Difícil lo tiene la crítica musical en los tiempos del trending topic y los lectores que, si ya les cuesta escuchar una canción entera, difícilmente pasarán de la tercera línea de una reseña. Ya ni siquiera se presta atención a las críticas de cinco líneas de suplemento de ocio. Hoy se estila la puntuación global del disco, tres pistas indicando «suena a…» y dos canciones recomendadas. No vaya a ser que alguien pierda un poco de su preciado tiempo degustando un álbum completo acompañado de un reportaje más o menos extenso.
En ese clima, una figura como Ignacio Juliá (Barcelona, 1956) aparece casi como bendita rareza llegada de otro tiempo. Sus textos —sabrosos, con sustancia e intermitentes tics literarios— invitan a abrazarse a otro modo de concebir este antipático oficio de escribir (no siempre bien) de la obra de otros. Quienes así lo deseen tienen aquí un recomendable volumen que recopila textos de su última etapa. Muchos son columnas de opinión de Ruta 66, la revista que fundó en los ochenta y que fue guía para muchos de los críticos actuales. También hay textos de Babelia, La Vanguardia, colaboraciones puntuales en libros o Rockdelux.
Arranca con el artículo con el que anunció en 2006 su medio siglo de vida. Y luego, deja que se sucedan Derribos Arias, Tom Waits, The Who, David Bowie, Suicide, Wilco y un amplio etcétera de héroes de la canción, que también incluye reseñas sobre cine y libros. Concluye con una preciosa semblanza de Lou Reed, realizada días después de su muerte en clave confesional. Antes de replantearse el sentido de su trabajo con una columna titulada sintomáticamente «Se acabó el chollo». Deja así un poso melancólico y la certeza de que una era se termina sin remisión.
Todo invita a cambiar el título. Sí, quizá podría ser La crítica musical ya no es lo que era. En todo momento, el libro transmite la sensación de participar en el último aliento de una labor que se deshace ante la indiferencia y el rodillo del progreso. Como un copista observando cómo será apisonado por la imprenta, Juliá escribe de un modo de acercarse a la música, con sabor a tinta e intención de perdurabilidad, estrangulado por lo efímero y lo digital. Un digna derrota, en todo caso.