(Este es uno de los capítulos del libro sobre el indie en Galicia que un día empecé y nunca terminé)
«Por primera vez existe un grupo gallego en la cima creativa del pop estatal, un grupo del que nos podemos sentir orgullosos y al que podemos amar a rabiar. Y yo ya tengo mi camiseta». Así concluía en Feedback-zine David Saavedra su crónica del concierto que ofrecieron Dar Ful Ful en el Festival de Benicassim del año 2001. Sus palabras capturaban al vuelo una sensación colectiva. Planeaba sobre parte del público que se había colado en la carpa para verlos. Una creencia muy especial latía en el pecho. Esta vez sí, esta vez había una formación pop de la tierra a tener en cuenta totalmente. No hacía falta tratos de favor. Tampoco inflar la promesa. Ni, por supuesto, esa benevolencia que genera la vecindad y que, a la larga, hace más daño que otra cosa. Para nada. Dar Ful Ful asombraban. Emocionaban. Dibujaban la risa tonta por sí solos. Si hubieran llegado de Murcia, Bilbao o Madrid generarían la misma corriente de amor, simpatía y suspiros. Quienes, año a año, acudían al festival desde Galicia sin un solo vecino en el escenario ante el que ondear la bandera, vivieron aquella tarde del 5 de agosto una sacudida. Suave y placentera. Sí, eran gallegos. Y tremendamente buenos.
«Fue algo mágico. La primera vez que nos sentimos apoyados y comprendidos», recuerda Marco Maril, la mitad del dúo compostelano. «Veías cosas increíbles desde el escenario: a Miqui Puig cantando tus canciones, todo aquello lleno, la gente coreando nuestros temas… Nunca en ningún concierto nadie había tarareado mis canciones antes de ese día», resume. Su compañero, Xavi Font, también se quedó entonces sin palabras: «Fue muy emotivo y muy fuerte. Lo recuerdo con gran cariño. Pero nosotros nunca sacamos pecho por ello. Más bien, nos quedamos abrumados. Dimos muestras evidentes de ello durante el concierto. Al despedir la actuación lo dijimos: «No lo vamos a olvidar jamás»». Y no lo han hecho. Evocar aquello acelera ligeramente su ritmo cardíaco. También el de Tanis Abellán, el responsable de Jabalina, su sello discográfico: «Fue la apoteosis, con la gente en el estand esperando para que les firmaran el disco. Era algo que nunca nos había ocurrido. Ni a ellos, ni a mí. Todo fue una sorpresa».
En la actualidad quizá pueda verse como algo naïf. Que alguien cante tus canciones. Que acudan a verte en directo varios centenares de personas en un festival. Que se compren tu disco. Que algunos incluso se hagan con una camiseta. Cosas así resultan relativamente normales en muchos grupos gallegos actuales. Artistas como Triángulo de Amor Bizarro, Nadadora, Emilio José o Xoel López viven o han vivido eso como algo natural. Pero en el 2001 obligaba a darse el pellizco de ¿no será esto un sueño? Dar Ful Ful tocaban techo. Su tecno-pop heredero de la caricia poética e intimista de Family salía de las solitarias habitaciones posadolescentes repartidas por todo el país. Y se mostraba en aquella carpa de verano como una fiesta colectiva. «Recuerdo que lo primero que vi tras tocar fue a Tanis llorando y abrazándose a mí», relata Marco. «Luego, nos fuimos al stand. Había gente pidiendo que le firmásemos los discos y comprando camisetas nuestras. Tú decías ¿pero qué está pasando ahí?»
Había pasado que Dar Ful Ful habían triunfado en su micromundo de la forma más inesperada. El proyecto, surgido en Santiago en la segunda mitad de los noventa como una aventura en solitario de Marco, cristalizaba de un modo totalmente sincero y puro. Atrás quedaba aquel iniciático a (1999) editado en Splat y surgido dentro del colectivo La Familia Feliz con Marco pilotando la nave en solitario. Pop, minimalismo, expansión y experimentación en un proyecto de bautizo sorprendente. «Significa pimienta negra en árabe. En una exposición de olores en Santiago me llamó la atención del nombre. Lo apunté y me dije “Si algún día monto un grupo lo llamaré así”», señala el músico. El disco pasó totalmente desapercibido. Ocupó alguna breve reseña en fanzines afines, incapaces de trasladar a ellas su contenido. Pero poco más.
Nada que ver con lo que vendría después, una vez que Xavi Font se cruzase en el camino de Marco. Procedía de Lleida. Entre 1994 y 1996 había ejercido de voz y guitarra de Loopside. En 1997 se desplazó a Lugo por motivos de trabajo. «Cuando llegué, había muy poca cosa indie. Estaba el Nómine, que ponían buena música celebrada por cuatro gatos. También el Dos de Copas, que programaba algunos conciertos interesantes. Recuerdo ver a Penelope Trip. Ahí conocí a Arturo Vaquero [Humanoid], nos hicimos amigos y él fichó en Jabalina. Yo formaba parte del sello desde 1994 y con él abrimos la división electrónica Era una apuesta retrofuturista, inspiraba en Kraftwerk. Intentaba ser un paso hacia el futuro». Un año después, el periodista David Saavedra le presentó a la que iba a ser su pareja artística en los próximos años. La conexión fue instantánea, tal y como evoca Marco: «A Xavi le interesaba mucho Dar Ful Ful y decidimos quedar un día. Él tenía unas cosas, yo otras. Las mezclamos y de ahí salió todo».
Entre finales de 1999 y el 2000 grabaron un par de maquetas. Tuvieron repercusión en el canal Spanish Pop de IRC, entonces un punto de encuentro de aficionados al pop independiente en la balbuceante Internet. También en Radio 3 gracias al apoyo encendido y decidido de Julio Ruíz en el programa Disco Grande. En Galicia, sin embargo, se movían en el anonimato más absoluto. «Entonces tocábamos en Madrid, Barcelona y la zona de Valencia. Era algo muy raro. Salías de aquí y veías que en otros sitios tenías apoyo era una sensación extraña», reflexiona Marco. Aún tratándose de un ente al margen, a Dar Ful Ful se les incluyó dentro de la nueva oleada indie que había surgido a finales de los noventa. La irrupción de Nosoträsh y Fresones rebeldes la propició. Luego derivó en el llamado tonti-pop con formaciones como La Casa Azul, La Monja Enana o L-Kan. Los compostelanos formaban parte de aquel ecosistema, aunque con una sensibilidad harto diferente. Donde otros mostraban espontaneidad, desaliño, alegría de vivir y un cierto toque infantil, ellos ofrecían melancolía, acabados inmaculadamente perfectos, intimismo y un tono sobrio omnipresente. ¿Estaban ahí? Sí. ¿Tenían poco que ver? También.
Todo ello cristalizó en la primavera de 2001 con al edición de El artista adolescente, un mini-cd de siete canciones con el que el indie-pop gallego escribió su primera gran página. Delicado, sintético y apasionadamente desapasionado, se trataba de una suerte de diario sentimental musicado de dos posadolescentes. No terminaban de encontrarse cómodos en la vida adulta y buscaban vías de escape a través de la música, el cine o la literatura fabricando un mundo a medida en el que refugiarse a tiempo parcial. «Sí que hay algo de escapismo, de cerrar los sentidos a la realidad del lunes a viernes y proteger el paraíso del fin de semana. E intentar con eso que esa sensación se mantenga», admite Xavi. «Eran otros tiempos, no tan crudos como los que vendrían luego -reflexiona Marco-. No se parecían en nada. Yo vivía en la casa de mis padres. Llevaba una vida más burguesa, más acomodada y no tenía la sensación de que hubiese los problemas que hay ahora». Por aquel entonces, Xavi y Marco ejercían una residencia de dj’s pop en el club de Vigo Vademecwm. Luego estaban los conciertos, los festivales y las constantes visitas al paraíso pop de O Grove. Todo con esa sensación «un viaje infinito con esta tonta sensación de libertad» a la que cantaban Family en la celebérrima Viaje a los sueños polares.
Sí, ya ha acudido Family a la cita. Tanto da que, en tiempo real, se apelase a Magnetic Fields, Trembling Blue Stars o los Pet Shop Boys. Poco importaba que se trazasen conexiones con Le Mans, los discos en solitario de Carlos Berlanga o que el grupo versionease a Antonio Vega. Y, desde luego, las menciones al catálogo de Sarah Records -siempre citado, pocas veces conocido- servían de nada. Más temprano que tarde, el nombre de Family aparecía ahí. La conexión resultaba obvia. El cariño al grupo de Javier Aramburu siempre fue reconocido por Xavi y Marco. Incluso, pidiéndole que se encargase de la portada de su debut. El músico, más conocido todavía como ilustrador, aceptó. Les entregó uno de los mejores y más personales trabajos de su carrera. Se trata de un muñeco inspirado en los carteles de las Revolución Rusa. Aramburu lo usaba como alter-ego para apoyarse en los momentos en los que todavía no tenía decidido si quería ser ilustrador o si quería pintar. Algo que encaja totalmente con el espíritu que refleja la frase de Joyce con el tema de la adolescencia.
Pero ese ambiguo piropo de continuadores de los autores de Un soplo en el corazón sembraba dudas. Dejaba una inquietante puerta abierta. Se trataba de una flor con espinas: te situaba en la misma línea que un mito, pero al tiempo dejaba en entredicho tu personalidad. En su momento, Marco decía en Feedback-zine: «Para mí Family es un grupo demasiado grande como para que otro ocupe su lugar». Hoy opina que las comparaciones son «algo inevitable, lo cual es un halago». Coincidían muchas cosas. Norte, melancolía post-adolescente, pop electrónico, generación indie, regusto ochentero, pulcritud, conexiones culturales escogidas, cierto halo de insatisfacción sentimental y aroma de vida acomodada. «Family fue un grupo que nos influyó, sin duda, marcando una época muy clara para nosotros -opina Xavi-. Además teníamos una amistad personal con Javier Aramburu y gente de La Buena Vida. Es evidente que ahí había algo, que era un reflejo de una generación».
Fuera como fuera, El artista adolescente trascendía a esa comparación con siete canciones maravillosas gestadas entre enero y marzo del 2001. Arturo Vaquero (Humanoid) en Lugo e Iñaki de Lucas (La Buena Vida) en San Sebastián se encargaron de producir una grabación con pulso electrónico, voces templadas, ocasionales arreglos de cuerdas y la felicísima intervención de Iranztu Valencia en En soledad. El clima va desde el arranque expansivo e incluso bailable de La Belle Age hasta el recogimiento de piezas como la circular La noche te descubrirá o la evanescente Artista adolescente. Las letras juegan con mitos pop («Dejando a Harvey Williams detrás»), imágenes escapistas («así son las cosas en mi nuevo mundo, en mi satélite emocional»), declaraciones de amor al margen del mundo hostil («si la vida nos pone a prueba tendremos la persistencia de las olas del mar») o la desorientación de un adulto con corazón juvenil («Estoy aturdido, no entiendo nada, ni siquiera lo que hago aquí»). Todo, en una suerte de puzzle de sonidos de cristal: frágil pero perfectamente encajado.
El problema de Dar Ful Ful se encontraba en el trasvase de todo eso a una escenario. Les incomodaba. Les ponía nerviosos. Les hacía sentirse mal. «No éramos un grupo pensado para el directo. A mí nunca me gustó. En aquel momento lo abominaba», sentencia Marco. Sin embargo, los ofrecían a cuentagotas. «No nos gustaba pero, al tiempo, nos preguntábamos: ¿cómo le vamos a decir que no a esta gente que nos pide que toquemos? Julio Gómez de Vademecwm, a la gente de Spanish Pop List, que conocíamos y admirábamos. No te podías negar», argumenta Xavi. El resultado se traducía en una puesta en escena tan rígida como aparatosa. Lo admite Marco: «Es no sabíamos muy bien cómo hacerlo. Éramos dos guitarristas, con bases grabadas haciendo un medio playback. No había presión del sello para nada, sino del público que nos lo pedía». Esos fans se entregaban a los directos como un acto de cariño, más allá de la crítica musical. Las canciones formaban parte de su vida. Querían escucharlas, como sea, cara a cara con el grupo.
Esta colisión generaba un conflicto intermitente pero constante. Llegó un momento en que optaron por subir su precio como freno. Lo reconoce Xavi: «Queríamos disuadir a la gente de tocar en directo sin tenerles que decir que no. Decidimos elevar el caché, además de exigir ir en avión al sitio en el que tocásemos. Nosotros pensábamos que nadie lo iba a pagar. Pero luego hubo quien lo pagó». Así se les pudo ver en festivales como el FIB 2001 o el Primavera Sound 2002, con ese directo casi en modo karaoke, sobrio por decisión y plano por necesidad. Tras toda esta pelea entre sus deseos y los de sus seguidores latía una suerte de autosuficiencia y control de la situación. «Esa invisibilidad nos daba confort -reflexiona Xavi-. Nos gustaba pasar desapercibidos, no tocar mucho en directo y pasar de puntillas. Hacer nuestro rollo en la habitación de Marco, seguir con nuestra amistad y nuestro grupo de amigos para mí era lo más importante».
En algunos de esos directos se tocaron temas nuevos como Pablo miente. Y, junto a esa demanda de directos no deseados, se empezaba a hablar de un siguiente disco. Podría repetir el formato de mini-cd que tan bien les había funcionado. Sin embargo, las cosas empezaban a desgastarse y la amistad entre Marco y Xavi sobre la que se edificó Dar Ful Ful a evaporarse. Y con ella el proyecto musical. Su pase en mayo dentro del Primavera Sound supondría el fin del grupo. «Cuando me bajé del avión, al llegar a Santiago, supe que no íbamos a seguir. El concierto y todo lo que vivimos allí lo precipitó todo», desvela Marco. En los meses anteriores habían surgido desavenencias entre ambos, intereses contrapuestos y, sobre todo, una falta de sintonía personal. «Se había deteriorado todo. Había cosas que proponía Xavi que a mí no me gustaban, y había cosas que proponía le proponía a él que tampoco le gustaban. Las cosas dejaron de funcionar. No entendía hacer aquello, que había surgido de una amistad, sin ser amigos», concluye. Su compañero no acierta a explicar cómo fue ese fin: «No sé decirlo. Solo que aún hoy me siento muy frustrado a nivel personal por aquello. Era una amistad que apreciaba mucho. No te puedo contestar».
Como ocurriera con Family -sí hasta en esto vuelven a salir a colación-, Dar Ful Ful dejaron un disco precioso, se disolvieron sin hacerlo nunca oficial y abandonaron sin hacer mucho ruido. Su valor máximo reside fundamentalmente en las canciones de El artista adolescente, un disco inmortal que lleva maravillosamente bien el paso del tiempo. Sin embargo, a una escala local y generacional, mostraron algo más intangible y etéreo: la idea de que aquí también se podía caminar al margen de los caminos preestablecidos pintando conexiones con el exterior, más allá de la intolerancia. Xavi nos pone en el antes: «Recuerdo que te decían: «¿Pero qué es esta mariconada que hacéis con música electrónica? No se entendía eso. El cambio de las guitarras por algo que no fueran guitarras parecía que faltaba al primer mandamiento de la ley de Dios o algo así. La tradición era la guitarra. Todo sonido que derivase de ahí podría ser aceptado, pero el que hiciera algo fuera era como hereje». Y, luego, en el después, su después: «Me encanta vivir lo vivido en esos años. Una época fabulosa en la que teníamos la sensación de que íbamos a cambiar algo, que había un antes y un después».