Hubo un tiempo, con poco dinero y muchas ganas de adentrarnos en la gran historia del rock, en la que los discos en vivo eran la mejor de las puertas que se podían imaginar. Adquirías uno de esos dobles elepés grabados en uno o varios conciertos y entrabas en el universo de un grupo por la puerta grande: con los gritos de fans, la imaginación desbordada y su grandes éxitos. Luego, empezaste a leer revistas de gente con supuesto criterio que decía eso era una maniobra comercial y que, quizá, no tenía tenía sentido. Y aunque a ti lo del público bramando y coreando estribillos te gustaba, poco a poco, empezaste a interiorizar esa idea entendida de que los álbumes en vivo no eran necesarios y que lo que tenían que hacer los grupos es producir material nuevo. Internet dilapidando el concepto disco (y, especialmente, el acto de su compra) se encargó del resto.
Pienso cosas como estas tras leer “Los 100 mejores discos de rock en directo”, el libro que acaba editar el periodista musical Tito Lesende y que versa precisamente de eso: de glosar y ensalzar los grandes títulos de un modelo que en su día fue rey y hoy apenas llega a la categoría de complemento. Por sus páginas de pasan títulos tan míticos como “Live at the Apollo” de James Brown, “At The Folson Prison” de Johnny Cash o “Live At Wembley” de Queen. Pero el recorrido clava el aguijón de manera muy especial a los que tienen cierta edad. Porque, sin duda, muchas de las grandes revelaciones que como fans muchos hemos tenido en el mundo de la música han llegado con este tipo de discos.
Me pongo en modo personal. Y encuentro ahí “If You Want Blood You’ve Got It”de Ac/dc, regalo de una amiga de la calle que lo había heredado de su hermano y que me hizo descubrir a mis 13 años la electricidad adictiva de los australianos en los setenta. También el “Under A Blood Red Sky” de U2, pasado por un compi de clase en 8º de EGB y mostrando la otra vida del grupo previa a aquel “The Joshua Tree” que nos volvió locos a todos. Y, cómo no, el celebérrimo “Live After Death” de Iron Maiden con aquellas fotos microscópicas desgastadas con mis ojos y la vibrante emoción que desprendía el grupo en vivo (ruuuuuun to the hiiiiiills!!!!).
Ahí se encuentra el calambre original. Los chispazos que nos empujaron a algunos a cruzar esa puerta y no volver atrás. El trallazo punk de los Ramones en “It’s Alive” dinamitando las pulsiones adolescente. El hard-rock de estadios de Scorpions en aquel “World Wide Live” que nos hacía soñar en solos de guitarras y melenas al viento. O, aunque aquí no salga ya que el autor prepara un libro similar para el caso español, el “Baron al Rojo Vivo” de Barón Rojo, seguramente el disco en directo que más haya escuchado en mi vida.
Más adelante, profundizando en la música llegaron el directo de la Velvet, el “Stop Making Sense” de Talking Heads o el “Unplugged” de Nirvana. Pero, a poco a poco, la mística (y la capacidad de imaginar el estar allí) se fue perdiendo en favor de otras cosas no necesariamente peores. Ni tampoco mejores. Quien desee hacer el viaje nostálgico propuesto que no lo dude, el placer del reencuentro con todo aquello está asegurado. Lo de que a los millennials les atraiga esto ya me genera más dudas. A ver si alguno se pronuncia.
Ahora lo más demandado son los videos en Youtube de conciertos en directo.
Bueno, a mi me siguen gustando los discos en directo eh!