Cooper
Sala Pantalán, A Coruña
5 octubre 2019
Han caído muchos por el camino, pero Alex Díez tiene un enganche con sus fans muy especial. Anoche en A Coruña muchos de los que los han seguido durante los últimos 35 años acudieron a darle el último adiós en la sala Pantalán. Había uno que había enterrado a su padre el mismo día, pero precisamente por eso necesitaba ese concierto más que nunca. Muchos, ya descolgados del mundo pop, llegaban a la sala en solitario como quien se mete en un túnel de colores. Gente que estaba siguiendo toda la gira y venía de Madrid o León a verlo. Papás con niños, mostrándole a estos la música de su juventud. Ante ese panorama no es de extrañar que el artista se dirigiera a muchos de ellos por el nombre desde el escenario, sabiendo que nunca más iba a producir ese momento.
Todos lo sabían. Este no iba a ser un concierto más. Por ello, la sala registró una generosa entrada muy superior a la de otras visitas de Cooper a la ciudad. Armado con la última formación del grupo -al formato guitarra, bajo batería se añade pequeña sección de viento y teclista- repasó el repertorio de Cooper, pero también el de Los Flechazos con píldoras seleccionadas. Y así se pasaba de Hyde Park a En el club con suma facilidad, constatando la vigencia de un repertorio eterno. «¿Qué tal han envejecido las canciones de Los Flechazos?», preguntaba. Fenomenalmente.
Permanecía aún fresco el recuerdo de la gira Popcorner del 2016. E igual que con aquella, el cuño de “concierto para el recuerdo” que llevaba la noche propició que, de inicio, el público estuviese algo rígido de inicio para ir soltándose poco a poco. Ocurrió, claro está, con pinchazos como La chica de Mel de Los Flechazos o Cierra los ojos de Cooper. Ahí, justo ahí, se empezó a encontrar ese estado ideal de flotar en la música y sentir como, una a una, iban cayendo esas golosinas pop sobre la audiencia vibrante y sudorosa.
No resulta una novedad resaltar el poder euforizante de A toda velocidad que, ahora sí, sonaba por última vez en un escenario gallego, disparando los recuerdos en la mente de cada uno. Tampoco era un secreto el maravilloso tacto melódico de Canción de viernes tocando la fibra de la mano de ese medio tiempo tan (bien) cultivado en Cooper. Ni esa Rabia que prendió la chispa ya en la recta final de la actuación.
El primer adiós lo puso Dos grados bajo cero, invocando al sonido Madchester en una secuencia bailable y genial que, sin embargo, dejaba estático a parte del público. La segunda despedida, tras un solicitadísimo bis, la dio Me conformo de Los Mitos, radiante y luminosa. Y entre los fans se mascullaba el porqué de esa decisión. «Pudiendo cerrar con Viviendo en la era pop o La reina del muelle, no entiendo cómo hace esto», comentaba uno.
Pero a estas alturas de la película ya todos deberían saber que, como tanto ha insistido en las entrevistas que está dando con motivo de la despedida, Alex Cooper lo suele hacer las cosas como las demás. Quien busque una explicación la puede encontrar en su propio cancionero: «Es algo tarde para hacerme cambiar». Lo fue en los años ochenta y lo continúa siendo ahora.
Se terminó. En el momento preciso, el elegido por el autor, que es el que sabe de palpitaciones y emociones. Así que nada de tristeza. Celebremos haber disfrutado de todo esto. Y guardemos ese repertorio como oro en paño para el futuro. Como debe ser.
Adiós maestro. Ha sido un placer.