La agencia de contratación Spanish Bombs cumplió el mes pasado 20 años de vida. Tras ella se encuentra al arzuano Carlos Mariño, promotor de conciertos y mánager por el que han pasado algunos de los nombres clave del pop nacional de las tres últimas décadas. Los Enemigos, Kiko Veneno, Los Planetas, Dover o Lori Meyers han sido algunos de ellos. Pero también aquellas giras iniciáticas de los primeros noventa en Galicia con gente como Sex Museum, Los Flechazos, El Inquilino Comunista o mil más. Es decir, estamos ante un pionero de la contratación en Galicia dentro del rock independiente. Con motivo del cumpleaños (que celebró en Madrid y Barcelona presentando a sus tres nuevos fichajes: Anni B. Sweet, Deloran y Delacruz) le hice una entrevista para el suplemento YES de La Voz. Apenas se pudo reproducir en papel un 20% de la charla por motivos de espacio. La recupero ahora íntegra.
-¿Cómo un estudiante de Historia terminó siendo manager musical?
-Bueno, la carrera de Historia la terminé. Pero cuando iba a un examen de oposición a Coruña, me metí una hostia impresionante en Ordes. Terminé debajo de un camión y no me maté de milagro. Aquello fue una señal de que la docencia no era el camino[risas].
-¿No había hecho ningún pinito antes?
-Sí, mi prima era la concejala de Cultura de Arzúa en el año 1986. Ella organizaba la Festa do Queixo. Hasta ese año siempre se programaba folk, que molaba mucho. Venían Milladoiro, Fuxan os Ventos, todos estos grupos míticos. Pero en los últimos años el festival empezaba a fallar. La gente se aburría porque los grupos eran siempre los mismos. Entonces, le comenté a mi prima que lo que había que hacer era traer a grupos de rock, como Siniestro Total u Os Resentidos. Ella me dijo: «¿Por qué no los llamas tú?». Miré los discos, venían los teléfonos y me puse a ello. Mi primera llamada fue a Siniestro Total. No sé con quien hablé, pero me dijo que cobraban mucho, pero me ofrecieron un grupo paralelo, que se llamaba Aerolíneas Federales, que molaba mucho. Ni siquiera habían sacado su primer disco. Cobraban 200.000 pesetas. Le pareció bien a mi prima y los trajimos.
-¿Tuvo éxito?
-¡Qué va! No había nadie en la plaza, más que cuatro del pueblo y yo. Al año siguiente trajimos a Os Resentidos, que habían sacado ya el primer disco. De hecho, en la Festa do Queixo se estrenó Fai un sol de carallo. Lo recuerdo perfectamente porque yo ya era fan de Reixa. Me acerque a él en pan admirador y me dijo: «Fala ahí co meu mánager». Me quedé muy cortado. Luego, el manager empezó a decir que estaba todo mal, que era un desastre. Cuando Reixa se puso a cantar y decía ese verso de «moi mal organizado» yo pensaba que me lo estaba diciendo en plan indirecta.
-En los primeros noventa llegaban ecos a toda Galicia de que en Arzúa había un festival de rock con bandas potentes alrededor de la fiesta gastronómica. Era una cosa totalmente insólita para la época.
-No era consciente pero sí. Ni siquiera en el resto de la península se hacían cosas así. No era habitual que un pueblo tan pequeño organizase este tipo de conciertos. Después de Os Resentidos, trajimos a La Frontera, Malevaje y Los Coyotes. Y fue un éxito descomunal. Algo que no podías imaginarlo. Empiezan a llegar autobuses de Vigo, un montón de gente, la plaza del pueblo a reventar. Fue algo brutal. Paralelamente hacíamos la Festa dos Botes, ya con mis colegas. Tiraba para mi lado, trayendo a grupos más pequeños como BB Sin Sed, Brighton 64, Los Desperados, Raiser… un montón de cosas.
-¿No se oponían en el pueblo a una cosa tan rara como esta?
-No, al contrario. Al principio estaban un poco reticentes, pero claro veían el éxito que era aquello, que venía un montón de gente de fuera, que se bebían todo lo que se podía beber y comían todo lo que se podía comer y les encantaba. Los supermercados se vaciaban. Todo el mundo estaba encantado. Una vez hubo problemas. Un año que no lo organicé yo vino La Polla Records. Yo, encantado porque me gustaban mucho. Pero buff, es que se montó un pollo de la hostia. Las amas de casa y la asociación de vecinos se mosquearon. Empezaron a decir que si quemaban un crucifijo en directo. Se lío un rollo felliniano muy potente. Antes y después del concierto se reunió todo el pueblo, con todos los personajes importantes diciendo: «Arzúa perdona, pero no olvida».
-El rock ya no provoca ese tipo de reacciones. ¿Ya está asumido socialmente?
-Ahora es el rap el más complicado. En mis últimos años de la Festa do Queixo empecé a meter hip-hop. Traje a los Violadores del Verso, a los Ojos de Brujo, La Excepción. Tienen un público muy potente, pero empezaron a aparecer pintadas por el pueblo. Ahora que ya no lo organizo yo, por el enfrentamiento que tuve con un alcalde, pero me dicen que habían sugerido desde el Ayuntamiento no traer grupos de hip-hop por conflictivos.
-¿Qué enfrentamiento tuvo?
-Fue con el anterior alcalde. Yo hice la Festa do Queixo casi todos los años desde 1986 hasta el 2008. De pronto, tuve un enfrentamiento por varios motivos. Lo típico: estás en el pueblo, haces las cosas y muchos piensan que te estás forrando. En mi caso, no era por dinero. Yo ya estaba en Madrid y lo hacía porque me gustaba e intentaba a traer a lo mejor para el pueblo, tirando de mis contactos y adelantando yo el dinero. Y en el Ayuntamiento pagaban muy mal y muy tarde. Encima te decían: «Bah, te estas forrando». Rollos chungos. Un día le dije al alcalde: «Mira, me debes 60.000 pavos y aún me estás exigiendo cosas. Así que ahora quiero el dinero, en vez de adelantarlo yo». Él me dijo: «Pues si no quieres hacer la Festa no la hagas». Y ahí quedó. Lo dejé ahí y a tomar por culo. El alcalde ya no está pero a mí ya no me quedaron ganas de volver. Hubo muy mal rollo, con un enfrentamiento en el pueblo entre defensores y detractores míos… No quiero volver. Aunque tampoco me reclaman [risas].
-Aparte del tema Arzúa, usted empezó una actividad paralela con la productora Spanish Bombs. ¿Cómo arranca eso?
-Con Los Enemigos. En el año 88 o así. Entonces tenían como mánager a Lalo Cortés, que falleció años después en accidente de tráfico. Él en Arzúa me decía: «Tú vales para esto, yo tengo unos grupos que podemos hacer cosas juntos en invierno». Me apunté. Montamos una gira de cinco fechas de Los Enemigos en Galicia. Hicimos A Coruña en el Playa Club, Santiago en el Hipódromo, otro en Moaña, otro en Melide y otro en Lourenzá. Después de cinco días de carretera con estos, flipé. Al acabar la gira me dieron unas 100.000 pesetas. Y dije: «¡Joder, y me pagan!». Ya no hubo vuelta atrás. A partir de ahí empecé a hacer giras de Los Enemigos, Deltonos, Sex Museum, Los Flechazos, Cool Jerks, Australian Blonde, El Inquilino Comunista, de todo dios. En 1995 le puse nombre al invento y salió Spanish Bombs porque el London Calling de The Clash me encantaba.
-Estamos en los primeros noventa: el indie era nuevo y excitante, no había infraestructura y tampoco precedentes. ¿Había alguna guía a seguir?
-Bueno, eso fue antes, en Arzúa. En los noventa ya había en España diez o quince como yo. Unos estaban en Castellón, otros en Andalucía. En Galicia había más gente que yo. Estaba Xaime de Vigo, con el que estuve asociado un tiempo, también Bosco que llevaba a Los Deltonos. Antes del bum del indie, los grupos que funcionaban eran Sex Museum, Enemigos, Deltonos, Flechazos…
-¿Hacía la carretera con los grupos o era de los que solo gestionaba por teléfono?
-No, yo llegaba el fin de semana y me iba con los grupos por ahí. Un día en Vigo, otro en Santiago , otro en Lugo y al final en Ourense
-¿Y ese modo de vida engancha o quema?
-Eso molaba mucho. Era muy joven y para mí todo era nuevo. Cada vez que venía un grupo, me contaban su vida y me empapaba de su historia. Yo les enseñaba Galicia. Ese era mi gancho. Todos flipaban. Tenía una ruta hecha de restaurantes y hoteles negociados para que la visita fuese lo más agradable, placentera y rentable. La gente se iba muy contenta. Recuerdo una vez con Álex de Los Flechazos, que al terminar una gira, me dijo: «Si te fueras a Madrid, dejaríamos León y nos iríamos todos contigo». Y yo le dije: «¡Ni de coña me voy a Madrid, estoy de lujo aquí!». Y mira.
-Habla de Los Flechazos. Sus conciertos en el Playa Club eran legendarios.
-Sí. Hubo uno en concreto en el que no dábamos crédito. Fue en el puente de diciembre del 94 o así. Se habían venido todas las entradas, 900. Ellos vendían sobre 400, que estaba muy bien. Pero aquel día se vendió todo. Se petó de una manera total. Fue muy especial. Recuerdo a Nonito Pereira padre, el jefe del Playa Club, haciendo las cuentas que nos decía con su voz en plan El Padrino: «Dile a Notario que tome nota». Notario era el manager de Los Flechazos. Entre Juancho, el road manager de Los Flechazos, y yo fue una frase que siempre quedó ahí. Aquello fue un éxito que no te esperabas.
-Recuerdo llenazos con El Inquilino Comunista.
-Sí, que perdimos a uno de Sexy Sadie en Ourense [risas]. Miqui se quedó dormido. Venían de teloneros, sin un miembro y tocaron igual.
-Los de Los Enemigos era tremend. Aquello era una montaña rusa: capaces de lo mejor y lo peor. ¿Cómo era gestionar un grupo como ese?
-Buff, Los Enemigos eran muy grandes. Recuerdo un bolo en el que Chema se había fastidiado una pierna. Teníamos una gira montada. Me llamó el mánager que tenía un batería suplente. Al terminar el concierto, Josele lo vio tan mal que decidimos suspender toda la gira. Eso es de lo más normal, porque los conciertos de entonces no terminaban cuando acaba el concierto. Mi trabajo seguía toda la noche, hasta las siete u ocho de la mañana e íbamos al hotel de milagro. En A Coruña acabábamos siempre en la discoteca Punto 3, que me encantaba.
-Llega un momento en el que Dover aparece en su vida y esta cambia. ¿Cómo fue ese encuentro?
-En abril del 97 empecé a oír en Radio 3 a Dover. Mi intención era traerlos a Galicia y hacerles una gira. Llamé a Carlos Subterfuge y le dije: «Quiero hacer una gira con estos chicos, ¿con quién tengo que hablar?». Y va él y me dice que no tenían manager. Me quedé flipado. Me dieron el teléfono de Jesús, el batería. Lo llamé. Yo entonces ya era manager de Doctor Explosión y Sexy Sadie. Además de sus bolos en Galicia, vendía bolos para toda España de estos grupos. Pero no tenía ni puta idea. Ni conocía infraestructuras, ni conocía Madrid, ni nada. Pero hablé con Jesús, diciéndoles que estaría encantado. Esa misma tarde ya les cerré un bolo en un festival Jaén. En mayo tocaban en el Festimad. Quedamos de vernos allí. Cuando fui, me quedé impresionado. Era por la tarde, a eso de las seis. Pero aquello era una cosa espectacular. Recuerdo verlo y pensar: «Esto es imposible que me lo quede yo». Ver ahí 5.000 personas por la tarde botando como yo no he visto botar en mi vida… Ellos no eran conscientes de lo que estaba pasando, pero los que teníamos un poco de idea y veíamos eso, estábamos flipando.
-Y era solo el principio.
-Claro. Eso era nada. No había ni salido el disco.
-Cuando hicieron la gira del aniversario de «Devil Came To Me», Cristina dio una entrevista a La Voz. Nos decía que aquello fueron siete u ocho meses de vértigo en los que nadie daba crédito a lo que estaba pasando. ¿Fue así?
-Sí, claro. Yo te puedo decir que llegó un momento en el que yo estaba deseando que parase. Ahora, con la perspectiva del tiempo, me da mucha ternura, pero entonces lo pasaba fatal. Todo empezó con eso del Festimad. Luego me atreví a ir a saludarles, cuando estaban ya todos los periodistas detrás y todo el mundo agobiándolos. No era aquel día el mejor para hablar y quedamos en vernos otro día. Los daba por perdidos. Como yo los había visto más gente. Sabía que se los iban a quedar los grandes. Yo no era nadie. Pero, bueno, a la semana siguiente cogí un avión y quedé en un VIPS a comer. Ahí les enamoré. Yo ya estaba enamorado. Les dije que iba a matar por ellos, que iba a hacer todo lo que pudiese, que me daba igual el dinero y la liamos. Sabía que era algo muy gordo, pero la verdad es que jamás pensé en lo que iba a venir luego. Para mí muy gordo eran Los Planetas. Pensaba en un grupo de 10.000 copias.
-De hecho, en Subterfuge pensaban que se iban a mover en esas cifras en cuanto escucharon la grabación.
-Claro, es que era lo máximo y lo razonable. Pero luego llegó la campaña del Radical Fruit. Hay quien dice que fue por eso. Pero yo quiero creer que fue el boca a boca de lo que pasó en el Festimad y los conciertos siguientes. Empecé a trabajar con ellos. Nos fuimos a Canarias y se petó de locura en Las Palmas. La gente estaba loca. Todos flipábamos. Ellos no tanto. Porque no tenían un punto de comparación. Pero yo sabía que era algo diferente, no lo de siempre. Y era continuo. A la semana empezó la bola de nieve. Me llamaban de Subterfuge y me decían: «Hemos vendido hoy 3.000 discos». Luego eran 20.000. Luego eran 30.000. Más tarde hicimos 50.000. Cuando en verano celebramos el Disco del Oro flipamos. Pero, al llegar la Navidad, estábamos ya en 200.000. O 250.000. Porque había un caos total, ya que la distribuidora no conseguía asimilar aquello. Nadie estaba preparado para ese éxito.
-Y ahí pasó lo de siempre: un grupo de una compañía indie la lía y acaba vendiendo como Alejandro Sanz. El público inicial los empieza a cuestionar y se convierten en unos venidos. ¿Como se gestiona eso?
-Lo que pasó ahí no se ha vuelto a repetir. Ni siquiera hoy Vetusta Morla se puede aproximar a eso. Tú ahora hablas de Vetusta Morla, Lori Meyers, Love of Lesbian y tal y sí, llenan los festivales, ¿pero y sus discos? Mira Vetusta Morla, que son los primeros, y han vendido 40.000 discos. Lo que pasó con Dover no se repetirá más.
-Tampoco Vetusta Morla se han colado en la radiofórmula como ellos en su día.
-Claro. Cuando llevábamos 80.000 discos con Dover sin radiofórmula, llamaron a la puerta los de Los 40 Principales. Lo valoramos, porque sabíamos que no era lo nuestro. Pero nos planteamos que, si lo querían poner sin pedir nada a cambio, ¿por qué no? Así fue. Hicieron Serenade número uno en noviembre. Nos pidieron un concierto en Bilbao, que nos lo pagaron. No le dejamos poner la lona con su logotipo ni nada. En cuanto empezaron a ponernos en la radio, las ventas se multiplicaron instantáneamente. Pasó lo mismo con Estopa, por ejemplo. Habían vendido 200.00 disco sin sonar en Los 40 Principales, pero empezaron a sonar y despacharon un millón. Nosotros en Navidad ya teníamos 200.000. Pero luego hubo una ruptura con Subterfuge, las relaciones empezaron a ir mal y dejaron de invertir en el proyecto. Ya no hubo más vídeos. Si las relaciones hubieran seguido bien, a lo mejor en vez de los 500.000 que se vendieron se hubiera vendido un millón. ¿Qué pasó con todo eso? Que cuando empiezas a vender tanto y traspasas el circuito de los auténticos pues empiezan las críticas. Y muchos periodistas que alababan a Dover en junio, en enero los ponían a parir con el mismo disco.
-¿Y eso cómo se vive?
-Pues muy mal, claro. Dices: «Joder, este hijo de puta que me la chupaba en junio mira ahora lo que escribe, que si somos unos vendidos y tal». ¡Y con el mismo disco! Porque una cosa es que te critiquen en el siguiente, pero con el mismo te deja mosqueado. Ellos lo pasaban muy mal, pero yo pensaba: «Pues vaya, a mí me pasó lo mismo con Nirvana». A mí me flipaban cuando sacaron Nevermind, pero cuando vi que le empezaban a gustar a todo el mundo les di la espalda. Yo, Judas [risas]. Cuando vi que pasaba lo mismo con Dover me decía: «Joder, ahora entiendo por qué la gente es tan injusta y tan tonta». Que un grupo te deje de gustar porque llegue a más gente es de gilipollas, no tiene otro nombre.
-Cuando uno es joven y la música forma parte de tu identidad el hecho de que tu grupo le guste a los tíos que te caen mal de la clase te revienta.
-Sí, es así de gilipollas y de absurdo. No soportas que le guste tu grupo a tu hermana pequeña, por ejemplo. Eso pasa y seguirá pasando. Es muy difícil que des en el clavo: vender disco y que encima la crítica te respete. Tú ves las listas de lo mejor del año de las revisas más guays y, entre los 20 primeros, no han venido ni 10.000 discos.
-¿Se ha encontrado alguna vez con la situación de querer llevar al grupo más allá y que este lo rechace por esos prejuicios?
-No, no te creas. Forzar al grupo a hacer algo que no quiere no conduce a bien sitio.
-¿No le ha pasado con Los Planetas?
-Bueno, con ellos sí. Los he intentado en su día llevar a otros sitios. Básicamente es J. Los demás son más fáciles. J es complicado, se come muchísimo la cabeza. Alguna vez he guerreado con él por esas cosas. No eran cosas de radio, ni nada. Él, a veces no quería tocar en un determinado festival, porque decía que no era auténtico. Pero es que, según su teoría, solo podía tocar en el Primavera Sound. Ni siquiera Benicassim cumplía los requisitios que él quería. Yo le decía: «¿Qué hacemos entonces dos conciertos al año?». Los cogí sobre el 2002 y estuve hasta el 2009.
-¿Fue el grupo más difícil con el que ha trabajado?
-No, el más difícil fue Dover. Entonces yo no tenía mucha experiencia y el éxito fue mucho mayor. El problema con Los Planetas era J, con quien me une un gran respeto y una mayor amistad. Me llevó mucho mejor con él ahora que antes. Hubo un momento en el que le dije: «Hasta aquí, no aguanto más, no puedo amargarme todo el tiempo por esto».
-¿Saltan muchas chispas en esa relación?
-No, lo normal. Te enfadas a veces. En concreto con J fue en México, en una noche de jarana. Me dio la puta noche. Estábamos en casa de Julieta Venegas. Por la mañana me levanté, le puse el desayuno y le dije: «Mejor, cada uno por su lado. Ya hemos tocado techo. Has sacado lo mejor que yo tenía y mejor que busques por otro lado». Y ahí están, sacando discos cojonudos. Para mí es uno de los mejores grupos de la historia de la música en España.
-Le queda la experiencia de estar tras uno de los mejores discos de la historia del rock español: «La leyenda del espacio».
-Sí, totalmente. He tenido mucha suerte en ese sentido, de trabajar de gente como J en ese disco, o Dover con Devil Came To Me o cuando dieron el doble salto mortal con Follow The City Lights.
-Eso tuvo que ser tremendo.
-¡Eso fue la hostia!
-¿Cómo reaccionó el grupo con la nueva desbandada de seguidores?
-Ahí ya les importaba menos, porque había tanta gente a la que le gustaba la canción de Let Me Out que era distinto. Además yo ya estaba curtido. Luego está lo de trabajar con Kiko Veneno. A veces lo miro y pienso que estoy trabajando con Lorca o alguien así. Para mí está a ese nivel. Es súper especial. Es un artista de arriba a abajo y, además, un intelectual. Estás con él y te quedas con la boca abierta escuchándole. Aprendes un montón de cosas. Sabes que dentro de 50 años sabes que se va a seguir hablando de él.
-¿Actualmente su bandera es Lori Meyers?
-Son mis niños. Los cogí al principio. Me los puso J, los conocí, congeniamos y nos pusimos a trabajar juntos. Estaban grabando el Hostal Pimodan. Las cosas iban mal, nos fuimos de Houston Party, fichamos por Universal e hicimos un trabajo muy bueno. Miras atrás y te sientes orgulloso de a dónde has llegado. Ha sido muy fácil, porque ellos se dejan. Enseguida hubo entendimiento, pese a nuestra diferencia de edad. Hubo siempre química con ellos y una gran amistad.
-A mí me trasmiten una cosa muy fuerte: que si fuera otro momento en el pop español serían como Nacha Pop o algo así.
-Sí, es lo que ha ocurrido en los últimos años con el fenómeno del indie-mainstream. Empezó con Vetusta Morla, sigue con Love Of Lesbian y, luego, vamos nosotros. Esto va paralelo a una serie de festivales a los que la gente va a en masa. Un poco con eso, otro poco con Internet se produce esa explosión. En los ochenta fue de otra manera. Se produjo una explosión de contratación en los pueblos, Radio 3 y un montón de programas en televisión. Ahora ha ocurrido de otra manera, pero ha ocurrido.
-Menciona el indie-mainstream. Para una parte de la crítica y público eso es lo peor y ponerlo a parir el modo de reafirmarse en otras valoraciones. ¿Qué piensa?
-Estamos en lo mismo de antes: una parte de la crítica no perdona el éxito. Y, entonces, hay una serie de blogueros y de revistas que se quejan de que siempre son los mismos en los festivales, que siempre tocan los mismos y tal. Pues claro, es que es lo normal. España es mucho más pequeña ahora que hace años. A medida que las comunicaciones han mejorado, que hay trenes de alta velocidad y buenas autovías ya no puedes hacer las giras que se hacían en los ochenta de 90 bolos. Ahora no, como mucho puedes hacer 20 o 30 bolos. Y ya te ha visto toda España. Con que toques en el Low-Cost, en el S.O.S., el Sonorama, el Contemporanea, el Ebrovisión y unos pocos más ya te va visto todo el mundo.
-¿No cree que son comprensibles las quejas de que siempre están los mismos?
-Ya pero es que son los grupos que venden los tiques. Y al final la gente reclama esos grupos. Los siguientes molan, pero la gente quiere a los gordos. Somos muy conscientes de eso y procuramos no repetirnos. Yo no voy dos años seguidos al mismo festival. A mí me llaman para Lori Meyers de todos los festivales y les estoy diciendo que no, porque ya llevamos dos años con el mismo disco y no queremos repetir. Quiero que el grupo descanse, que prepare nuevo disco y, bueno, me jode porque son conciertos muy golosos. Pero hay que saber decir que no.
-Maneja nombres muy exitosos, pero el medio está Emilio José que es un artista que se quedó por ahí perdido. ¿Qué pasó con él?
-Sigue ahí. Es de mis niños bonito, sin duda. Si hubo un disco que he escuchado mil veces en los últimos años es el de Chorando apréndese. Lo pongo y lo sigo poniendo, descubriendo siempre mil cosas. Lo que pasa es que Emilio es un personaje. Si no hay llegado más lejos es porque no ha querido. Este sí que es auténtico, aún más que J. J dice que no pero sí, pero este dice que no y es no. Ha desaparecido porque quiere desaparecer. Lo ha dejado todo. Yo hablo de vez en cuando con él y me dice: «A punto, estamos ahí». Lleva así dos años.
-Bueno, el segundo disco se Apeiron, su exbanda, se espera desde 2002.
-A mí ya me lo había advertido Marc, de Foehn, su sello. Yo no renuncio a convencerlo a que dé el paso. Estoy seguro que por fin lo acabe va a ser muy fácil. Hay mucha gente que no se ha olvidado de él. Es un genio, un tío muy especial. Su disco es para aquí y para el mundo. Flipan con él. Hace poco en Buenos Aires me preguntaban por él. Y en México igual. No hay nadie como él. De hecho, él no quiere escuchar música actual para no contaminarse. Me lo imagino metido en su casa, en Quins, grabando toda la noche.
Fotos: Benito Ordóñez