El día en que le gritaron ¡Judas! a Bob Dylan. Para la historiología rock esto viene a ser como el atentado de Sarajevo. O casi. Lo habíamos insertándo en el terreno de las leyendas, junto al striptease de Jim Morrison o la guitarra incendiaria de Jimi Hendrix. Se lo habíamos oido contar mil veces al padre enrollado de un amigo, aquel que vivíó el marzo y el mayo del 68 compostelano. Pero, cuando lo pudimos escuchar, fue cuando nos impactó de verdad como un auténtico bofetón. No solo no se había exagerado, si no que el documento derrochaba la emoción intacta, vibrante, derramándose por los altavoces. La rebeldía de algunos de nuestros mitos se convertía en mantequilla. Al lado de esto ¿quién era el verdadero punk?
La versión “oficial” del asunto llegó con Live 1966, el cuarto volumen de las míticas Bootleg series. Ahí se recogía el momento, al final del segundo cedé. El contexto es vital para entenderlo. Gira inglesa, 1966. Dylan hace sus conciertos bicéfalos: la mitad del repertorio en acústico entre aplausos y, en la segunda parte ya electrificado, con los componentes de The Band en un ambiente totalmente enrarecido y hostil, huyendo hacia delante. En el festival de Newport ya se había ganado las iras, pero la gira británica estaba demostrando que el paso era definitivo. Sus seguidores no lo entienden, se sienten traicionados y desconcertados. A medida que trascurre el concierto, el descontento crece y todo estalla en un espacio entre canción y canción:
-¡Judas!- se escucha decir a una persona entre el público. El grito se acompaña de las risas y los aplausos del público. Semeja que alguien ha cristalizado el sentir colectivo.
Dylan y su banda permanecen impertérritos. Él sonríe, se mueve sobrado de seguridad y se acerca al micro.
-No te creo (*) –dice mientras rasga los acordes de su guitarra y da la espalda- Eres un mentiroso – Y se vuelve a girar.
Dylan de espaldas al público mira sonriente a sus músicos y les dice:
-¡Tocad jodidamente fuerte!
Y arranca una rabiosa versión de Like a Rolling Stone, una de las mejores canciones de la historia del rock. Lo hace abrupta y atropellada, con los reproches que laten en su letra (pensados originalmente para la hoy tan revindicada Edie Sedgwick) desprendiéndose y dirigiéndose, desafiantes, a un público que no está todavía capacitado para entender lo que está viendo: el rock avanzando varias décadas de golpe delante de sus propias narices.
Por si no fuera poco, tras años escuchándolo, lo pudimos ver. Martin Scorsesse guardó las imágenes de todo aquello para el final de No Direction Home como la catarsis de una era irrepetible
(*) es el título de una canción suya I Don´t Belive You
Este, para min, é un dos exemplos máis cristalinos de como a metade (se non máis) do rock’n’roll é márketing. Nada importa que estea claro que en calquer momento hai decenas, centos de músicos tocando e tocando: cando os medios de comunicación (Dylan, ¿non gravaba, entón coma agora, para Columbia?), cuxa palabra importante é «medio», non «comunicación», enfocan algo, ese algo vólvese mastodóntico, sexa o que sexa. ¿Dylan dicindo «play it fucking loud»? Por favor, vénseme á cabeza Calamaro –mira por onde– o outro día na 2 falando de «fumarse porritos» e non sei que da xuventude, nun tono máis de espectador de Boca-River que de ¿artista? (ok, cantar canta moi ben) completamente acompasado á maquinaria da industria, que é o que realmente é (ao meu xuízo). É que non son máis que parvadas que adquiren relevancia pola altura mediática de quen as protagoniza. Ademáis, nunca entendín que eso de que no ano ¡1966, santo dios! alguen «electrifique» o seu rock’n’roll sexa mínimamente revolucionario, nin valente sequera (polo tanto, non podo compartir o de «un público que no está todavía capacitado para entender lo que está viendo: el rock avanzando varias décadas de golpe delante de sus propias narices» porque 1) repito que non me parece revolucionario… e o das «décadas», Javier, é unha sobrada, e 2) porque me parece unha falta de respeto chamarlle a calquera público inepto, inculto ou pouco capacitado: dende sempre, o público paga, o público tén a razón, e cando Dylan fai esas cousas non é senón a sabendas de que vai xerar murmullos. Se ti vas hoxe a un concerto de… MIA, por exemplo, e se destapa cunha (seguramente) insufrible pachanga de canto gregoriano –situación, paréceme, moi similar á que debeu vivir o público diante de Dylan: «venimos aquí a ver a un sensible-joven-guitarra-en-mano y nos salta con el puto ruído infernal del rock’n’roll»– seguramente poucos digan «oh, que interesante», e sen embargo, serán varios os que protesten, a chamen María Magdalena… e non porque non estean capacitados nin nada deso, senón porque vives nunha determinada sociedade, e despois de traballar toda a semana pagas x diñeiro porque queres ver un maldito concerto dese artista que che gusta… e non te vas poñer «oh, esperad un momento, si es que estamos asistiendo a una genialidad… la culpa es nuestra por no entender al artista», porque, precisamente, que se encarga de que a xente entenda ao artista son os medios cando queren (a miúdo bastante despois) ou cando os obligan (é dicir, se hai «activo» polo medio). Vamos, que (se é que ese tipo non estaba comprado) Bobby lle debe un chisco do seu mito a un simple espectador que berrou «Judas». Nota: insuficiente.
Emilio,sin ironía alguna: eres un crack. A tus pies!!! ( y a ver si sacamos ese disco de una vez)
De crack, como non sea o de fumar, nada… e o disco, precisamente esta semana que vén empeza a última revisión… porque creo que xa sabes que antes vai un de música antigua (= rock’n’roll y ritmos caribeños) que quizáis che parezca un pouco comercial… bueno, xa contarás.
(Non é por meterche presión, pero sei que manterás o nivel servindo temas suculentos nos que poida descargar a miña frustración existencial)
jeje