La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Marta se quedaba en los recreos en clase allá por 1989. No salía al patio. Prefería quedarse en clase. Con sus revistas Super pop. Sus Popcorn. Y sus Bravo alemanas, que solo compraba cuando salían los New Kids On The Block, su grupo favorito. Marta nada tenía que ver con el resto de las chicas de su curso. No había pisado una discoteca de tarde. Tampoco usaba Levi’s 501 por encima del tobillo. Y no, no había recibido jamás un beso de un chico todavía. Ni siquiera en los Verdad, beso, consecuencia a los que nunca estuvo invitada. Su vida transcurría, anodina, sin llamar mucho la atención. De cuando en cuando tenía que soportar como Tocho, el tripitidor de la clase, se reía de ella por su sobrepeso. También cuando decidía, por-que-sí, tirarle de la goma del sujetador en la espalda. Lo llevaba como podía. Es decir, mal.

Había un momento en el que, sin embargo, aquella niña brillaba. Cuando la puerta de la clase se cerraba y Marta se juntaba con sus dos amigas de 1ªC, otras marginadas del instituto, el mundo cambiaba su gesto. Repasaban los pasos de aquel video de los New Kids On the Block. Lo habían grabado en video de Rockopop y lo ponían sin parar en casa, cada día. Se trataba Tonight, una pieza con melodías y arreglos beatelianos pensados para adolescentes que jamás habían escuchado a The Beatles. Marta, que era una fan muy fan, lo sabía. Pero más allá de la música, había encontrado en ellos un mundo ideal al que viajar de manera intermitente. En cuanto se accionaba el play, el mundo en blanco y negro iba tomando color, como en los filmes clásicos pintados a posteriori. Y aparecían aquellos cinco chicos de gesto amable y actitud fresca. Nada tenían que ver con la jauría sudorosa que se encontraría tras el recreo.

Tonight, arranca suave, cadenciosamente pop, apenas sustentada por un piano y los sintetizadores simulando violines que arropan las voces sedosas. Pero justo antes de llegar a su estribillo, pega un salto. Ahí Marta se transformaba. Con sus amigas ensayaba la coreografía, escuchando la canción en un walkman gracias a unos rudimentarios altavoces externos. Con los pies juntos saltaba de un lado a otro. Luego echaban las caderas hacia atrás, y los dos brazos juntos adelante arqueando la espalda, mientras mirada de lado con su cara. Lo hacían bastante mal, de una manera torpe, cierto. Pero en el espejo de la clase vacía ella se sentía deslumbrante, diciéndoles a todos aquellos que la ignoraban o despreciaban día a día que era algo especial, radiante, encantadora. Y que ellos, ciegos, no lo habían podido ver.

Los minutos pasaban. Y cuando repetían y repetían el mismo paso, el recreo se había terminado. Embriagadas en su baile-karaoke, siguieron. Llegaron los primeros compañeros al aula y las vieron. Hubo risas, más risas y carcajadas. “¡Ahí está Madonna haciendo de la Gorda de las Galaxias!”, grito Tocho cuando se lo contaron. Toda la euforia de Marta se desvaneció en un instante. Como si la sintiera bajando desde el pecho a los pies mismos para derramarse por el suelo, la sensación de bienestar se evaporó para volver al mundo real. Ese del que soñaba escaparse cada día, subida a lomos de una canción.