Desde luego la Macarena tiene más vidas que un gato. Aquella pieza festiva y aparentemente intrascendente, que surgió en la primera mitad de los noventa y conquistó el mundo ante la sorpresa de todo,se sigue bailando con inusitado fervor casi 30 años después. Ocurrió la semana pasada en el festival de Coachella, donde se reúnen las principales figuras del planeta pop y los sonidos alternativos. La colombiana Karol G la invocó. Con la imagen imponente de Los Del Río de fondo la insertó dentro de un popurrí pensando para honrar a la música latina. Y la reacción del público fue la que tenía que ser: todo el mundo se puso a bailar la pieza embriagándose de esa sensación de alegría que le da a uno el perder la vergüenza y entregarse a la dichosa coreografía que todos tenemos en la cabeza.
La escena invitaba a frotar los ojos. Es cierto que el mundo está cambiando. Que sonidos latinos y festivos otrora denostados permean totalmente en el mundo anglosajón y los templos de la excelencia pop, obtenido un prestigio impensable hace apenas un lustro. Y que donde se dijo Diego se dice digo constantemente, bien sea disfrutando de las neo-bachatas de Rosalía y C. Tangana, o bien sea admitiendo que, bueno, el rechazo al reguetón quizá se debió más a una obtusa concepción del buen gusto salpimentada de clasismo que a otras cosas. Pero ver en un evento como Coachella a la gente de colores y los hipsters de última hornada entregarse a la Macarena no deja de sorprender.
Porque la Macarena se las trajo. Recuerdo cuando en la segunda mitad de los noventa U2 hicieron la gira pop-mart. En ella, muy basada en la idea popular del pop -valga la redundancia- e invocando precisamente a iconos considerados en otro momento horteras como Village People o Abba (hoy asumidos, pero entonces denostados como música basura entre «los que controlaban»), hacían un guiño en cada país al que acudían. Preguntan por una canción popular del momento y la ponían en modo karaoke. En Barcelona apelaron a la Macarena y la reacción del público, en lugar de cantarla, fue empezar a abuchear al grupo, que desistió en el intento. La de la crítica que cubría el evento, la de aplaudir ese desprecio. Se supone que un grupo “de calidad” como U2 no podía apelar a algo así. Ni siquiera en aquel concepto que manejaban y en el que encajaba a la perfección. Ya hay que ser cerrados para ello.
Pero ahí está, un par de décadas después, la Macarena brillando y vibrando en el epicentro del planeta pop como algo radiantemente moderno. También embaucando a las nuevas generaciones de niños, al aparecer en el filme Hotel Transilvania. Y haciendo pensar a muchos músicos maduros que quizá no era una mala canción, cuando la disfrutó tanta y tanta gente. Lo recogí en mi libro La música no es lo más importante. Un día comentando con Xoel López sobre lo divertida que me parecía a mí para bailarla con los niños y que aún me iba a terminar por gusta, me dijo. «Oye, es que la Macarena es un temazo». Y cada vez estoy más cerca de darle la razón.
Por favor, gestores del buen gusto y melómanos avinagrados: no me lo tengan en cuenta, que uno solo quiere divertirse con la música y, si puede ser, ser un poco más feliz.