La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Existe un punto entre tierno y patético entre aquellos treintañeros que pretender ver el mundo como si aún tuvieran 18 años. Si a ello le sumamos unas dosis de endogamia masculina (ya se sabe, «las mujeres nunca entenderán nuestro rollo”) inserta en una enfermiza devoción por los Beatles y el pop británico clásico la cosa puede rayar ya la caricatura. ¿Se imaginan un abogado flequillista y con temor a que sus amigos no aprueben su matrimonio, que acude a los tribunales en un Mini de época con la bandera británica pintada en su techo? Pues ese es Manu, el protagonista de Love Song, el primer volumen de los cuatro que formarán la serie de cómics del dibujante francés Christopher que edita en España Glénat y que pretenden radiografiar el supuesto trauma de superar la treintena. Eso sí, siempre con un sonrisa y toneladas de quiños pop.

Presentados en la portada en un obvio homenaje al Rubber Soul de los Beatles, el grupo de amigos de Manu lo forman un antenista, un policía y un empleado de una funeraria. Ambos regentan The Sleeping Watermelons, un grupo de pop que desde hace 15 años que no les ha llevado a ningún lado y se encuentran en ese punto crucial en el que la madurez los devora a mordiscos. Una madurez que suele llegar mediante los bofetones de sus respectivas parejas. Pongamos un ejemplo ilustrativo. “Pasadlo bien, mi roquero dominguero”, le dice con desdén maternal Emily, la novia de Manu antes de que este acuda a su ensayo dominical. Con carácter previo, le había interrumpido el ritual de escucha del nuevo álbum de Paul McCartney -copa de vino mediante- recordándole que tienen que escoger destino para el viaje de su próxima luna de miel y haciéndole sentir culpable por escaquearse en todo lo referido a la boda. Para compensar, este le muestra la última canción que le ha compuesto. Ella, nada emocionada, le corrige los fallos gramaticales de la letra. También le echa en cara el por qué usa el inglés, siendo el francés un idioma tan bonito. Manu finalmente desiste y se va con sus colegas a tocar las canciones que jamás serán éxitos.

Estas son el tipo de historias que cuenta Love Song. Tituladas cada una de ellas con el nombre de un clásico de los Beatles, hablan, al modo de un Alta Fidelidad a la francesa y un tanto naif, de trabajar para ir tirando en ocupaciones que no exijan mucho compromiso y permitan tiempo libre. Y, luego, buscar siempre en el universo musical (es decir, no solo la música, sino la estética, las conversaciones y los lugares tomados casi como santuarios) un punto de fuga a una vida monótona en la que la chispa se ha diluido hace tiempo. Ver como cierra la tienda de discos de vinilo que había sido el punto de encuentro de tantos años. Comprobar como al concierto del 15 aniversario de la banda apenas va acude público. Notar como esas conversaciones entre si es mejor tándem Lennon/McCartney o Jagger/Richars resuenan a requetesobadas.

Ante ello, solo queda cerrar los ojos y encerrarse en la mitología (Manu le llega a sugerir a su novia como viaje de novios podrían ir a hacer la ruta beatle en Liverpool) o perderse en los paraísos mentales de la infidelidad con alguna de sus atractivas compañeras de trabajo. En algunos caso con escenas absolutamente delirantes, como esa en la se imagina practicando sexo con su jefa y se desconcentra intentando recordar la letra del A Day In a Life. Y, claro, cuando esas fantasías llegan a acariciar la realidad, llega un posterior complejo de culpa no reconocido. Todo hasta que ellas, en este caso la novia de Manu, lo pone en su lugar, es decir en la realidad («Para mí siempre serás el adolescente que conocí, solo que ahora tienes más pelitos en las orejas y unos cuantos michelines»). Una realidad sin poses ni engaños y totalmente previsible: la de que reconducir al chico aquel, encantador pero con la cabeza llena de pájaros, hacia un hombre de verdad, con el que poder formar una familia. “!Algunas bodas más y me parecer a Ringo Starr!” dice Manu a su pareja en la intimidad. Es fácil imaginar quien –matrimonio religioso mediante- se llevará el gato al agua. Y sin necesidad de peregirnar a Liverpool en busca del santo grial del pop.

Por cierto, aunque sea de un modo bastante dififerente, he aquí una mirada bastante acertada del mareo de pasar los treinta… y acercarse a los cuarenta.