La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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(El pasado 28 de junio incluimos una entrevista en el suplemento Fugas con Xoel López con motivo de su éxito en los premios UFI. Por motivos de espacio una buena parte de la charla, en la que repasaba una buena parte de su carrera, se quedó fuera. Esta es la versión ampliada de la entrevista)

Xoel López (A Coruña, 1977) dice que no se deben mezclar conceptos. «El ser valiente no significa que no tengas miedo», apunta. Él desafió a la inercia artística reinventándose en América con Atlántico, el primer álbum a su nombre. Se acababa Deluxe. Y sintió el vértigo de lo que iba a pasar. «No lo voy a negar. Al irme, temía cómo sería la vuelta», admite. Un año después de su edición, la Unión Fonográfica Independiente (UFI) lo ha nombrado artista del año. «Es como el reconocimiento oficial de Atlántico, señala satisfecho. «Me sorprendió que la gente que votase, porque no sabía que estaba en ese punto», explica.

—¿Hay en «Atlántico» una especie de crecimiento personal que llega a lo artístico?

—Sí. Mi generación creció tarde. Creo que somos más bien una generación infantil, en general. Y para mí hay un paso de crecimiento personal muy grande en estos años en los que viví en América. No todo fue color de rosa. Cuando vives fuera te pasan mil y una situaciones extrañas. Desde querer comprar algo y no saber dónde, decir una palabra y que no sea la correcta, que algo que haces de una manera se lo tomen a mal, esperar que ellos hagan algo que no hacen… Es impresionante como cambian los códigos de un país a otro. Pero es sano, porque te obliga a generar recursos vitales. Estar fuera de tu lugar cómodo te deja en bolas. Tienes que sobrevivir de alguna manera. Enriquece mucho y te obliga a crecer. En Sudamérica la vida no es fácil, hay mucha pobreza. Yo, además, venía de una España de la buena época, en la que la gente tenía de todo por cinco. De hecho, antes de irme para allá empezaba a sentir que aquí era todo demasiado superficial, a veces incluso me agobiaba En América encontré un lado más entrañable que echaba en falta. Allí la gente se juntaba más en las casas, conversaba más y de una manera más profunda.

—Eso se refleja en la música. «Atlántico» desprende mucho relax y armonía.

—Es que mi música es el reflejo de lo que me pasa a mí. Yo soy muy autobiográfico. Por mucho que me esconda tras la metáfora, casi siempre hablo de mí. No soy nada cerebral, no puedo evitar contar mis cosas.

—El disco, un año después de su edición, todavía tiene vida. ¿Le frustran las escuchas rápidas a las que está sometida la música hoy en día? 

—No tanto. La frustración la genera no estar contento con el resultado, que me ha pasado con canciones puntuales de otros discos. Lo otro no depende de mí. Yo no puedo ser tan soberbio como para pensar que el disco se tiene que escuchar porque sí. El disco lo tiene que escuchar quien lo quiera escuchar. Esta ahí para eso y, además, queda para toda la vida, como un legado que pueden disfrutar tus nietos y quien sea. Insisto en la idea de que no somos tan importantes. Todo depende del momento, de que la gente le apetezca acercarse a ti. Es más, yo venía con ese respeto de que la gente me podría decir: «¿Y a mí qué me interesan tus viajes y tus nuevas formas de entender la música?». Eso puede pasar.

—¿Se esforzó por evitar el pastiche en esa renovación? 

—Yo creo que si lo hubiese grabado mi primer año allí, seguramente sería más pastiche porque estaba en mi fase de fascinación. Como me tomé las cosas con calma, las cosas fueron fluyendo. Por ejemplo, yo escuchaba música brasileña con 15 años pero no es lo mismo tocarla con brasileños en Brasil, interiorizarla y sentir que, más allá de usar un instrumento determinado, hay algo más esencial, que tiene que ver con la vida  del brasileño. Eso cuando lo captas, llegas a la raíz. A veces hablamos de las influencias como algo estético y no es así. Tú puedes ver a alguien vestido de traje como si fuera de clase alta, pero no se lo mismo que ser de clase alta.

—En el disco sobresale una canción por encima de todas «Tierra». Puede que sea su mejor tema. ¿Fue consciente cuando la escribió?

—No. Cuando la hice sabía que era bonita, pero la enseñé y no llamó mucho la atención. La canción la grabé en Buenos Aires y la regrabé para el disco. Sin embargo, esa versión no nos molaba. Al final la volví a grabar en mi estudio de Buenos Aires y se la mandé a Juan de Dios para que la mezclase él. Y fue así. Grabé las guitarras en el pasillo de mi casa, canté y la mandé. Cuando mandamos el mastering, el primero que lo escuchó fue Kin, mi manager. Cristina de Esmerarte, mi agencia, propuso sacar una adelanto del disco. Opinamos Juande, Kin, Cristina y yo. Todos coincidimos en Tierra. Es decir, de las tres o cuatro que elegíamos, todos teníamos esa canción. Y, sí, gustó mucho. Luego cuando ves que el tema adquiere esa dimensión pues piensas. «Oye, pues sí, está bien» [risas]. A mí la verdad es que me gusta mucho.

—Es una canción redonda. Todo encaja en ella, incluso la manera de sucederse las sílabas. Eso también es algo muy brasileño, el jugar con la tonalidad y el fraseo. ¿No hay una influencia oculta ahí?

—Es muy sutil lo que dices. La influencia puede venir por eso, no porque haya ritmos brasileños ni nada, simplemente es una canción acústica en la que puedes hacer un fraseo suave, como el de Caetano. Puede ser. Me gusta pensar que es así como dices, que las influencias entran sin que lo sepas. Todo ello puede llegar incluso al margen de lo musical, sino por lo emocional. Si tu llevas una vida relajada, tu música va a ser más relajada y, a lo mejor, el fraseo funciona mejor. Es decir, que el fraseo puede ser consecuencia de una forma de vida.
 
—El disco lo transmite. ¿Existía antes existía en Deluxe un punto trágico?   

—Sí, antes me dejaba llevar por ese lado oscuro él y, a veces, incluso me regocijaba. Ahora siento la melancolía como parte de la vida, que puede ser bella.
 
—¿Ese cambio se produjo en América?

—Bueno, pasaron muchas cosas. Mi etapa en América coincidió con una fase bonita de mi vida en le que empecé a concluir. En el final de Deluxe había descendido a mi lado oscuro y eso se reflejó en alguna canción, para bien o para mal. Pero de ahí aprendí mucho también.
 
—¿Quizá a no volver más?   

—Sí, claro. Lo que pasa es que la vida es muy compleja. Te aparecen cosas que no sabes cómo resolver y vas a prendiendo poco a poco. Mi vida fue bastante ajetreada. Me pasaron cosas para las que no estaba preparado. El éxito, en ese sentido, puede ser tremendo. Estar expuesto es difícil.
 
—¿Le desbordó alguna vez?   

—No, pero sí que me empezó a incomodar que la gente me parase por la calle, que en vez de ser una persona de vez en cuando fuesen muchos. No me gusta nada la fama. En mi caso es necesaria para vivir de la música, pero si la puedes manejar y controlar mejor. En América, sin embargo, vi que nadie me hacía ni caso [risas]. Fue una gran cura de humildad. Yo lo recomiendo. A cualquier persona que tenga una situación cómoda o de poder le viene bien algo así.
 
—El lado negativo del disco viene con los fans desencantados.

—Eso es un clásico ya en mi carrera.

—¿No se acentuó más en este disco? Le vi en directo en el Festival do Norte y en el Noroeste Pop Rock. En los dos conciertos me dio la sensación de que se estaba produciendo un zigzag en el público. Como si hubiera uno que esperaba las canciones de Deluxe sin gustarle las nuevas.

—No puedes hacer nada. Todo depende de la gente. Imagínate que quisiera solucionarlo, es que no hay solución. Si tocas las de antes unos estarían descontentos y, si solo voy con las de ahora, lo mismo. Pero bueno, eso referido a ese público porque hay otro al que le da igual, que sigue mi evolución. Ese problema, por llamarlo de alguna manera, solo sucede cuando cambias y evolucionas. Es algo con lo que tienes que contar.

—Esto que le pasa a usted ahora le pasó a Los Planetas cuando empezaron con el flamenco o a Radio Futura cuando apelaron a lo latino. ¿Contaba con ello?

—Sí, te tienes que joder. Hay que asumir que, si quieres dar un paso adelante en lo artístico y que muchos te dirán “adelante” dándote una palmadita diciendote “chaval, eres muy valiente”, también vas a tener una parte negativa. Pues que tengas que renovar tu público, volver a tocar en un montón de sitios desde cero, que la gente te diga que ya no le molas, otros que te digan “yo pensé que no me molabas y ahora resultya que me gustas”, que también pasa. Pero claro, el que tiene un sonido muy claro de siempre, le gusta hacerlo siempre así y lleva tocándolo desde hace muchos años no tiene ese problema. Todo depende de cómo enfoques tu carrera.
 
—En el Noroeste Pop Rock hubo gente que abandonó su concierto. Yo escuché a un fan desencantado decir: «Parece Juan Luis Guerra». ¿Qué le parece?   

—Pues a mí me encanta Juan Luis Guerra, me lo pongo en casa y lo vi en directo. 

—Vaya, que a lo mejor pasa lo que ocurría con Carlos Berlanga en la época de Dinarama. Le decían que los temas de Dinarama se parecía a Pimpinela y él lo tomaba como un piropo. 

—Claro, es un poco lo mismo. Yo creo que la gente me está empezando a descubrir. Dicen «Parece Juan Luis Guerra». Sí, ¿y qué? «Ah, es que le mola». Se descolocan. Pero es que a mí me gusta lo popular, de siempre. 

—¿Cuáles son sus primeros recuerdos asociados a la música que tiene?   

—Sobre todo los cantautores, en el coche de mis padres. Eso es lo primero que le viene a la cabeza.

—¿No le fascinó Mecano?   

—Sí, yo era fan de Mecano pero de tener sus discos. También de Hombres G, El Último de la Fila, The Beatles… cosas que llegaban a casa por casualidad. Siempre pop, siempre fui de canción, no se me dio por escuchar jazz. Yo escuchaba de todo. Con el vídeo Beta que había en casa grababa los programas de la música que había en la tele. Me daba igual que saliese Marta Sánchez que Julio Iglesias. Luego, en la adolescencia, empecé a tener prejuicios, con la cosa de identificarte con movimientos. Por suerte, al meterme en la movida mod tuve un espectro musical muy importante. Porque dentro de que es algo muy estructurado y cerrado, también es muy abierto. Dentro de sus fronteras reúne un montón de música. Para un chaval de 15 años eso chega dabondo. Soul, pop, modern-jazz, etc… Pero si voy al pasado pasado, creo que las primeras influencias vienen de mi viejo cantando y de mi abuelo, Florencio López Fernández. Cantaba mucho y es una referencia de folclore en Galicia. Luego está mi padre, que canta muy bien y cantó siempre música de todo tipo. En mi casa se escuchó siempre mucho folclore, de Latinoamérica y Galicia especialmente. La colección de discos de mis padres comprendía eso que se llama world music. Eso es lo que sonaba, aunque yo renegase durante un tiempo de ello [risas].
 
—Me llama la atención lo que dice de los prejuicios. Parece que como si todos los que estamos más o menos metidos en la música hubiésemos gastando muchas energías en una etapa de nuestra vida en pos de construir una especie de criterio musical. Y que ahora, sin embargo, nos demos cuenta de que ello que no sirve para nada.

—Estoy totalmente de acuerdo con eso.
 
—¿Está usted en esa fase de reivindicar la libertad total diciendo aquí, en una entrevista, que le gustan los Hombres G?

—Es que, de hecho, me gustan. ¿Qué pasa? ¿Soy culpable de algo por ello? Es curioso. Nunca lo había pensado tan esquemático como lo dices, pero es así. A una edad adquieres una serie de prejuicios para instalarte socialmente diciendo “Yo soy esto”, por una cuestión de identidad. Y luego, por lo menos en mi caso, te pasas toda tu vida quintando capas y quitando capas para volver a eso que decían los tropicalistas, la libertad infantil. Es curioso.

—¿Quiso ser siempre músico?
   
—Creo que sí. De niño, muy niño, no. Seguro que si me preguntabas diría que policía, detective privado, bombero o algo así. Pero luego, ya en el colegio, en el Eusebio da Guarda, aprendí a tocar la guitarra. A los tres días estaba haciendo canciones. Estaba claro que tenía esa necesidad. Me evadía, me hacía sentir bien. Pasaba horas y horas tocando en la habitación de una forma obsesiva. La verdad es que yo, si ahora veo a un niño así, le preguntaría: «¿Estás bien?» [risas]. 

—Vamos, que era el niño raro de la clase, ¿no?

—Sí, aunque mi hermano también es medio freak. Yo me pasaba horas tocando la guitarra española. Era como una especia de mantra. No sabía a qué respondía, pero había algo que pedía viajar, evadirse o comunicarse.

—¿Y cuándo vio que podía ser un músico profesional? 

—No lo veía. La verdad es que parecía un sueño imposible. Yo era un chaval de provincias, como dicen en Madrid. ¿Qué referentes podía tener? Como mucho Los Flechazos, de León. O Kozmic Muffin, que hacían alguna gira por Galicia y un concierto aislado en Barcelona, pero que eso no daba para vivir de la música. Esa idea era inalcanzable aunque a lo mejor, de manera inconsciente, yo seguía ahí poniendo fichas. Pero de entrada yo había renunciado a ello por completo.

—Eso en cierto modo era lógico en su periplo en bandas de orientación sixties. ¿Con Deluxe pensaba lo mismo?

— Cuando saqué Not What You Had Thought, el debut de Deluxe, lo hice con esa perspectiva: no había salida. Me habían ofrecido hacerlo y lo hice sin ninguna ambición en ese sentido. Pero lo empieza a poner Chema Rey en RNE-3 y empiezo a sentir una adrenalina tremenda. Estudiaba Turismo en Salamanca, dejé de ir a clase para escuchar la radio. Me empieza a entrar un subidón constante. Me preguntaba: ¿qué está pasando aquí? Luego me decían que iba a tocar en Benicassim y buff…

—¿Tocar en el FIB fue un punto de inflexión?

—Sí, yo creo que sí. La verdad es que hace tiempo que no recordaba aquellos días…

—¿Qué pasó con el primer disco de Deluxe que, en principio, lo tenía todo para no trascender del underground?

—Pues lo mismo que con Atlántico. No era un disco hecho para triunfar, pero ahora veo que estaba claro que en ese momento hacían falta cosas distintas en la música. Ese disco, a pesar de no tener nada de original, quizá aportada cosas en aquel contexto.

—Visto hoy en día no parece una ruptura muy grande, pero quizá en el 2001 sí que era romper con la música de revival que hacía con la Elephant Band.
 
 —Sí te sitúas en ese contexto sí que fue una ruptura. Hoy se puede ver como algo ridículo, pero entonces los fans de la Elephant no se lo tomaron bien.

—¿Todavía es el traidor de la causa mod? 

—Yo siempre seré un traidor para todo mi pasado musical. Sigo evolucionando. ¿Que ahora sueno a Juan Luis Guerra? Pues sí, lo siento, ¿qué voy a hacer? La gente dice que se debe a su público. Yo me debo solo al que quiera verme, no puedo hacer lo que la gente demanda.
 
—Entonces se hablaba mucho de Ocean Colour Scene, de The Smiths, de REM. Imagino que para usted era una música que estaba descubriendo con mucha excitación.

—Sí, yo venía de un rollo mucho más clásico y ahí tuve una época más ochentera y noventera. Todo el mundo tiene fases, lo que pasa es que a mí se me notaba mucho en la música.

—El disco gustó mucho. Había críticas entonces que decían cosas como «Morrissey mataría por una canción así». ¿Qué sentía ante esta exageraciones? 

—Mucha vergüenza, sinceramente. Eso es una faena. No puedes controlar lo que se escribe, pero luego es tu responsabilidad. La gente va a verte con la idea de “este que dicen que es la hostia” y luego ve que no es para tanto. se siente decepcionada, con razón.   

—¿Generó animadversión?

—Claro, pero es normal. Por eso hay que tener cuidado con lo que se escribe [se ríe señalando la libreta]. Porque si tú vas y dices «Es que a Morrissey ya le gustaría parecerse a este tipo». Luego va otro y dice «Esto es una mierda». Y no es que le parezca una mierda, sino que al lado de ese comentario no hay nada que hacer.

—En el segundo disco apareció «Que no» ¿Por qué cree que triunfó ese tema? 

—Por el estribillo y la letra. Yo creo que la gente necesitaba decir no, que es algo que en la vida normal cuesta mucho. Lo veía en la  gente en los conciertos. Le salía el «no» que no se atrevían a decir en su día a día. El que le tienes que decir a tu pareja, a un amigo, a tu jefe…
 
—Una vez estaba en una discoteca y sonó esa canción. De pronto llegó la policía y cortaron el tema de cuajo. La reacción de la gente fue ponerse a cantar a voz en grito. Era algo surrealista, la policía fuera pidiendo los papeles y dentro todo el mundo coreando su canción.

—¿Sí? ¿Venga ya? ¡Que guay!
 
—¿Vivió alguna vez algo así?

—No, pero ¡qué bonito! Una vez que haces la canción, el poder luego se lo da la gente. Tú la hiciste, pero luego la gente  genera ese tipo de situaciones y le da ese tipo de fuerza.

—El éxito tuvo una segunda parte. Pronto se le puso como un ejemplo de lo que no debería ser el «indie». ¿Cómo lo vivió?
 
—Yo solo sabía una cosa: como músico no podía ser elitista por una cuestión casi de pensamiento político. Yo no puedo pensar que mi música solo puede llegar a un sector del público. Son cosas que no me entran, aunque claro que me las planteaba y  tenía dudas sobre si debería hacer esto o lo otro. Es muy difícil, pero si de algo estoy satisfecho es de no haberle puesto trabas a la exposición de mi música. Otra cosa es cómo lo haya hecho, si me puse a hacer anuncios para Trinaranjus, que no los hice. Creo que el paso a ese otro público general era algo que estaba pasando en el país. Hoy en día, ¿quién tiene más gente Benicássim o el MTV Day? Creo que, en ese sentido, me tocó ser un poco la cabeza de turco. A mí y a algunos más.

 —En especial sobre el pop independiente español de la revista Rockdelux, Roberto Nicieza de Astro ponía en un extremo a usted y en el otro a Nacho Vegas. Daba a entender que él era el auténtico y usted el maleable comercialmente.

—Nacho Vegas vende más que yo y ahí está su trascendencia. De todos modos, yo creo que se le da mucha importancia a esas cosas y, de verdad, pienso que no la tienen.

—O se le daba. Todo el mundo ha crecido mucho: lo músicos, la gente que está en las revistas, el público,… todos.

—Sí, eso se nota mucho. El otro día en los premios UFI se notaba mucho. Canas, algunos ya calvas [risas]. Es como, bueno, ya no estamos con esas cosas. En ese momento era como una necesidad de identificarse con algo, de tener muy claro lo que era sí y lo que era no. Llegan un momento que dices “Venga, ya está, vamos a tomar una caña”. Eso trascendió, por suerte.
 
—Luego llegó los «Jóvenes mueren antes de tiempo», su peor álbum.

—Eso fue una bajada para mí.

—Sin embargo existía una gran expectación y fue muy promocionado, incluso saliendo en telediarios. En Mushroom Pillow, su sello de entonces, dicen hoy que no debería haber salido nunca. ¿Qué piensa? 

—Entiendo que puedan decirlo ahora, pero entonces sí que lo querían editar y le gustaba. Yo creo que fue un momento en el que yo estaba en una transición respecto al modo de entender la música y coincidió que lo hice de manera pública. Pienso que, salvo cuatro o cinco temas, no tiene la suficiente calidad. Pero también creo que, de alguna manera, lo hice a propósito. Sentía la sensación de «¡Vamos a triunfar!» pero no mía, sino de mi entorno. Recuerdo un comentario de El Diablo, que era la que coeditaba el disco: «Bueno qué, ¿doce Que nos?». Así tal cual te lo digo, en una fiesta.  Y eso te queda ahí y tú, por dentro, pensabas: «Pues a lo mejor no vamos a tener ni un puto Que no». Aparte que yo, en ese sentido, soy un poco rabudo. Por eso creo que hice un disco que no tuvo mucho éxito porque, en parte, era el momento de poner tierra por medio. En ese momento un disco como doce Que nos me hubiera llevado a tener un éxito que me hubiera hecho más infeliz. Y cuando digo éxito, lo digo en el sentido de lo que la sociedad actual entiende eso.

—En su día, al escucharlo, me dio la sensación de que pretendía decir algo grande en él, pero que no encontró de ningún modo la manera de decirlo.

—Yo estaba probando. Era mi primer disco en castellano y se me quedó un poco grande. No estaba preparado para enfrentarme a un disco de trece temas.

—Luego estaba ese título tan solemne.

—Algo épico ¿no? La verdad es que es mi disco que menos me gusta. Aprendí mucho. Me dieron mucha caña con él. Fue duro, pero a la vez sano porque también asumes que, cuando te expones, te van a caer de todos los colores.
 
—Hubo críticas durísimas ¿Le llegaron a afectar?   

—Buff, es que te vas acostumbrando. Si hacemos un repaso a mi carrera se ve que es algo que me ha pasado siempre. Si fuera de repente, que un día con 25 años hago un disco y me caen críticas, pues seguramente sería difícil. Pero, como ya desde pequeño había vivido el aplauso y la crítica, creo que lo fui encajando más o menos bien. Hoy en día las críticas ya no me afectan nada, pero en ese momento quizá sí que me importaban algo más. 

—¿Lee prensa musical?  

—No mucha, la verdad. 

—¿Cómo ve que en «Rockdelux» o «Ruta 66» usted prácticamente no exista y en «Rolling Stone» o «Mondo Sonoro» sea algo así como el gran genio del pop español? 
  
—Está todo muy segmentado. Yo, sinceramente, creo que ni tanto ni tan poco, que a lo mejor tengo más que aportar de lo que algunas revistas quieren pensar, al tiempo que no soy tan importante como me reflejan otras. Al margen de ello, creo que a las revistas no se les exige ese grado de autenticidad o coherencia que se le pide a los artistas. Muchas veces son muy corporativistas, se centran en un sector de mercado para ir a por determinada gente y no te meten porque no quedaría bien ahí. Creo que ni siquiera escuchan el disco y eso tiene algo de perverso. Es como en las discotecas en las que no puedes entrar con calcetines blancos. Tú le dices: «Oye, que tengo dinero, lo voy a gastar». Pero ellos te dicen que así son las normas. Pues entonces, que che dean voy a seguir llevando calcetines blancos. No sé hasta qué punto tienen la libertad que tenemos algunos. 

—Después de esto, termina en EMI. Entra con mala suerte porque al poco de ficharle despiden a un montón de personal, quedándose sin el apoyo que, en principio, iba a tener. ¿Cómo lo vivió?

—Yo necesitaba pasta para pagar mi carta de libertad, de la que no puedo hablar porque Mushroom Pillow lo pidió por contrato. Necesitaba bastante dinero. Me quedaba un disco y ni yo lo quería sacar con ellos ni ellos conmigo. Pero querían ganar dinero con mi salida. Era como un jugador de fútbol. ¿Quién podía pagarlo? Pues el menda lerenda la mitad y el resto EMI.
 
—Luego le pediría a ellos la misma carta de libertad.   

—Sí, contra la idea de algunos tienen del romanticismo de las compañías indie, en EMI me la regalaron cuando se la pedí hace tres años. Me quedaban dos discos y me la dieron.

—Esos discos que quedaban tenían que editarse a nombre de Deluxe. ¿Tuvo que ver eso con el cambio de nombre?

—No, eso fue por otras cosas. Yo me dirigí al sello y le plantee mi situación. Les dije que quería hacer las cosas a mi manera, trabajar por mi cuenta y ellos estaban en una situación mala. Salí de allí botando, en plan “Claro, es así como tienen que ser las cosas”. No había mal rollo, todo lo contrario: había un buen rollo que te cagas.

—¿Sintió ganas de dejarlo todo en esas situaciones? 

—Sí, te desencantas totalmente. Esa parte de los contratos es el lado más terrible. Todo fue con Los jóvenes mueren antes de tiempo, en el 2005. Aquel fue el peor año de mi carrera, pero al mismo tiempo fue un gran aprendizaje y me sirvió para fortalecerme. 

—Y que sigue recordando. En el Festival do Norte tocó «Los jóvenes mueren antes de tiempo», la canción. Alguno bueno salió de ahí para usted, ¿no?

—Sí, hay canciones que me siguen gustando y quizá estoy siendo un poco injusto. Tampoco fue para tanto.

—En honor a la verdad, cuando entrevisté a Marcos Collantes de Mushroom Pillow me dijo que, con el paso del tiempo, se vendió casi tanto como los anteriores.

—Hay gente a la que le gusta mucho. Y yo digo: «Lo siento, pero ahí no coincidimos» [risas]. A veces el propio autor no puede estar contento con algo que a la gente le gusta mucho. O al revés.

—En esa parte más industrial de la música, la gente que lo conoce desde el principio decía que usted destacaba por intentar siempre desechar el amateurismo y buscar el mayor grado de profesionalidad. ¿Se ve retratado?

—Es cierto. Siempre busqué músicos que tuvieran nivel, que el equipo fuera lo mejor posible, que el set que llevásemos preparado fuese muy pensado…

—También en la mentalidad empresarial. A mí me han contado que, de pequeño, llegó a dar conciertos en su casa cobrando entrada. ¿Es cierto?

—No, para nada. Eso es completamente falso. Sí que es cierto que una vez hicimos un concierto en casa. Mis padres no estaban y mi hermano hizo una fiesta. Yo toqué con mi banda en una habitación, con batería y todo. Pero sin entrada [risas].

—En la campaña electoral de las autonómicas gallegas del 2009 cedió su versión de “Quen puidera namorala” de Emilio Batallán al candidato del PSOE, Xosé Manuel Touriño. Dar estos pasos siempre resulta complicado en un país como España. ¿Qué le llevó a ello?

—En mi caso fue algo sutil, que no tuvo mucha trascedencia y casi mejor. Yo tengo una ideología que tiene que ver más con una idea de socialismo, pero es cierto que vincularse a un partido es muy complejo. A mí me pidieron eso como músico y lo hice, pero no haría eso de “vótenme a mí” o tal. Lo hice como un trabajo, no como un apoyo a un partido. Me lo pidieron y, en ese momento, yo comulgaba con una idea y me pareció interesante.

—Pues salió mal. Ganó el PP.

—Sí, salió fatal. No sé, es todo un tema aproximarse a un partido.

—En España resulta una apuesta suicida. Que le digan a Russian Red lo que es reconocer que es de derechas.

—Lo sé, mi cuñado es su manager. Aquello fue muy fuerte. Cada uno es libre de pensar lo que quiera, no creo que se deba hacer sangre con eso. Aunque sí que es verdad que cuando uno dice que es de izquierdas no pasa nada y luego va Russian Red, dice de derechas y se monta. Yo no soy de derechas, pero si lo fuese no vería nada malo en decirlo.

Fotos. Gustavo Rivas