Mañana actúa Silvia Pérez Cruz en A Coruña. Lo hace en un formato muy especial, con un quinteto de cuerda que la arropará, sin partitura, en la revisión de su repertorio. Se trata, según la artista, de romper barreras con el público invitándolo a fundirse con la pura emoción del músico. De eso, de emoción, se habla mucho en esta entrevista de la que apenas se publicó un pequeño estrato en La Voz. Aquí va íntegra. Creo que merece la pena. Resultó un gustazo hacerla. Un placer que se prolongará mañana cerrando los ojos para escucharla en el Palacio de la Ópera.
-¿Existía otro camino en su vida que no fuera el de ser artista?
-Bueno, es verdad que desde que nazco hay música en mi casa. Y que la música se me presenta como algo súper natural. Es algo que agradezco mucho ahora porque veo que es muy importante esa tranquilidad. Tanto mi padre como mi madre eran dos personas muy sensibles. Mi padre, que era gallego, se comunicaba conmigo cantando. Desde mis doce años hasta cuando se murió nuestras conversaciones eran así, cantadas. Con Alfosina y el mar, 20 años y otras habaneras más anónimas. Mi madre me ha enseñado a mirar. Ella es artista, mágica y fuerte. Me lo ha puesto muy fácil. Me ha dado muchas herramientas y mucha libertad. Ese es el puntal de cómo soy. Luego, estudié desde pequeña. Pero mi hermana vivió lo mismo que yo. Es muy artista. Estudió escultura y chello. Ahora está haciendo pasteles, que nunca sabes a dónde te lleva la vida. Pero la verdad es que para mí la música es una forma de vivir.
-A lo mejor esa manera de vivir la música como un juego infantil puede ser lo que le lleve ahora a ser más amiga de la emoción que de la matemática. ¿Rehuye la perfección en la música?
-[Piensa un rato] Yo pienso que hay muchos pasos en la música. Por ejemplo, en el escenario creo que no tiene que haber pensamiento. Tiene que haber emoción. Tú eres un canal para que pasen cosas. No tiene que haber códigos. Pero es verdad que, al componer, es otra cosa. El primer paso es muy animal y orgánico. Luego, toda la parte de arreglos y construcción es muy matemática, que también me gusta. Pero al compartirlo en directo quiero que sea emoción. Cuando filtro cosas externas para incorporar a la música o gente con la que trabajar también uso la emoción. Sí que es verdad que lo de la infancia que dices se debe notar en el escenario. Es como un juego. Le intento quitar esa magnitud que se le da al escenario. Intento humanizarlo, quitarle hierro y que sea un juego, aunque hable de las emociones más bestias.
-¿Es esa sensación de «no pensar» lo que se persigue en el escenario? ¿Es adictiva?
-Sí, sin duda. No siempre pasa. Hay momentos en los que estás pensando, pero lo que atrapa de verdad con esos segundos y, a veces minutos, en los que logras no pensar y casi no ser. Es una felicidad muy pura. De hecho, intento que aunque cueste mucho lo que hago, aunque sea realmente difícil, que no se vea la dificultad, que no se vea la matemática. Que quien escuche solo sienta. No quiero que diga: «¡Ay, qué difícil!», «¡Ay, qué interesante!». No busco eso. Quiero que sienta cosas. Es muy sano. Pensamos mucho y cuesta mucho liberarse de la cabeza. Para mí es un regalo tener esos momentos de estar y sentir.
-Su música es tremendamente variada y plural. ¿No podría ser de todo modo o se trata de un principio artístico?
-Es que… [se queda un rato en silencio] Cuando he ido hablando con periodistas me he dado cuenta de todo esto de ponerle nombre a las cosas. Para mí la música es música y uso distintos lenguajes cuando creo que me sirven. Pero no tengo una obsesión en hacer muchas cosas, solo que voy aprendido. Llevo desde pequeña y he conocido muchas músicas y muchos músicos, casi de casualidad. Te van afectando unas cosas y otras, del mismo modo que te afectan unos libros y otros y escribes diferente por lo que has leído. Pero no es mi objetivo. Para mí el objetivo es de lo que hablábamos antes: estar conectada con la emoción. El resto son herramientas. Para mí todo son canciones y emociones. No pienso en estilos. Yo escucho algo y me gusta o no me gusta. Pienso más en el peso, en la verdad, en buscar la sinceridad, en el peso de lo que canto. No de dónde viene.
-Escuchándola da la sensación que hace un recorrido de este a oeste de la Península Ibérica: del fado a la canción mediterránea, pasando por el flamenco. Esto tiene que ser por algo. ¿De dónde viene eso?
-En eso hay algo importante. Una de las cosas que te limitan y te definen es tu voz. Yo creo que tengo una voz muy ibérica. Lo descubrí con veintipocos años cuando canté con Coetus y Eliseo Parra, que son gente que conoce muy bien las canciones de la Península. Me di cuenta que mi voz encajaba en muchos cantos, de esos que canta la abuela. En Galicia, en País Vasco, en Mallorca, en Andalucía y también en Portugal. Yo tengo una manera de bailar con la voz que tiene conexiones con el fado y el flamenco. Cuando tenía 19 me presentaron el flamenco, que no lo conocía. Impulsiva, pensé en música y me puse a aprender. Descubrí muchas cosas y vi que mi voz se sentía cómoda. Luego mi hermana se fue a vivir a Portugal y tengo una relación muy estrecha con ese país. Antes también la tenía con Galicia. Había escuchando a mi abuela cantar en gallego. Respecto al fado creo que le pega a mi voz.
-Le confieso que, cuando no la conocía, tenía la idea abstracta de que usted era portuguesa. ¿Le ha pasado más veces?
-Recuerdo cuando era chiquita y cantaba en Calella mucha gente me decía: ¿tú de dónde eres? No me ubicaban en Cataluña. Recuerdo también en una cena en Olot que una chica me regaló una cinta de fado. Y en alguna entrevista que me han hecho aquí también pensaban que era una cantante de fado. Pero la verdad es que yo solo sé cantar tres o cuatro fados. Pero sí que es cierto que tanto la saudade del fado como el idioma en sí me han enseñado muchas cosas. Cuando tenía 16 años, además, conocí la música brasilera. Curiosamente, cantar en brasilero me ayudó a cantar mejor en catalán. La suavidad y la manera de unir las palabras me ayudó a unir mejor mi propio idioma. Es un idioma y unas palabras que me agradan.
-Habla de suavidad, pero su registro también muestra un lado en el que parece se vaya a resquebrajar de un momento a otro. Se acentúa cuando canta en castellano. ¿Es consciente de ello?
-Cada idioma tiene su personalidad y musicalidad, por eso compongo en uno u otro. Yo estudié jazz y estuve mucho tiempo cantando en inglés. Tenía una desconexión conmigo. Luego descubrí el flamenco y me ayudó a cantar con el estómago. Con la parte más desgarrada y animal de mí. Nunca me lo habían dicho, pero puede ser que ocurra con el castellano. Con él puede ser que me salgan las cosas más fuertes y que, a la vez, se rompan. Pero no sé explicar bien el porqué [risas].
-Es una sensación deliciosa la de esa fragilidad. ¿Es eso más difícil que el desborde de emoción de cantar hacia fuera con poderío? En algunos de sus directos tiene a la gente en silencio sepulcral saboreando esos momentos.
-El otro día me ocurrió en Mallorca. La persona que había producido el concierto me dijo que le había impresionado mucho el silencio de 1.600 personas y la solemnidad de ese silencio. No se trata de qué es más difícil, se trata de que la intensidad no tiene que ver con el volumen. Eso lo descubrí con Mayte Martín. Me gusta trabajar todas las dinámicas: cantar flojo, cantar fuerte. Cuando cantas flojo eso tiene que ser como un chicle, que lo estiras y es algo muy denso, aunque parece que se va a romper. Incluso el silencio que hay entre cada nota, que sea intenso. Es algo muy interesante, porque a veces uno tiende a expresar las cosas fuertes gritando más. Es como en las discusiones. Gente que grita y se encuentra a gente que hablando bajo te destroza totalmente.
-Hablaba antes de Galicia. ¿Tiene vínculo con nuestra tierra?
-Solo fui una vez con la familia a conocer el pueblo de mi abuela, que es O Rechouso, una aldea pequeña de Ourense en medio de la montaña. Mi padre vivió allí con mi abuela, que es una persona que me marcó. En Navidades se comía pulpo mientras lo escuchaba cantar en gallego. No era una relación de ir a Galicia, pero sí que tengo muchas cosas gallegas. No sabría definirlo, pero forma parte de mi ADN.
-Por favor, tómese este comentario desde la perspectiva de alguien que viene de la cultura pop. Me trasmite la sensación de ser una cantante clásica, de otro momento: su modo de cantar, su estética, su manera de gesticular las canciones. ¿Se siente cómoda con lo que le acabo de decir?
-Me pasa un poco como con lo de los estilos. Yo no soy una persona de modas. Me siento atemporal. Por el tipo de repertorio que hago sí que te puedo parecer así, pero he trabajado con músicos clásicos, con músicos flamencos, con músicos de folclore, de pop y a la vez, aunque me ponga un vestido largo, tengo actitudes punk a veces. El riesgo es un color de mi paleta que tengo muy en cuenta. No me gusta tener las cosas totalmente controladas e intento ser valiente artísticamente. Además, en mi relación con los músicos, no me siendo como esa cantante que está delante con los músicos detrás, sino que para mí es algo muy generoso y de equipo. Del pop me gusta mucho la concreción: mensajes directos y para compartir. A nivel sonoro, cuando hago arreglos y compongo, hay mucha información de mucho tipos. Quiero decir, en definitiva, que no me siento identificada con lo que me dices, aunque lo entiendo. Intento huir de las estéticas y el discurso pop y de otros estilos. A mí me interesa saber de dónde salen las cosas de verdad. Vestirse de una manera u otra es consecuencia de otras cosas. Hay que sentirse segura en el escenario. En mi caso, llevar un vestido largo hace que me olvide de todo mi cuerpo. Si pudiera no vestirme sería mejor [risas]. Es muy importante sentirte cómodo, guapo, no andar pensando en cómo vas vestido, en tus piernas, en tus brazos. Esa es la manera que he encontrado yo.
-¿Cubrirse es una manera de olvidarse?
-Es que es lo que estoy buscando, olvidarme de mí misma y, a veces, estar en el escenario te hace tener mucha conciencia de ti misma. No tengo manías. Si un día encuentro otra ropa que me haga sentir cómoda la usaré [risas]. No quiero explicar nada con la ropa.
-¿Se tomaría como un piropo que un asistente a sus conciertos cierrase los ojos y se dedicase tan solo a escuchar?
-Para mí un piropo es ver a gente de todas las edades y de todas las tribus urbanas. Que esté el pijo, el hispter y el jipi y que todo el mundo hable de lo mismo: de lo que les ha emocionado. Suele pasar. Luego, ir a otro país y ver que hay una cosa que se conserva. Me interesa eso: que la gente no quiera clasificarte, sino que sienta y que esté vivo. Mi revolución emocional es que la gente esté despierta para amar bien o votar bien. Pero que esté viva y que, por un momento, se rompan esas barreras. Que en este mundo de soledades se cree una colectividad en la que nadie piense en cómo va vestido o qué estilo le gusta normalmente.
-En su último disco, «Domus», trata el tema de los desahucios, pero usted insiste que no es política, sino algo emocional. ¿Lo puede explicar?
-Intenté poner música a un viaje emocional. Acompañar a esas personas e intentarme ponerme en su piel, sentir lo que se les va rompiendo. Yo de política no sé suficiente. Sí que tengo unos valores que intento a veces meter en mi música, unas veces de manera más abstracta, como eso que te decía de estar despierto. Pero en otras es más concreto. En este disco sentí esa necesidad. No era un obligación, pero me salió natural hacer «No hay tanto pan» para intentar hablar de las cosas de una manera más directa. Ha sido un ejercicio muy nuevo para mí, pero natural. A veces me preguntan si un artista tiene el deber de estar comprometido y hacer cosas sociales. Yo les respondo que no, que para mí el arte, ante todo, es libertad para quien lo hace y quien lo escucha. Para mí es el valor más grande y lo que me engancha a él. Si dentro de esa libertad a alguien le apetece explicar algo social me parece maravilloso. Pero no es una obligación.
-Vivimos un momento en el que ese debate está siempre sobre la mesa. Se exige al músico que se defina sin escala de grises: si va a estar mirando a lo que pasa en la calle o no.
-Un músico que haga algo impostado, hablando de la sociedad o lo que sea, lo encuentro muy triste también. Hay músicos que hacen música instrumental que también expresan cosas. Cada uno bebe de lo que le afecta. Creo que es un error abrazarte a cosas que no sientes. Igual a uno le afecta mucho lo que pasa, pero no le inspira para escribir o no sabe hacerlo. La base es ser sincero con uno mismo. Tiene mucho valor el arte y hay que cuidar su verdad. Para mí es un espacio sagrado. Mentir no me lo podría permitir, porque es el momento en el que entiendo un poco más la vida.
https://youtu.be/1oJKmpjDfaY
-Decía que valoraba del pop la concreción. En la canción «No hay tanto pan» semeja que apela a eso: a una especie de estribillo tomado una frase popular y a la que, curiosamente, le amputa una parte para que lo complete el oyente.
-Sí, me gustó mucho la idea de coger una frase que todo el mundo sabe cómo acaba y dejarla así. Dices lo mismo pero me quedo con la parte más poética, que me conecta con Lorca. Pero está claro que no hay tanto pan para tanto chorizo [risas]. Además, hubo un cambio a nivel compositivo. En 11 de noviembre tenía mucha información y, a nivel de armonía y arreglos, era mucho más complejo. Ahora tenía la necesidad de hacer canciones más simples armónicamente, más pop y más popular. Canciones que me emocionan con tres acordes.
-Esa sensación también la trasmite a nivel de letras: se entiende todo a la primera. ¿Ha huido de los mensajes ocultos?
-Ha sido otro aprendizaje. En 11 de novembre escribía a través de emociones que yo sentía. Estaba con el luto de la muerte de mi padre. Era una purga. Sentía que la forma, aunque no fuese muy buena, estaba justificada por esa muerte. En ese disco he podido investigar cosas a nivel de escritura que no había hecho nunca: hablar de cosas que no me han ocurrido a ti, meterse en voces de otros, cambiar el sujeto de sitio.
-Este fin de semana viene a la ciudad con un quinteto de cuerda. Los músicos vienen sin partitura. ¿Por qué?
-Este proyecto nació hace dos años y medio por encargo del Auditorio Nacional de Madrid. Querían hacer algo dentro del ciclo de música clásica, pero con artistas que no son clásicos. Entonces, yo siempre tenía ganas de tocar con un quinteto. En la escuela de música lo veía. Hicimos el concierto y nos gustó tanto que seguimos. Cuando termino Granada seguimos con el quinteto. Me apetecía mucho investigar el formato. El quinteto a priori lo tenemos encasillado en la música clásica. Yo quería llevarlo a la música popular, que quien viniera a verlo no pensara que es música clásica. Había algo muy importante para mí. Yo toqué muchos años con partitura y sé lo que es. Cuando ví que podía les propuse a los músicos la aventura de aprendérselo de memoria. Sabía que era un esfuerzo, pero valía mucho la pena. La partitura no deja de ser un código matemático y una barrera física con el espectador. Quería proponerles que experimentaran notar el vacío de uno mismo, olvidar las notas y dejarse sentir. Todo es así más flexible. El músico vive más el presente. Se escuchan entre ellos. Y eso propicia que los cambios en el directo sean posibles.
-¿Cómo fue las primeras veces?
-Brutal. Había quien no lo quería hacer. Hay músicos que no lo habían hecho nunca y se les ha cambiado la vida. La violinista principal del grupo siempre había tocado con partitura y el primer día que tocó sin ella al terminar el concierto estuvo llorando mucho rato. Se encontró consigo misma. Brutal. me permitió trabajar más la sonoridad, llegar a puntos más sucios y más fuertes. Es mucho de esa actitud punk y valiente trasmitida a un formato que siempre se ve en un contexto súper perfecto y elitista. Creo que lo hemos conseguido. Hay muy buen rollo, hay felicidad. Estoy muy contenta de lo que se ha conseguido.
-Suena muy emocionante lo que dice.Dan ganas de ir corriendo a verla en directo
-De eso va [risas]. Estamos aquí poco tiempo y hay que entregarse. De repente, el escenario es un lugar en el que puedes gritar y no pasa nada, donde puedes dar tu opinión y te escuchan. Pasan cosas. A veces piensas que nada sirve, ves mucha mentira y mucha decepción. En algún momento cuando hacemos música pasa algo y eso merece mucho la pena cuidarlo.
-Tiene ya dos años de antigüedad el formato. ¿Hay lugar para «Domus» en él?
-Hay versiones, hay canciones de 11 de novembre y también hay canciones de Domus. En este formato funcionan bien tres y son las que hemos hecho.
-Durante toda la entrevista habla de emoción, verdad, pureza… Parece que intenta buscar el termino adecuado para definir lo que hace con la voz: elgo muy genuino y nada artificioso. ¿Aceptaría cantar con auto-tune?
-Depende. Lo usó alguna vez para una nota en concreto , que no vale la pena volverla a grabar. Pero eso de hacerlo todo con auto-tune no, se carga toda la imperfección.
-¿Piensa quizá que en la imperfección está la belleza?
-Totalmente. Cuando grabas se busca. Yo soy de grabar tomas enteras. a veces pasa algo y, buff, parece que lo vas a perder. La perfección no sé lo que es. Pero no es el objetivo para nada. El objetivo es la verdad, que tenga poro, que tenga grano, que se pueda tocar, que trasmita algo.
-En ese sentido «Granada», su disco con Raúl Fernández, era deliciosamente imperfecto.
-Exacto. Se trabajaba mucho eso. No pudo ser tan directo como queríamos, pero lo que se valoraba es el vértigo y la imperfección bella. Hay errores feos, pero otros no. Especialmente en el directo, el error forma parte de todo. Cuando algo no es como esperabas no debes tomarlo como un trauma, sino como una puerta que se abre. Si lo vives así llegas mucho más lejos.
Foto: Miguel Ángel Daniel