algo más accesible. ¿Ello generó conflicto entre ellos en algún momento?

-No, yo creo que estaban todo encantados de por fin vivir de la música. Se explica en el libro, antes cada uno tenía su labor extra musical: Lee Ranaldo llevaba las cuentas, Thurston Moore hacía de relaciones públicas, Steve Shelley el merchandising… Cuando de pronto están en Geffen ven que todo ese trabajo ya no lo tienen que hacer. Pueden dedicarse a la música. Dentro no hubo tensión, para nada. Otra cosa es que hubieran críticas fuera del grupo por parte de Steve Albini y, por parte de otra gente. Aún las hay. Yo me encuentro con que aún hoy hay gente que me dice que Sonic Youth son una mierda y que siempre lo han sido. O que son un vacío cultural.

-Sí que es cierto. Yo conozco a gente que sabe mucho de música que los detesta.

-En la crítica de mí libro publicada en Ruta 66 Eduardo Ranero lo expone claramente: “Yo llegué tarde a Sonic Youth por culpa de los prejuicios y ahora me doy cuenta de lo que me estaba perdiendo”. Es un hombre que le gusta el rock undeground, el garage, la psicodelia y tal … y lo lógico es que le gusten. Seguimos funcionando con unos parámetros un poco tristes de etiquetas. ¿Sonic Youth es un grupo indie? No, para mí es rock y ya está. ¿Yo La Tengo es un grupo indie? Pues no, es pop, rock y folk. Pero aquí se han creado todas estas separaciones entre Rockdelux y Ruta 66, lo que es indie y lo que es rock y resulta un poco inútil. Es una de las lecciones que yo he aprendido de Sonic Youth: su absoluta falta de prejuicios. Eso ocurre porque son norteamericanos. En Europa somos más quisquillosos en ese aspecto. Ellos nunca han tenido ningún problema en observar y asimilar cualquier fenómeno. No importa de lo que estés escribiendo, sino cómo lo ves y cómo lo escribes. En ese sentido, Sonic Youth son totales. Aún hoy me encuentro con gente que me hace una entrevista para un blog sobre el libro y me dice: ¿Oye, es verdad que les gustaba Madonna? [risas] Pues supongo que sí, porque ellos dicen que aquel es un momento en el que la radio comercial tiene cierto atractivo. Suenan Springsteen, Michael Jackson, Madonna… y eso les recuerda a cuando ellos tenían 13 o 14 años y la radio comercial estaba viva porque sonaban los Beatles, los Stones y los Kinks. ¿Qué problema existe con que les guste Madonna?

-Yo La Tengo sublima todo eso. Yo, por ejemplo, crecí musicalmente en el ambiente de A Coruña, muy ligado el revival 60´s y 70´s. Entonces resultaba muy difícil conciliar eso con escuchar a Yo La Tengo, tanto para los fans del revival como para los indies. Y tú ves ahora sus discos: todo converge e, incluso, aparece por ahí Booker T & Mg´s.

-Claro. Ese es un grupo que tiene canciones que son perfectamente pop de los sesenta. Otras que son folk rock de los setenta. Luego son, si quieren, van a Booker T & Mg´s, para más tarde saltar al rollo funky de los setenta y la discoteca. Ira Kaplan tiene mi edad y lo que hace es asimilar lo que hemos escuchando durante todos estos años. Son mucho más académicos que Sonic Youth.

-Lo hacen, además, sin ironía. En España y Europa esos puzzles muchas veces se realizan desde una supuesta modernidad, que busca sorprender mostrando una ausencia de perjuicios forzada y pirotécnica. Aquí aparece todo de modo mucho más natural.

-Totalmente. Sonic Youth te hablaban de un grupo o de un disco y tu decías: ¿Pero cómo me va a gustar eso? Ellos te contestaban: ¿Por qué no? Yo vengo de una generación en la que, al principio, o eras de Beatles o de Rolling Stones. Luego, eras de heavy o de rock sinfónico. De ahí pasamos al o eres de indie o eres rutero. Pero a ver, ¿a qué estamos? Si todo es mucho menos complejo. O a lo mejor es todo muy complejo, pero separando la música en compartimentos no ganamos nada. En ese sentido, el Primavera Sound, que es como el máximo fenómeno de la música indie, me ha posibilitado ver, por ejemplo, a Motörhead o Daft Punk el mismo día.

-Volviendo a Sonic Youth, usted se vino arriba con “The Eternal”. Recuerdo una crítica a página completa en el Ruta 66 que supuraba emoción. Que bajón que luego pasase lo que pasó, ¿no?

-Así es la vida. Lo mismo que les mantuvo unidos, fue lo que les hundió: el hecho de que la mitad del grupo fuese una pareja. Todas las cosas tienen su final. Mejor que se hayan ido con un gran disco. A mí ese disco y el anterior me parecen sensacionales.

-De todos modos, la sensación que deja «The Eternal» es la de un disco clásico, de estilo. Parece que el discurso del grupo ya no podía avanzar más.

-Sí, es como un testamento. No se sabía lo que iba a pasar, aunque Thurston sí debería saberlo, porque la historia con la otra llevaba tiempo. Ya hay canciones en The Eternal que ya van sobre la otra, según tengo entendido. Aquello era una bomba en la mano. Cuando se destapó, todo explotó. De todos modos, yo quiero pensar que volverán. Lo que no sé es si interesa o no interesa. Cosas más difíciles he visto. En cualquier caso, si vuelven dentro de tres o cuatro años, el tiempo que han pasado separados será importante para retornar con algo que no sea tan clásico como The Eternal. Eso es lo que mantiene Lee Ranaldo: que si tienen que volver que sea con algo nuevo, no para tocar Teenage Riot. Por otro lado, Steve Shelley ve que el tiempo se les escapa de las manos, porque Kim Gordon tiene ya 60 y pico años. Si no es en los próximos tres o cuatro años, quizá luego sea demasiado tarde.