La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Dover
A Coruña, Le Club
2-2-2013

Resulta cómodo moverse en el dogma. Sí, los conciertos-revisión de disco mítico son una concesión estéril a la nostalgia. Algo negativo, per se. Y punto. Un palo en la rueda que hace girar la música. Lo da a entender Simon Reynolds y lo repiten muchos de los acólitos. Todo hasta que tocan la fibra con uno de ellos. Ya se sabe, el álbum aquel que le cambió la vida al fan en la adolescencia. El que puso b.s.o. al primer año de universidad. El que hizo que dejase de escuchar determinados estilos en favor de otros. Ahí la emoción obliga a replantearse esos principios que, más que a lo emocional y puro, responden a lo político y artificioso. Vamos, que si la cosa pasa porque Sonic Youth te toquen en los morros el Daydream Nation enterito se hace una excepción.

Ays, pero no se tiene la misma condescendencia cuando el clic es otro. No importa. Seguramente para muchos de los que se dieron cita el pasado sábado en Le Club ese papel estrella recaiga en Devil Came To Me (1997). Es de imaginar que les importaría un pito lo que Simon Reynolds opinase de su rescate. Todo queda anulado por esa misma emoción. Y es que con él Dover pincharon en su día la vida de muchas personas, tendiéndoles un puente hacia otro mundo. Sí, sí, recuerden: aquel sonido grungero emergiendo en medio de los Ella Baila Sola, Revolver y Alejandro Sanz de la época. El éxito fue tal que, pronto, surgieron los detractores. De la noche a la mañana relevaron a Héroes del Silencio en el papel de grupo-supuestamente-serio-al-que-machacar-para-reafirmarse. Sí, hubo un día en el que para cierta prensa Dover encarnaron el origen y el final de todos los males.

Han pasado 16 años. Ahora Dover, dejando atrás sus aventuras electrónicas y étnicas de los últimos tiempos, han querido volver a allí. A invocar su momento más dulce. Igual que tantos otros, se ha apuntado a la tendencia de rescatar el disco clave de su discografía y rebozarse en él en directo, sin detenerse a preguntar qué clima de opinión puede existir fuera. A su bola, como siempre. Pero, ojo, en lugar de hacerlo para copar festivales, ellos lo están resucitando en pequeñas salas de conciertos con los fans a un palmo de distancia. Ahí, en el sudor y el cuerpo a cuerpo, se pretende invocar el espíritu de aquellos primeros meses en los que Devil Came To Me (1997) escalaba puestos en las listas de ventas ante la sorpresa general.

En A Coruña la jugada resultó un paseo triunfal. Con la sala llena hasta la bandera (y algunos fans haciendo guardia en la puerta desde horas antes de la apertura), el grupo madrileño recordó que, además de un epicentro de amor-odio en plena era indie, un día fueron un rodillo guitarrero con pegada heavy, armazón roquero y corazón pop. Centrándose en su disco de 1997, pero también haciendo oportunas visitas al menos conocido Sister (1996) y el posterior Late At Night (1999), directamente arrasaron. Y no solo apelando a la nostalgia de la audiencia, que también. De hecho, las primeras filas estaban pobladas de chavales que cuando se difundió aquel mítico anuncio de Radical apenas tenían 10 años. Es decir, nunca habían visto a los Dover «roqueros» sobre el escenario. Algunos de la generación que creció con OT también adoran a Dover.

De todos modos, cabe puntualizar: ganó la emotividad a la fuerza. Aún sonando compactos, en general carecieron del mordiente que demanda su música. Demasiado relax quizá. En Le Club se apreció más oficio que músculo contraído y mandíbula apretada. El modo en el que Amparo Llanos comentaba relajada, entre tema y tema, el origen de muchas de las canciones lo indicaba. En base a ello repertorio se fue sucediendo y, con él, los momentos álgidos previsibles, recibidos con fiesta entre los devotos. Y sorpresa para aquellos curiosos a los que nunca les gustó el grupo ni nunca les gustará, pero disfrutaban con lo que sucedía arriba y, sobre todo, abajo del escenario.

Primero, Serenade, probablemente su mejor canción. Explosión de gargantas forzadas y paisaje de manos en alto pretendiendo capturar el estribillo. Segundo, la ramplona Devil Came To Me emergiendo, sin embargo, rotunda en la recta final con amago de poco incluido. Y cerrojazo al bolo de la mano de Loli Jackson y el grupo sintiendo el rugido de la audiencia en su piel. Cristina Llanos, la cantante que no había abierto la boca hasta casi el final, no cabía de gozo. Quizá le haga replantearse su aventuras electrónicas de los últimos tiempos retornando al origen de todo. Quizá el «Sorpresa, sorpresa» con el que cerró la entrevista que el hicimos en La Voz el pasado viernes se revele por ese camino.

Foto: PixelinPhoto