La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
Seleccionar página

Bloom es un disco magnífico. El cuarto álbum de Beach House pertenece a esa clase de trabajos que mecen al oyente al sonar. Sus canciones, saliendo de los auriculares de un Iphone por la calle, generan la ilusión de caminar dentro una burbuja invisible. Llegan ahí, a ese surtidor de placer interno que parecía olvidado, el que traslada la mente a regiones lejanas llenas de nubes melódicas de un pop con rostro lánguido y tez blanca. Aunque coja divisando ya los cuarenta, suena a veintitantos: a descubrimiento del mundo, a noches interminables al amparo de la música, a momentos al margen en los que todo, absolutamente todo, podría esperar. Había una misión que resolver: acercarse lo más posible a ese lugar llamado Belleza usando la música como medio de transporte.

Escúchenlo, por favor. Póngalo en su reproductor y que suene Myth, el primer tema. Que arranque con esos ritmos modelo Sarah Records. Que siga con la guitarra limpia llegada del pop inglés de finales de los ochenta y principios de los noventa. Que crezca dentro esa rueda envolvente de fondo que dibuja espirales de tenue psicodelia. Que coja brío con un bajo de querencia after-punk que da la bandera de salida. Y que tome forma con voz, asexuada (¿es un hombre? ¿es una mujer? ¿son quizá dos voces fundidas?) y contenida que, de pronto, se diluye en un falsete de vapor de agua. Vuelta a empezar y a girar, y a girar, ya tomando el sonido todo su cuerpo. Acuden a la mente Slowdive, Field Mice, The Cure, Cocteau Twins y un puñado más de nombres míticos de entonces. Cuando se pretende abrazar la canción, de pronto se eleva en guitarras poderosas. Y termina dejando una suave conmoción. Sin arrebato, sin estridencias, únicamente instalado en la frágil seguridad de caminar de la mano del pop. Sí, sí, como entonces, cuando todo, absolutamente todo, podía esperar.

Myth simplemente invita a adentrarse en un disco con el que el dúo de Baltimore ha llegado al cielo. Victoria Legrand y Alex Scally ya habían tocado la fibra con Zebra (2010), pero ahora lo han llevado todo un poco más allá. Perfeccionando el discurso y acariciando los resortes de un modo de concebir la música que permanecía guardado en el desván juvenil. ¿Recuerdan? This Is Our Music, Souvlaki, Heaven Or Las Vegas, Ultra Vivid Scene, Loveless, En cielo de océano… los títulos de una música que agotó metáforas en fanzines y pilas de walkmans en habitaciones de estudiantes. Luego llegarían las milicias del Brit-Pop para hacer borrón y cuenta nueva, la electrónica se llevaría a los oídos más sedientos de novedad y desdén se instalaría hacia una música “que no decía nada” y que solo “era estética vacía de contenido”. Había caído todo en desgracia. Algunos fans, sin embargo, continuaron persiguiendo esa sensibilidad allá en donde estuviera. Recurriendo a las fuentes originales y rastreando, luego, ecos de todo ello en los sitios más variopintos: los pliegues ambientales de Yo La Tengo, la magia encaracolada de Broadcast, los vaivenes melódicos de los Mercury Rev que se sacaron de la manga Deserter’s Songs, los maravillosos crescendos de Piano Magic, el puntillismo electrónico-psicodélico de Trembling Blue Stars y decenas y decenas de bandas que, de cuando en cuando, circulaban cerca de aquellas coordenadas.

Para ellos, para los fans de entonces, parece haber sido creado especialmente Bloom, diez estampas de un modo de hacer música muy especial. Es de suponer que al grupo del momento no le guste que se les tome como el recuerdo de algo que pasó hace tanto tiempo. Tampoco a la crítica entusiasta, que da vueltas y vueltas para evitar con todas las fórmulas posibles -!ays!- la palabra revival en sus reseñas. ¿Cómo hacerlo sin que el castillo de naipes creado durante todos estos años se venga abajo? Pero los corazones súbitamente reblandecidos ante la magia de The Hours, Laluzi, Wishes y sus deliciosas compañeras se sienten como si un disco les hubiera hecho viajar al pasado para colocarse, frente a frente de nuevo, con algo que bien pudiera ser el gran amor de su juventud. No piensan pedir perdón por ello. Tampoco justificarse. Son emociones incontrolables y tozudas que vencen a la inercia. Latidos que se empeñan, de repente, en mirar atrás. Y un bienestar que difícilmente se puede compartir. Sí, como en aquellos años, como aquellas sensaciones olvidadas, que estos alquimistas de la ensoñación han resucitado de un modo esplendoroso.

Por cierto, un millón de gracias por ello.

El grupo interpretando en directo «Wishes», uno de los mejores temas del disco