La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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En julio de 1993 yo tenía 17 años. Era el primer año Xacobeo y en A Coruña tenía lugar el Concierto de los Mil Años. Tocaban Bob Dylan, Neil Young, Robert Plant, The Kinks, Bo Didley, Chuck Berry y toda una constelación completa de estrellas de la historia del rock. Había ido a muchos conciertos, pero nunca a nada tan grande como aquello. La excitación me recorría el cuerpo 24 horas al día en las semanas previas. Lógico, se llegó a hablar incluso de que iba a venir la Velvet Undeground que se reunía ese año.

Vi todas las actuaciones en primera fila. A la una salía de las clases de verano del colegio e iba directamente a Riazor con un bocata a hacer cola. No hacía falta quedar con nadie. Esos eran tiempos en los que los amigos brotaban solos. Allí, en la cola de la antigua puerta de especial niños del estadio, hablaba de música con vascos, argentinos, madrileños… Incluso un día me entrevistó Mon Santiso de la TVG. Salí en la tele. Le dije, que era un fan de los Kinks, que estaba allí por ellos. Se rió. “¿No eres demasiado joven para que te gusten los Kinks?”, me preguntó. Y sí, supongo que lo era.

Aquel festival y aquellos conciertos me impactaron totalmente. Tanto en lo musical (las actuaciones de Robert Plant, Neil Young con Booker T & Mg’s o Wilson Picket fueron de lo mejor que se haya visto en Galicia nunca) como en lo emocional (los escalofríos, la sensación de libertad, el ver que hay en el mundo 30.000 tipos como como tú). Tal es así que lo recuerdo como una de las cumbres de mi adolescencia. ¿Qué hubiera pasado si entonces existiese la ola de puritanismo irracional que existe hoy en día respecto a los menores y que lo confunde todo? Sí, esa corriente que ve pernicioso que un chaval de 16 años pueda ver un concierto de rock. Pues se hubiese esfumado uno de los momentos más intensos de mi vida. Así de claro.

Eso fue lo primero que pensé en cuanto supe que se había prohibido la entrada a los menores de 18 años al festival Xacobeo 10 que se celebrará en Santiago, con las actuaciones de Muse y Jónsi. Siguiendo esa tendencia que en Madrid, por ejemplo, es tristemente habitual, pretendían limitar su acceso en aras de la protección del menor. Todo con un grupo como Muse, cuyo público potencial se queda, en un porcentaje elevado, por debajo de los 18 (recordemos que han intervenido en la b.s.o. de la saga Crepúsculo, el gran fenómeno juvenil de los últimos años). La reacción fue inmediata y la chavalada dio muestras de una capacidad de convocatoria impresionante a través de Internet. Ayer, por ejemplo, ya estaban consultando en el Ministerio del Interior qué requisitios tenían que cumplir para hacer una manifestación.

La organización del Xacobeo vio lo que sucedía en la calle y en la Red. Y, acertadamente, cambió en 24 horas su postura. La solución no es perfecta (aún queda fuera la posibilidad de que un chico de 15 pueda ir con su padre, por ejemplo, un aspecto que se debería contemplar), pero al menos podrán entrar los mayores de 16 años. A buen seguro que el próximo 27 de agosto será redondeado en muchos diarios sentimentales con el mismo rotulador rojo con el que yo marqué aquel Concierto de los Mil Años. Y esas cosas, lo puedo asegurar, son muy importantes en la vida de una persona. Tanto, tanto, que los apóstoles de la protección de la adolescencia y la infancia quizá deberían pensar que la podredumbre está, desde luego, en otros lugares mucho más cerca de casa y más cotidianos que en un concierto de Muse. Y hasta aquí puedo leer…