Causaron impacto en 2013 con Silence Yourself, su notable debut. Pero, sobre todo, nos pusieron frenéticos con un directo arrollador. Las londinenses Savages lograban esa mezcla perfecta de impacto físico, visual y emocional que no admite resistencia. Por mucho que algunos quisieran poner el escudo de las influencias demasiado obvias (Siouxie an The Banshees), las inevitables (Joy Division) y las otras que no se resaltaron con la misma intensidad (Sleater-Kinney), su poderío resultaba total. Dentro, letras que invitaban a la acción como «Vivimos una época de muchos estímulos / Si estas concentrado eres más difícil de alcanzar / si estás distraído estas disponible (…) Tal vez lo deberíamos de desconstruir todo / Quizá deberíamos recolocar todo de nuevo» (Shut Up) Fuera, apretando puño, apretando los nervios del estomago, apretando la respiración misma. Y haciendo sentir en el oyente el placer de la catarsis.
Ahora llegan con un segundo álbum con menor sensación de rodillo, quizá. Menos incisivo en ocasiones. Y menos flamígero, en general. Pero igualmente emocionante. Adore Life resulta algo imprevisible si tenemos en cuenta Silence Yourself. Se trata, ni más ni menos, que el canto a la vida y al amor al estilo Savages. Un impulso que se abre camino entre la zozobra, los climas insanos y algún que otro clímax. «Entiendo la urgencia de la vida / a lo lejos hay una verdad que corta como un cuchillo / Tal vez voy a morir mañana, así que tengo que decir / Adoro la vida», canta Jenny Beth en el tema homónimo. Se trata de la cumbre expresiva del disco, una cristalización musical del «pese a todo -el entorno doloroso, el futuro complicado, mi tristeza congénita- quiero vivir y disfrutar de la vida». En el tramo final, con la cantante desdoblando su voz del tono más grave a la luz de un agudo infinito y arrebatador, se siente ese resplandor en su/nuestro rostro. Pellizco. Ummm… Sí, esta es la música que tanto echábamos de menos.
La tripleta inicial –Answer, Evil y Sad Person– podría hablar de continuismo sonoro con su álbum precedente. Hay post-punk. Hay sensación de avalancha sonora. Hay música directa-pero-enrarecida. Normal lo tercero. Los conflictos emocionales acuden a la cita. Primero con una viciada atmósfera sentimental ( «Si tú no me amas /entonces no amas a nadie»), en la que incluso se apela al mortificante «quédate a dormir conmigo, podemos ser amigos». Segundo, mostrando a la iglesia francesa sus uñas por su oposición al matrimonio homosexual («Solo hay una manera de formar la familia / Te aprieto el cerebro hasta que te olvides»). Y tercero, hablando de la revolución cerebral que causa el enamoramiento en las personas («El amor es una enfermedad / La adicción más fuerte que conozco / ¿Qué ocurre en el cerebro? / Es lo mismo que la urgencia de la cocaína / Cuanto más tienes, más quieres»). Sí, el amor, toda clase de amor, es la respuesta. Lo cantan. Lo tocan. Y lo exhiben sin pizca de dulzura. Al estilo Savages.
Pese a este arranque, Adore Life pronto se muestra como un álbum de claroscuros, de bajones y subidones, de ambientes viciados e intermitente chorro de ruido. La citada Adore Life abre esa otra puerta. Se habla de PJ Harvey, de Nick Cave & The Bad Seeds, de Swans, incluso de Scott Walker. Teniendo en cuenta que se trata de su segundo capítulo y que continúa-pero-contrasta un notable puñetazo inicial se podría decir que se trata de su Dog Man Star (Suede) particular. Paralelismos y filias al margen, lo cierto es que en este álbum Savages apelan al post-punk pero, de su mano, exploran meandros desconocidos. En ese sentido, el trabajo de las tres compañeras de Beth resulta excepcional. La inteligente bajista Ayse Hassan pasando de la geometría rítmica a la línea recta con solvencia; la eficaz batería Fay Milton siempre en su sitio, descartando el exhibicionismo; y la guitarrista Gemma Thompson brillando de manera muy especial, con muros de ruido, marañas de tensión y arpegios de lágrimas.
Hay calma tensa. Lo sugiere Slowing Down The World, con su bajo de tiralíneas. Y lo muestra Surrender, con su ritmo atascado en el ruido como una radiografía musical del miedo y la rendición «(¿Sentiste la presión de crecer dentro de su cerebro / Donde cada nervio está en llamas?»). Hay también tormenta, cuando muestra la voracidad del amor en la pjharveyana When I’m Love o en T.I.W.Y.G., donde vuelve a jugar con la metáfora de la droga: « No importa quién está bien o mal / Todo lo que quieres es esa sensación de nuevo / Cuando alguien se ha instalad en tu cabeza». Todo para terminar el disco bajo mínimos, entre rugidos, voces bajas y sensación de angustia. El amor es así, parece concluir en Mechanics, esa pieza oscura con brillos metálicos que cierra el disco diciendo que cuando el amante entra en la cama «dolor y placer tocarán mi mano». Al tiempo, pide «hacer todas las cosas que nunca he hecho». Así, de manera tenebrosa pero con luz, sin concesiones a la dulzura ni a lo que en el pop se entiende normalmente como un disco de amor.
Es el romanticismo al estilo Savages.