La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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León Benavente
A Coruña, Le Club
7-2-2014

Puede que se trate esta de una de las últimas veces que se pueda ver a León Benavente cara a cara, en el palmo de distancia de una sala pequeña. Lo que se vivió anoche en Le Club lo dejaba entrever. Como si se encontrase en la punta misma del trampolín cogiendo impulso, su propuesta creció en vivo, se hizo con el público y dijo claramente que iba a ir más allá, mucho más allá. Cuando su presencia en todo tipo de eventos está confirmada este año, no parece muy descabellado afirmar que otro nombre se hace paso ese elenco de los Dorian, Lori Meyers, Love of Lesbian, Supersubmarina, etc… que se repite en todas partes. Hablamos, claro está, de volumen de público, no de estilo.

Sí, porque a diferencia de esas otras propuestas abiertamente pop, con estribillos luminosos y melodías nítidas a las que abrazarse sin problemas, lo sorprendente en León Benavente pasa porque logran agitar cuerpos y sentimientos con unos presupuestos que rara vez triunfan. Su música de tinte oscuro y su pretensión de radiografía de un momento social (“demasiado light”, reprochaba un espectador a la salida) se ha revelado para todos los públicos. Ver enfurecido a Abraham Boba proclamando «Muerte al rey Ricardo» ante una pléyade sudorosa y con las manos en alto obliga a pensar que, sí, que a veces el mundo de la música es justo. Y aunque tarde -estos ya se columpian en la cuarentena-, el éxito les ha llegado. Aplausos.

“Como cambiou todo Abraham”, soltaba un espectador. Se refería a una anterior presencia del vigués en la ciudad a la que “non foron mais que catro gatos”, decía. Ayer Boba se puso el traje de estrella del rock y comandó la nave con autoridad. Desde una introducción instrumental hasta el Ánimo Valiente con el que cerró el recital, mostró las cuchillas de un sonido redondeado en disco pero que rasca (y mucho) en directo. Sí, la batería de Cesar Verdú toma cuerpo, deja de sonar krautrockiana y golpea en el pecho. Las guitarras de Luis Rodriguez pinchan como picos de un gráfico que se salen de la cruva esperada. Y la voz de Abraham, de cuando en cuando, amenaza tormenta. Verlos a todos en ebullición (con el bajista Eduardo Baos, exhultante, dando saltos en el escenario) genera la fotografía perfecta del rock en efervescencia.

Abajo, sus temas sonaron vivos, nerviosos, como haciéndose de carne y hueso. Y provocando algún que otro incendio. Uno, Avanzan las negociaciones, desafiante como aquellos Surfin’ Bichos que arañaban en los primeros noventa en alaridos que procedían el susurro. Dos, El rey Ricardo, desde ya un himno de puño cerrado y mandíbula batiente contra la monarquía y quienes la sustentan. Tres, ya en los bises, Ser brigada, apretando la intensidad con un Boba desbocado y mezclado entre el público como quien arroja gasolina a los fuegos para que todo explote.

Final. La cosa, por ahora, no da para más y el concierto, breve pero sin un segundo de desperdicio, terminó con la sensación que arranca estas líneas. Quien pueda, que los vea ahora. Porque, en nada, todo cambiará. Y entre los que renieguen del grupo por crecer, los que digan «yo ya decía desde el principio que eran comerciales» y todos los que se apunten a la fiesta mes a mes, nada será como antes.