Leonard Cohen
13 agosto 2009, Parque de Castrelos, Vigo
Leonard Cohen no es Bob Dylan. El canadiense se deja de reinvenciones y de hacer vivir las canciones en sus giras para luego dejar a una buena parte del público en el desconcierto.Todo lo contrario, Cohen le ofrece a la gente lo que exactamente desea la mayoría: un grandes éxitos en el que, pese a alguna variación en la carcasa, los clásicos se reconocen con facilidad. Tampoco es Bruce Springsteen. Mientras este se reserva un tercio de su repertorio para variar de ciudad en ciudad, Cohen no acepta cambios. Su show es exactamente el mismo que se puede ver en cualquier otra cita de la gira. Es más, hasta sus constantes agradecimientos, sus genuflexiones y su modo de presentar los temas seguramente responden a un guión donde todo está totalmente prefijado.
Descartada la sorpresa, solo queda lugar para la emoción. Y de esa hubo mucha flotando en el Auditorio de Castrelos en Vigo el pasado jueves. En cuanto empezó a sonar Dance Me To The End Of Love el idilio fue total. Tocando bajo y suave, cantando ronco y grave, Cohen calló a 20.000 personas y las puso a comer de su mano. Primero, dejando claro que el suyo no era un concierto de palmas y karaoke, por mucho que se intentará en los primeros compases de la canción. Segundo, dejando caer un puñado de canciones que se deshicieron en la noche cálida de Castrelos como polvos de magia.
Cohen interpretando «Who By Fire» en CastrelosEn el primer tramo del concierto destacó de un modo especial la tensión de Everybody Knows, la fragilidad de In my Secret Life y, sobre todo, Athem en uno de esos momentos que justifican por sí solos el pago de una entrada. Habría muchos más y, aún por encima, para la mayoría con entrada de balde. Tras un descanso de 20 minutos, la banda retornó al escenario y trazó una secuencia memorable. Ahí es nada: Tower Of Song, Suzzanne, Sisters Of Mercy y The Partisan seguidas. Luego, poco después, Hallelujah puso a todo el auditorio en pie y Take This Waltz provocó el delirio. El embriagador mano a mano entre el cantante y una de sus coristas agotó la reserva de suspiros y escalofríos.
A partir de ahí ya no había marcha atrás. Cohen sacó todo el partido posible a su peculiar puesta en escena. De rodillas al público, quitándose el sombrero, haciendo el payaso cuando abandonaba el escenario, presentando a los músicos mil y una vez. Todo funcionaba hasta el punto en el que, en un momento dado, quieto y mirando al vacío sin más, logró que todo Castrelos se deshiciera en aplausos. Con un ambiente así, enlazar So Long Marianne y First We Take Manhatan en el primer bis solo puede conllevar el éxito. Y lo logró. En el segundo brilló la angelical revisión del If It Be Your Will con arpa y todo a cargo de dos de sus coristas, recogiendo el guante de Antony, que la revisó previamente. Y para el tercero, I Tried To Leave You funcionó a las mil maravillas.
Al final, como sucedió hace unos días con Bruce Springsteen, se cumplieron las tres horas de actuación. Cambiando músculo por poesía y sudor por contención, Cohen también recordó el contenido de una palabra: grandeza. En medio del entusiasmo general, más de uno se acordó de la responsable indirecta del recital, Kelley Lynch la ex manager y amante que lo arruinó y lo devolvió a los escenarios. “Es una benefactora de la humanidad”, se podía escuchar a un chico a la salida. Mucho nos tememos que, consciente o inconscientemente, esa frase representaba la opinión general.
Dios, qué envidia