Intuía, siguiendo sus redes sociales y charlando con ella en alguna ocasión, que el nuevo disco de Vega iba a ser algo tan grande como la vida. Hay algo en su forma de cantar y de exponer emociones en bruto con un suave barniz de poesía que parece conectar directamente esas piezas con sus sentimientos. Y este, un disco surgido en la zozobra de la pandemia tras más que algún titubeo de dejarlo todo y colgar la guitarra para siempre, parecía que iba a ser más. Incluso más que el fantástico La reina pez (2018) y el directo Diario de una noche en Madrid (2020), que para quien no lo conozca hay que advertir que es es algo más que un disco en vivo al uso. Es la vida misma de su autora.
Vaya, no llevó ni un párrafo y la palabra «vida» y «más» se han repetido ya varias veces. Normal porque Mirlo blanco tiene mucho de ambas. Pero volviendo al inicio, al intuir ese carácter opté, como hago a menudo con otros elepés, en repeler en la medida de lo posible el goteo de temas previos. Hay artistas que prefiero degustar a la vieja usanza, siempre y cuando la urgencia profesional me lo permita. Cuando sacan un disco me gusta abordarlo como tal, con su introducción, nudo y desenlace, sin muchas escuchas previas que me hagan sentir el desnivel ya escuchado frente a la escucha virgen. Y este, que era más y era vida, lo quise saborear así.
Ahí, precisamente ahí, me encuentro con la homónima Mirlo blanco abriendo el álbum. No es lo mismo verla como un tema suelto vagando solo en las plataformas digitales, que inaugurando un álbum crudo, intenso y catártico como este. Desde ese lugar inicial emprende el vuelo justo en el momento en el que pensaba dejarlo. Mostrándose como esa rareza incomprendida que parece demasiado mainstream para el público indie y demasiado indie para el público mainstream. Una artista estigmatizada como triunfita por el paso de hace un porrón de años por el concurso, pero con la que la gran industria no quiere contar precisamente por no dejarse moldear a la manera de un producto prefabricado. Una voz que con el grano de la emoción rasgando el discurso dice: «Soy mujer digo NO y es un NO». Ojo, no es un error: en la transcripción de la letra dichas negativas va con mayúsculas en las dos letras.
Mirlo blanco abre el disco. Y eso la hace más grande. Anuncia épica, confesión, corazón abierto y belleza suspendida en el aire. Se concibió como una despedida, pero surge aquí como una bienvenida. A las voces que tiemblan. A las flautas que pintan fantasía. A las canciones que empiezan casi susurrantes y suben en una ola de emoción justo cuando dice por segunda vez «y jamás cederé» elevándose todo. Ahí ya nos tiene ganados, con una pieza que se deja guiar en su tramo inicial por una guitarra deliciosamente setentera para decir «Soy un mirlo mudando el plumaje renacido». Y suena a frase lapidaria. A proclama -sí- de vida. Al inicio -sí- de algo más que un disco, que enlaza aquella reina pez que nadaba a contracorriente con el pájaro de blanco satén que vuela y vuela.
Dudo mucho que las cosas cambien, que el mundo sea un lugar más amable para que estas canciones suenen y vuelva a sonar. Pero desde luego este será mejor con esa voz que late como un corazón y habla de las cosas que nos conmueven, nos afectan y nos hacen sentir vivos. Y ojo, que solo es la primera canción de todo lo (bueno) que llega luego. Que es mucho.