La semana pasada estuvo Ismael Serrano en A Coruña para presentar su nuevo disco, La llamada. En la entrevista previa a la actuación, surgieron muchas de las cosas que andan flotando en el pop nacional en los últimos meses sobre la política, la anglofilia, el desprecio a la canción social desde la crítica y demás aspectos que ha agitado el libro de Víctor Lenore Indies, hipsters y gafapastas. La charla se estiró hasta los 40 minutos y, lógicamente, no se pudo reproducir íntegra en el suplemento Fugas. Aquí la recupero en su totalidad.
-¿Pretendía darle un giro a su carrera con un disco tan lleno de ritmos latinos y alegría?
-Bueno, me gusta la música tradicional latinoamericana. Son canciones que he compuesto de manera diferente, en tanto en cuanto he partido del ritmo para establecer los cimientos de la canción. Muy a menudo las canciones se construyen desde la armonía, para alguien que toca la guitarra. A mí me apetecía cambiar la mirada. Acudí a la tradición musical que yo siento más cercana y que me parece que tiene más potencia desde el punto de vista rítmico, que es Latinoamérica. Allí confluye la cultura que viene de España con la africana, que da un acerbo muy diferente. También está ese carácter de celebración, espontáneo y popular que tiene el folclore, que es un género vivo en Latinoamérica. En España el folclorista es un arqueólogo. Allí no. Allí está presente en el día a día, en la vida, en lo contidiano.
-¿Sugiere que en el pasado la cultura pop española dio carpetazo a la tradición dejándose embaucar por lo anglosajón?
-En cierto modo hemos renunciado a ciertas señas de identidad en algún punto, pero eso ocurre en muchos otros ámbitos de la cultura. La música anglosajona impuso su dominio en las radiofórmulas. En Latinoamérica se ha resistido y sigue esa presencia de lo tradicional. Allí no se ha homogeneizdo todo de este modo tan rotundo. A lo mejor es que no ha permeado y han resistido porque no han sido objeto de mercado. No han sido tenidos tanto en cuenta como consumidores, para imponer una visión hegemónica de la cultura, igual que ha ocurrido con los discursos políticos y otras cosas.
-En España, dentro del pop y el rock, semeja que hay un cierto esfuerzo desde hace unos años de volver a las raíces y hacer más propio el discurso. ¿Cómo lo ve usted?
-Yo creo que hay un cambio de posición en muchos aspectos y también llegan a lo musical. Se trata de dejar de lado ciertos prejuicios elitistas que pretendían excluir otras opciones musicales. Si tú admirabas a Luis Eduardo Aute te convertían en un anacrónico y, sin embargo, si decías que tus referencias eran Bob Dylan, Joni Mitchel o Leonard Cohen, te convertías en alguien cool, que molaba. Se daba un perjuicio elitista que, en el fondo, estaba totalmente marcado por el consumismo y el mainstream hegemónico que impone esa estética musical. Pasa lo mismo con un cierto esteticismo que hasta ahora, no solamente renunciaba a ser explícitamente político en la música, sino que despreciaba y excluía a quienes sí lo hacían y los modos de expresión que conllevaban una postura política. Esa división se está quebrando. Hay una mirada cada vez más desprejuiciada. Ciertas poses estéticas responden a elitismos que no tienen ningún sentido y no nos permiten disfrutar de la música con la plenitud que se merece.
-Este punto de vista coincide mucho en el libro de Víctor Lenore. Da la sensación de que para muchos existe una especie de salida del armario política, que ha dejado de ser algo vergonzante plasmar eso en las letras. ¿Lo ve usted así?
-A mi modo de ver, el escapismo permanente como único discurso sustenta el sistema y el modelo económico que nos ha traído a este lugar, a esta crisis terrible. Nos hemos dado cuenta cuando nos encontramos acorralados. ¿Dónde estábamos durante estos años? ¿Los músicos hemos estado a la altura? ¿Cómo no nos dimos cuenta de todo esto? Aún así, no sé si estamos a la altura de las circunstancias. Yo no digo que todas las canciones tengan que estar comprometidas políticamente. De hecho, la mayor parte de mis canciones no lo son. La mayoría de mis canciones son de amor, pero yo le canto a lo que me emociona. A veces me emociona una situación política y surge una canción con esa emoción y mi postura ideológica. No digo que todo tenga que ser así, pero si hay temas con este corte, bienvenidos sean. Yo creo que todo ese rechazo a lo político tiene que ver mucho con esa postura de posmodernismo mal entendido que tiene mucho de pose. Son rupturas que, lejos de plantear nuevos modelos, favorecen el actual. Son rupturas amables con el sistema, que solo llegan a lo estético y que nos desarman, porque atomizan de alguna manera la sociedad. Por eso yo quería darle a este disco un carácter de celebración y de lugar de encuentro, más allá de los prejuicios. El folclore tiene eso. Por ejemplo, desde el baile. He tratado de hacer una bachata a mi manera.
-Generalmente cuando se habla de música política se tiene a pensar con algo serio o solemne. ¿Lo ha pretendido evitar ahora?
-Bueno, es cierto que a veces cuando uno se ve a sí mismo ve eso, algo muy serio y con una gran solemnidad. Aunque veces creo que hay que serlo. De hecho, este disco lo tiene en algún momento. Pero sí que es cierto que, en general, he intentado alejarme de esa solemnidad que te aleja un poco del prójimo. Quería darle un carácter de celebración, en el sentido de establecer los vínculos necesarios. La pérdida de solemnidad te lleva a eso: levantar la mirada y reivindicar el derecho a la alegría, que no nos arrebaten eso. Yo creo que he pecado de eso, de ese gesto circunspecto. Cierto sectores de la izquierda han anquilosado el lenguaje. Yo quería huir de ese anquilosamiento porque no me sentía cómodo.
-Muchas veces el pop es un caramelo que uno se toma al salir del trabajo. Pones la radio, suena Rihanna, te olvidas de todo y te dedicas a disfrutar de la música sin más. Con todas estas nuevas lecturas políticas sobre la música parece que esto se ha convertido en algo negativo o despreciable. ¿Tiene que serlo?
-Yo creo que no, tampoco nos tenemos que pasar de frenada. La música también es evasión, igual que la literatura es evasión. Todos lo necesitamos de vez en cuando. Lo que denuncio es que se convierta en un discurso hegemónico. Defiendo en la pluralidad y pido que desaparezcan ciertos perjuicios y exclusiones absurdas. Pero en todas las direcciones. Si no, volveríamos al mismo discurso. Me parece legítimo que haya una música para la evasión, para olvidarte y para divertirte. Pero también hay un momento para la reflexión, para sentarse y analizar. Me parece terrible, que se imponga como un discurso hegemónico y excluyente en plan, si no eres de una determinada manera, eres una mierda, eres aburrido, eres un anacronismo y no perteneces al tiempo que vives. Ese escapismo iba a compañado de un discurso totalmente reaccionario.
-Pienso que esa hegemonía de la que habla Lenore y usted es exagerada. Cuando yo estaba en la Universidad en los noventa me costaba encontrar a fans de Family o Migala. Sí conocía a mucha gente que, huyendo de lo “comercial”, escuchaba a Extremoduro, a Negu Gorriak, Albert Plá o a usted. Todos con toque politico, por cierto.
-Sí, yo no hablo de lo que oye la gente, sino lo que promueve la crítica musical en muchos aspectos.
-Una de las cosas que suele hacer la crítica musical y, a veces, también el público es pedir un extra de compromiso y coherencia a quienes se atreven a dar un paso al frente. ¿Qué le parece?
-Yo le exijo coherencia a todo el mundo, aunque nuestra vida está llena de contradicciones. Lo de las vidas ejemplares de santos supongo que no existen.Yo trato de ser coherente. Es el modo que tengo de corresponder a la fidelidad de mi público. Uno lo es en la medida en la que puede. Hay que ser coherente, pero a veces eso llevado al extremo nos llevaría a vivir una vida al margen del sistema. El purismo, por así decirlo, me parece un poco fundamentalista e innecesario. Yo caeré en contradicciones como todo el mundo que vive estos tiempos. Pero hay que ver cómo te enfrentas a ellas, cómo las combates, cómo las intentas compensar. Tampoco hay que erigir al músico a la categoría de adalid ejemplar, sino como un trabajador de la música que trata de sobrevivir como puede en un contexto dificil. Vivir al margen del sistema, te convertiría en un inadaptado.
–En los ambientes de izquierdas siempre hay quien quiere ir un poco más allá, reprochando al que no lo hace. Usted, que graba en multinacionales y ha sido promocionado en radiofórmulas, seguro que ha tenido esos reproches.
-En la izquierda hay una tradición en la que para reafirmar en público las convicciones delante de la gente hay quien entiende que hay que poner en duda las convicciones y el compromiso ajeno. Es como si eso te reafirmara en tu pureza. Esa vocación de vigilante, de ser una especie de compromisario político viene a ser típico de gente que tiene dudas y quiere reafirmarse. Hay que asumir con naturalidad las relaciones. Yo valoro mucho la naturalidad, también en política. Me gusta la gente que habla más allá de la pose, del discurso fingido y de esa solemnidad de la que hablábamos antes. Hay que evitar juzgar a la gente con un rigor que no empleamos con nosotros mismos. Señalar está muy feo. Es la vieja tradición de la izquierda de un piolet, de tener uno preparado porque eso te te reafirma. Es un vicio estalinista y un gusto por la purga. No es solo de la izquierda. Si te fijas Twitter tiene ese elemento de alimentar la pulsión linchadora.
-En los noventa cuando fue el bum de los cantautores se les llegó a criticar en el sentido que se había instaurado una especie de fórmula comercial. Un tipo, con su guitarra acústica haciendo canciones casi como un cliché: una del ecologismo, una antimilitarista, otra contra los políticos, etc… Ahora la política vuelve a estar en el imaginario pop y ya hay sospechas de que se puede caer en lo mismo. ¿Hay riesgo?
-¿Qué caemos en lo mismo como si fuera una obligación? Buff, eso es muy delicado porque entramos en los juicios de intenciones y quiénes somos para ello. Supongo que sí, que habrá quien lo haga por pose, otros mirarán al mercado…pero es que eso ocurre en todo. Yo creo que la gente percibe la honestidad, sobre todo en las carreras largas. Yo es lo que más valoro, que la música surja del diálogo que tiene el artista consigo mismo. Otra cosa son las poses, que son pura pretensión, hechas en lo que se debe decir y no lo que se quiere decir. A largo plazo se percibe. Este modelo de consumo voraz tiene la capacidad de convertir en objeto de consumo cualquier actitud revolucionaria: lo fagocita y lo incorpora al mercado. Desarticula cualquier opción de cambio, lo incorpora al mercado y lo convierte en un objeto de usar y tirar. Eso lo vivimos los músicos. Te preguntas hasta qué punto tu música trasciende y hasta qué punto se convierte en un engranaje más del usar y tirar. Esa pregunta me la hago yo, aún partiendo de unas buenas intenciones. ¿Sirve la música para algo? ¿Logra sortear las trampas que pone el sistema?
-Hace poco entrevisté a Nacho Vegas y me decía que tenía un conflicto respecto a cobrar más de 20 euros en un concierto, ya que dejaba fuera a mucha gente que no lo podía pagar. ¿Usted tiene también estos conflictos?
-Claro. Permanentemente y más ahora, como está la música. Fíjate que nosotros pagamos el 21%, que muchas veces es el margen de beneficio que te queda. Hay que pagar músicos, técnicos, teatro… En esos debates estás constantemente. Hasta qué punto puedes controlar eso. Todo es muy complicado. A esas preguntas se enfrenta diariamente cualquiera que tenga unas convicciones ideológicas, pero en el día a día: comprar una cosa u otra, participar o no del sistema, qué hacer o no. Tampoco hay que dramatizar. A veces se sobrevalora la sensibilidad del músico, porque los problemas a los que se enfrenta son los mismos a los que se enfrentan miles de trabajadores y autónomos.
-A veces me planteao cuando veo a músicos opinando de política, obviamente porque le preguntan, por qué se le ha dado un valor extra. ¿Por qué vale más la opinión de un músico que la de un carpintero? Lo digo a modo de autocrítica, que conste.
-Estoy totalmente de acuerdo. Yo respondo a lo que me preguntan y cómo puedo. A veces te dices a ti mismo:«Estoy hablando de cosas sobre las que no tengo un nivel de conocimientos para sentar cátedra». Pero, por otro lado, a mí me jode cortarme en ese sentido y tenemos que callar una opinión que doy con honestidad y respeto. Por eso digo que se le presupone una sensibilidad y una capacidad de análisis al músico que a lo mejor no tiene. De todos modos, yo tengo que reconocer que como oyente, cuando leo una entrevista de artistas a los que admiro, como por ejemplo Silvio Rodríguez, quiero saber qué opina de Cuba. Pero es la verdad que muy a menudo está sobrevalorado.
-¿Ahora con esta nueva oleada de música explicitamente política no le entran las ganas de decir «¡Hey, yo ya estaba antes!»?
-No, para nada. A mí me parece muy bien que la gente haga canciones con contenido político. Hace poco yo escribí sobre La ratonera de Amaral. Más allá de las consideraciones que uno pueda hacer respecto a la canción, si te gusta o no te gusta, decir que es oportunismo no me parece bien. Para mí el oportunismo es estar callado. A mí los sectarimos en todos los aspectos de la vida me parecen absurdos. Yo, si le reprocho algo a la izquierda tradicional, es que no haya tenido vocación ganadora, de saber sumar sin poner a prueba permanentemente las convicciones de otros. Parece que haya un examen de militancia permanenete. Si de repente eres capaz de emocionarte con lo que ocurre a tu alrededor y lo que lees en el periódico es que has ganado en sensibilidad. Eso me parece muy positivo.
-¿Cómo se sentía hace años cuando hacía la música que hacía y, alrededor, esto era una fiesta permanente en la que la gente no quería escuchar un discurso como el suyo?
-Bueno, siempre ha habido gente que ha demandado este tipo de música. Eso para empezar. Luego, soy consciente de que no le tengo que gustar a todo el mundo. A mí me apetece sumar público, pero de ahí a gustarle a todo el mundo, no. La gente que pretende eso es que no tiene identidad ninguna. Entonces lo entendía, pero sí me parecía hiriente ese desprecio injustificado que había. Era una corriente que despreciaba no a mí, sino a toda una tradición musical en la que pagaron justos por pecadores. Hay músicos que fueron retirados de malas maneras, gente que se ha jugado el tipo y que, de repente, “bah, esos son los cantautores”. Ahora, cuando Podemos recupera la estaca, ya hay gente que lo está diciendo:« Ya están los cantautores, esos ya están amortizados, son cultura de la transición». No es así. Mucha gente de esa se jugó la vida, se tuvo que ir al exilio y pasaron por la cárcel. Me parece terriblemente injusto, provinciano y cateto ese desprecio absurdo. A mí me parece envidiable ver como Bruce Springsteen hace con toda naturalidad un disco con canciones de Pete Seeger, que militó en el Partido Comunista y fue perseguido por la Caza de Brujas. O reivindicar a Woody Guthrie que es, para mí, el paradigma del cantautor moderno. A los estadounidenses se les podrá reprochar lo que se quiera, pero no tienen entre los músicos tantos prejuicios y son capaces de ello.
-A medianos de los noventa Los Planetas sacaron una canción, “Vuelve la canción protesta”, que ironizaba con su generación. ¿La conoce?
-Sí, claro que la conozco.
-¿Qué le parece?
-Pues está claro, es a lo que me refería antes: un desprecio injustificado por así decirlo. Para mí es algo inentendible. Entiendo que no le tengo que gustar a todo el mundo y entiendo que a ellos no les gustará lo que yo hago. ¿Qué se le va a hacer?
-Noto en el tono del disco y también en el de la entrevista una influencia muy grande del 15-M. ¿La admite?
-Sí, el 15-M fue el resultado de muchas cosas. Es cierto que fue algo inesperado con toda aquella efervescencia y la magnitud de lo que ocurrió y su capacidad de sensibilizar a mucha gente diferente. Tenía esa vocación de sumar de la que hablábamos antes. Tenía algo que también tienen todos estos nuevos partidos políticos que surgen. Mucha de la gente que esta ahí llevaba militando en el activismo mucho tiempo. Gente que estaba en las huelgas generales, que se había manifestado contra la Guerra o que venía del sindicalismo más radical, en el buen sentido de la palabra. Digamos que, cuando uno, ve el 15-M se siente parte de el de manera instantánea.
-Habrá quien diga que malos tiempos sociales mejores tiempos para los cantautores. ¿Lo nota?
-No lo sé. Podríamos entender también que mis disco es cojonudo [risas], que no solo se debe al momento social y político. Puede que sea que mi disco no esté tan mal. Yo creo que es lo mejor que he hecho hasta ahora. Disculpa la vanidad.
-No lo digo por su calidad, sino por la oportunidad. A lo mejor hay más ganas de escuchar un disco como este ahora que hace diez años.
-Seguramente. Hay una búsqueda, sobre todo de gente muy joven. Una cosa muy buena que tenía el 15-M es que se acercaba gente muy joven, que antes no solo había pasado de eso, sino que sentía verdadero rechazo. A lo mejor alguna de esa gente se siente interpelado
-Cosas como «Que el miedo cambie de bando» son muy de este tiempo.
-Sí, tienes razón.