Nueva Orleans en el horizonte, pero con mil y un desvíos en ese mirada. Los vigueses The Soul Jacket profesan amor por ese modo negroide y mestizo de entender el rock. Lo han dejado de manifiesto en <em>Black Cotton Limited una obra elaborada al ralentí, con canciones densas, instrumentos acariciando melodías y una voz rasgada que lleva los temas a un estado de lenta ebullición. Este viernes 6 estarán en Los conciertos de Retroalimentación (Mardi Gras, 22.30 horas, 8 euros anticipada y 10 taquilla) haciendo latir en vivo lo demostrado en ese trabajo. Toño López, el vocalista del grupo, se encarga de contestar esta entrevista
-Todas las referencias que encuentro sobre The Soul Jacket hacen hincapié en que parecen un grupo americano. ¿Eso lo toman como un piropo o una tacha?
-Yo creo que es un piropo. Muchas de las bandas a las que admiramos son americanas y pienso que los americanos tienen otra manera de tocar. Se comunican más por señas, son más libres y no tan académicos como pueden ser los ingleses. Para mí, desde luego, es un halago.
-Pese a algunos temas más vigorosos lo que queda claro es que les gusta tocar lento. El ritmo del disco es bastante ralentizado. ¿Les gusta buscar el éxtasis prolongando en directivo?
-Sí, es la sensación que buscamos. Queremos que haya contrastes entre los temas, que haya momentos más de flote y densidad. Eso en directo lo llevamos a cabo. Hacemos un poco de jam sesion. Nunca hacemos un tema igual dos veces. Nos encanta improvisar en esas partes precisamente. Nos recreamos, las llevamos por la sensación que tengamos en ese momento. Cuando estas en comunión con el público es algo psicoterapia. Otras veces es puro trámite y lo interiorizas.
-Si esto fuera sexo estarían contra el polvo rápido, ¿no?
-[Risas] Claro. Es un “Ya que estamos, vamos a pasarlo bien”.
-La primera imagen que se asocia a ustedes es el rock sureño. Sin embargo, hay constantes toques de psicodelia por ahí que lo hacen muy interesante. ¿Es importante para ustedes?
-Sí, desde luego. Es una puerta para lo que decía antes: la improvisación y la creatividad en vivo. Si siempre tocas los temas de la misma manera todo se convierte en un trabajo, en una repetición mecánica de lo mismo. Sin embargo, eso da la libertad de crear en el momento. Bebemos de la psicodelia, desde algo más clásico como puede ser Grateful Dead a cosas más de fusión como puede ser Funkadelic, que practicaban otro tipo de psicodelia. No tenemos problemas por tirar por esos caminos.
-Sus compañeros parece por momentos que acarician los instrumentos. ¿Hay mucha sutileza buscada?
-En la última etapa, especialmente. Está Guillermo Gagliardi a la guitarra y Xavi Vietez. Saben mucho de composición porque son músicos académicos. Siempre saben qué nota tocar en cada momento y saben hacerlo más dulce, no tan guitarreros en ese sentido que pensamos todos. Eso se nota mucho, tanto en el disco como en el directo.
-Me llama mucho la atención un cierto toque latino que aparece a veces en las percusiones. ¿De dónde viene?
-La influencia latina viene de bandas como Santana o el círculo musical de Nueva Orleans, que aceptaba muchos ritmos caribeños. Al sumergirse en esa música aparece ese ritmo latino y de los carnavales. Son fuentes de las que bebemos.
-Habla de influencias como Santana o Grateful Dead. No son precisamente las que están en boca de los críticos, ni las más “cool” actualmente. ¿Eso es un hándicap para ustedes a la hora de llegar al público?
-Esos grupos no están tanto en boca de la gente, pero en cierto modo es normal, ya que son grupos de hace 50 años. Pero marcaron un hito en la historia. En su época eran las grandes bandas, aunque ahora estén algo olvidadas. Todo es cíclico. E igual que se volvió al punk o que se vuelve ahora a otros estilos un poco olvidados, yo creo que pasa lo mismo con el rock n’ roll y las influencias. Todo vuelve. A lo mejor mucha gente no lo relaciona con Grateful Dead, pero la psicodelia está ahí y sigue gustando. Ellos son los precursores de todo esto y siempre se va a volver a ellos, como ese libro del que siempre se acaban tomando notas.
-La parte central del disco tiene un tríptico formado por “Brothers I”, “Brothers II” y “Brothers III”, que reflejan un zigzag de estados de ánimo. ¿Si tuviéramos que mostrarle a alguien qué es The Soul Jacket de un modo apresurado valdría ese trío?
-Umm… sí, podría ser. Desde luego es una parte muy grande de los palos que tocamos. Sí, tiene una historia, pasa por la música americana llegando hasta el bluegrass. Pero, bueno, queremos que se escuche la primera y la última también [risas].
-Uno de los temas del disco, “The Boxer”, habla del boxeador vigués Pedro Ferradás con ritmo de funk. Parece como si quisieran adaptar la mitología americana a su propia realidad. ¿Es así?
-La canción relaciona un deporte como el boxeo y la vida misma: recibir golpes, levantarte, encajarlos y seguir recibiéndolos haciéndote el menor daño posible. Yo creo que es una imagen muy de cine.
-Cuando la gente invoca a Nueva Orleans se habla del “sonido pantanoso”. Ustedes dan esa sensación de ir un poco más lentos de lo que en, en principio, pide la música.
-Eso es el fundamento del groove y la música negra, que es el tirar hacia atrás. Parte de la diferencia de los músicos americanos y los no americanos es que ellos saben darle un poco hacia atrás. Esa es la piedra filosofal. Si me dices que lo conseguimos que haces muy feliz [risas].
-Una virtud del disco es que, pese a tener metales y coros, está todo muy medido. No hay exhibicionismo en ese sentido. ¿Han sido cautelosos?
-Muchas veces menos es más. Porque tengas gente que pueda tocar un violín o un banjo no significa que lo tengas que meter en todas las canciones o que lo uses demasiado. En el disco hemos intentado ser fieles a lo que somos: dos guitarras, un bajo, teclados y voz. Si fuéramos más allá, en directo tendríamos muchos problemas para fidelizarlo. Nuestra banda es así, el disco está grabado en directo todos juntos. Esa es nuestra esencial. Hiperproducirlo más sería un problema porque luego, en directo, sería imposible.
-Usted canta y “rasca” mucho. ¿Llega a doler?
-[Se ríe] A veces sí que se llega a un estado de catarsis. Mi manera de cantar es muy emocional y no soy capaz de dejarme nada dentro. Llegas un momento en el que siempre quieres dar más de ti. Duele cuando llevas tres días seguido cantando. El cuarto ya no puedes ni hablar. Eso poco a poco y con técnica se va superando.
-Su voz es eminentemente soulera. ¿Hay que cantarlo con ojos cerrados?
-Sí, el soul se canta con los ojos cerrados y el puño apretado. Es algo que sale de dentro. Te estás expresando y mostrando lo más profundo que tienes. A veces, cuando el público responde, se produce una retroalimentación y se produce la catarsis, que es un poco la droga que tenemos los músicos, alcanzar ese momento de flipe.
-¿Eso se persigue en todos los conciertos como el yonki que busca repetir su primer colocón?
-Sí, es cierto. Los músicos tenemos mucho de eso. Pocas veces pasa. A veces te quedas a medio camino, como un mal polvo [risas]. Otras es alucinante. Hay que, por lo menos, hacerlo lo mejor posible para intentar alcanzar ese momento. Somos bastante yonkis.
-La virtud que tiene es que, al cantar de esa manera tan soulera , resulta fácil conectar con gente que no esté familiarizada con su música. ¿Lo han experimentado?
-Ha pasado. Yo creo que el soul y la música negra tienen un mensaje universal: es como la verdad o algo así. Es una música hecha desde el alma y no hay trampa ni cartón. Es directa, con un mensaje conciso y que lo puede entender todo el mundo. Así hemos tenido público de lo más variopinto: desde roqueros que llevan 50 años en la carretera a amas de casa que no habían escuchado una guitarra eléctrica en su vida. Sin embargo, les llega.