La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Hablábamos ayer de lo sublime.

Aunque luego sería un concepto que se iría maleando con el tiempo, originalmente por sublime se entendía aquella categoría en la que el espectador sufre una pérdida de la racionalidad, logra una identificación total con el proceso creativo del artista y también siente un gran placer estético. Un placer que, en ocasiones, de tan puro puede llegar incluso a desembocar en dolor y confundir las sensaciones. Podría ser la definición exacta de una artista como Pj Harvey, pero sobre todo de lo ocurrido aquel día. Fue en la última jornada del Festival de Benicassim del 2001, un domingo. El sábado, Belle & Sebastian habían convertido la carpa secundaria en un estallido de júbilo pop. No había duda entonces: el suyo era el concierto del año. Pues tenía que haberla. La duda, y las dudas. Muchas. Porque faltaba Pj Harvey. Y la Harvey sobre un escenario es otra cosa. Pero ese día fue algo más, mucho más: un meteorito de rock incandescente que dejó claro, para siempre ya, que nadie, absolutamente nadie estaba a su nivel. Ni, seguramente, lo está salvo casos contados.

Hablábamos de identificación total con el proceso creativo. Tardó apenas unos segundos. Subida sobre unos vertiginosos tacones, con apenas una falda y un sujetador, salió a escena dejando a todo el Fib boquiabierto. A partir de ahí, la metralla rock no dejó solo respiro. Una bola de energía que crecía canción a canción, como si la misión fuera conquistar el éxtasis. Como moscas atrapadas por la luz, nos quedamos abducidos, completamente embobados por una mujer que sobre las tablas se convierte en un animal bellísimo y salvaje, el más fascinante del planeta rock.

Hablábamos de metralla rock. El disco que había que presentar, Stories From The City Stories From The Sea, suponía una vuelta a las guitarras por la vía luminosa. Con la artista más atractiva que nunca y exhibiendo todo su poderío escénico, ellas (Big Exit, This is Love, The Whores Hustle And The Hustlers Whore…) eran el pretexto perfecto para que Pj extendiera sus hilos y nos manejase a su antojo, como marionetas. Margaret de Laika a la guitarra las elevaba a golpe de ruido las canciones y ella desafiante, miraba a 30.000 personas desde lo alto consciente de que las tenía a todas en el bolsillo. Solo era pulsar allí donde la gloria estaba asegurada. Rid Of Me, solo ella y una guitarra, aullando versos de amor, desesperación y deseo. Man Size sacando uñas, guitarras con filo y grandilocuencia. Down By the Water, con esa imagen grabada para siempre en la retina: espalda recta, una pierna adelante, otra atrás frente al micro y las maracas agitándose como el cascabel de una serpiente.

Hablábamos de pulsar en el botón de la gloria. Fue una hora y pico de rock total. Una de esas experiencias que te devuelve la fe en la música, barre las listas imaginarias que uno tiene contruidas en la cabeza y fija un pico. Sí, sí. Ni Neil Young, ni Bob Dylan, ni Sonic Youth, ni Diabologum, ni Primal Scream por citar algunos de los mejores conciertos de rock que he visto en mi vida, me han hecho sentir algo tan intenso como lo de aquel día. Realmente, nadie lo ha logrado superar. Ni si quiera la propia PJ.

Hablábamos, eso, de lo sublime. Es decir, de esto:

Otra experiencia pjharveyana