La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Alumbrado en 1979 con la cantante sumida en la adicción a las drogas, «Broken English» supuso su renacimiento como artista de primera línea. Una oportuna e interesante reedición con extras devuelve el disco que debería haber puesto banda sonora a «Cristina F» a la actualidad

En la segunda mitad de los setenta quedaban lejos los días en los que MARIANNE FAITHFULL había sido la gran princesa del pop sesentero. Tras la fallida experiencia country de Faithless, se encontraba arrinconaba en la intrascendencia más absoluta. Colgada de la heroína y viviendo en squats con Ben Brierly, el bajista de The Vibrators con quien mantuvo una apasionada y dolorosa historia de amor, buscaba el modo de reconducir su carrera en medio de una vida desordenada y caótica. Y tras varios tanteos, lo lograría con una obra que la llevaría mucho más allá del título de novia de.

«Fue el nervio punk lo que alimentó la rabia de Broken English. Sid Vicious y yo teníamos el mismo camello», recordaba la artista en Una autobiografía, las memorias que publicó en 1995. El crítico Rafa Cervera va más allá: «No era el típico álbum de una estrella de los sesenta intentándose adaptar a la era del punk. Era el disco de una estrella contándole a los chicos del punk que ella era punk que antes que ellos». Y efectivamente, en Broken English se haya un disco rompedor que respira punk, pero que expulsa un híbrido extrañamente personal por encima del género y su momento. Como en los discos de Joy Division o el Bowie berlinés, ahí late una suerte de desgarro maquinal, frío y futurista, pero con pegada totalmente humana. Hoy, 34 años después, conmueve.

Aunque a veces lo recuerde como una buena época, lo cierto es que Marianne sufría con Ben. Y mucho. Él era un mujeriego incontrolable. La engañaba de continuo. Por ello en cuanto conoció Why d’Ya Do it, un poema de Heatcote Williams en que una mujer aullaba de celos furiosa con todo tipo de obscenidades («Cada vez que veo tu polla imagino su coño en mi cama», dice su verso estrella), hizo todo lo posible para cantarla. El autor la había pensado para Tina Turner, pero al final Marianne se la llevó. Cierra Broken English. En algún punto intermedio entre el All Along The Watchtower de Jimi Hendrix y el vaivén reggae, fluye su voz hasta un clímax próximo al Horses de Patti Smith. Dolor, zozobra y catarsis. O como dijo la propia Marianne: «Confusión desgarradora y celos hirvientes». Puso broche de oro a un álbum excepcional.

Porque, por supuesto, todo va mucho más allá de una letra escandalosa. Broken English resulta todo un prodigio sonoro y de composición. En lo primero, se creó un conglomerado de rock oscuro con esos ecos del funk y del reggae. A posteriori Steve Winwood se encargó de darle un barniz de teclados y sintetizadores que lo hacen, hoy en día con el éxito del filme Drive y el revival de los sintes, más vigente si cabe. Súmenle a todo ello esa voz, la de una Marianne Faithfull quebrada y lejana a la miel sixties, dejando un cuño personal que ya nunca la abandonaría.

Pero, por encima de todo, están las canciones. Pimero, Broken English, el corte inicial que hace desembarcar al oyente en un disco misteriosamente afilado y con un vaho parecido al que Bowie emitió en su memorable Heroes. En ella Marianne se inspiró en la banda terrorista Baader Meinhof. Comparaba su estado mental como adicta a las drogas con los integrantes de la banda. «Me sentía identificada con Ulrike Meinhoof, el mismo bloqueo mental que convierte a unas personas en yonquis, convierte a otras en terroristas», señalaba

Después, se impone una parada en el gran clásico del disco: The Ballad Of Lucy Jordan. Célebre años después al terminar en la BSO de la película Thelma y Louise, se trata de un inédito haz de luz en el álbum. Engañoso porque, como si el reverso de la tenebrosa What’s The Hurry se tratase, aquí Marianne fantasea con una vida cómoda, «una buena vida a la que las mujeres se supone que deben aspirar», precisaba la artista. Y ponia como ejemplo «convertirse en esposa de Gene Pitney y acabar en una gran casa vacía en Connecticut». Es decir, todo lo contrario a lo que entonces vivía.

Y no nos debemos olvidar de su famosa y polémica versión del Working Class Hero de John Lennon. Famosa por una solución estética formidable, insertándola dentro de ese clima tiritante de una yonki con un pie en el fango y otro en la gloria. Polémica, porque no hay que olvidar los orígenes aristocráticos de la artista, cuyo tonteo con la lucha de clases desde esa perspectiva podría, y puede, parecer cuando menos frívolo. Ella no lo ve así. De hecho, considera que el esfuerzo que tuvo que hacer en su vida para salir adelante se puede comparar al de Lennon, David Bowie, Keith Richard, Iggy Pop y otros ilustres héroes pop de la clase obrera.

Esta edición, además, incluye tres interesantes piezas audiovisuales realizadas por Derek Jarman previas a la irrupción del videoclip, que resultan tan modernas y fascinantes como el propio álbum. También las mezclas originales del album sin sintetizadores para comprobar cómo era un repertorio elaborado durante más de dos años en directos suicidas. Y, por último, un ramillete de jugosas versiones alternativas de los singles y el clásico Sister Morphine de los Stones en el que ella tanto tuvo que ver. Una joya, se mire por donde se mire.

Foto: Marianne Faithfull por Derek Jarman

http://www.youtube.com/watch?v=bxPcQbHDhMkVideoclip de «The Ballad Of Lucy Jordan»