Caetano Veloso & Teresa Cristina
Palacio de la Ópera, A Coruña
30-abril-2017
Lleno total en el Palacio de la Ópera en la segunda visita de Caetano Veloso a la ciudad. La anterior tuvo lugar en el 2007, en el aniversario de la Fundación Barrie y en clave experimental y noise. La de ayer tampoco resultó del todo convencional. Acudía con la cantante Teresa Cristina -a quien le cedió la parte inicial del recital y la sumó al tramo final- y en un formato mínimo -él solo y su guitarra-. Es decir, canciones expuestas como árboles de invierno, sin hojas y sin flor. Esencia más absoluta. Simplicidad máxima. O gusta o disgusta, sin término medio. Apenas su voz tersa-suave-y-embaucadora, la guitarra rítmica-pero-aterciopelada y, por supuesto, un repertorio mí-ti-co.
Fue su inagotable catálogo de canciones quien sustentó un concierto que en manos de otro sería un suicidio y en el que, sí, de cuando en cuando se echó en falta el cuerpo de una banda. No en O Leazozinho, por supuesto, o su celebérrima versión de Cucurrucucú Paloma, paridas ambas en esa precariedad instrumental y despertando anoche las primeras ovaciones por su espléndida interpretación. Pero sí, desde luego, en esa visita a la imprescindible A luz de Tieta o en los rescates de la época tropicalista. Hubieran ganado con el abrigo de un puñado de músicos, sin duda. Se sabía y, por tanto, no decepcionó a nadie. Aunque la mente tendía, en más de una ocasión, a buscar en el aire sonidos que definitivamente no estaban pero que aparecían como fantasmas.
De todos modos, Veloso es un grande y, como tal, se bastó de esas armas para trenzar una actuación notable. Le precedió su invitada particular, quien llevó a las tablas las canciones de Santa Cartola, acompañada del guitarrista Carlinhos Sete Cordas. Supuso una agradable media hora previa que se empalmó con la aparición de la estrella del cartel. Arrancó con Luz do Sol. Delicadeza, líneas que apuntan alto y, de pronto, se encogen. Una garganta finísima que la guía y la sensación de asistir al concierto de, insistimos, un grande.
Desfilaron Os Passistas, Um índio y un Reconvexo en el que, ante la ausencia del temblor rítmico original, reclamó palmas. En contraste, se marcó una versión del Love For Sale de Cole Porter a capela. No hay trampas. No hay boutade posible. Sonó tal cual la grabó en el 2004 en el excepcional Foreing Sound. Sí, antes de que a Dylan se le diera por revisar los clásicos de la canción americana previa al rock, ya andaba Caetano Veloso por ahí. Ayer la definió, ensimismado, como “a mellor canción americana”. Y encantó la audiencia.
Se trataba tan solo del ecuador de un concierto que fue creciendo y que encontró sus picos más altos en la unión de los tres músicos final. Ahí entre Odara y Desde que o samba é samba, Cateano, Teresa y Carlinhos mandaban un mensaje a los que, apurados, ya estaban en los pasillos buscando la salida. Aguarden, bajen el ritmo de su vida y disfruten de ella sin prisas. Sí, con esa suave cadencia de esas canciones tan rematadamente bonitas que hacen que esa vida, muchas veces acelerada, sea mucho mejor que sin ellas. Aunque, en ocasiones, echemos de menos la banda.
Foto: Eduardo Pérez