No deja de reconfortar comprobar que, pese a que el pop no esté viviendo precisamente su mejor época (sí, seguimos en la línea pesimista-realista del año anterior), salen discos capaces de generar particulares obsesiones. En este 2014 dos álbumes han jugado ese papel en esta bitácora. Uno amable, el de The War On drugs. Otro arisco, el The Swans. Ambos raptan al oyente, lo llevan a su mundo y lo hacen sentir dichoso. Son las dos caras de la moneda de lo mejor del año según Retroalimentación. Cualquiera de ellos podría ocupar perfectamente el número uno. Si al final lo ha alcanzado Lost In The Dream ha sido por una regla de desempate sencilla: simplemente ha sonado más veces en el corazón este blog que el otro, conmoviendo un poco más.
1. WAR ON DRUGS “Lost In The Dream” (Secretly Canadian). Más allá de una humeante producción ochentera. Más allá de su sorprendente mezcla de géneros contrapuestos. Más allá del bajonazo purificador sobre el que flotan las letras. En definitiva, más allá de todos esos fríos parámetros de análisis. Si por algo ha sobresalido el disco de Adam Granduciel ha sido por algo muy concreto: una capacidad de emocionar que solo poseen los grandes discos. Encadenando placer, cada tema de este álbum es una pequeña maravilla unido por una anilla a otra maravilla. Se mete por ritmos kraut-rock, invoca atmósferas que parecen sacadas del disco nunca realizado por Alan Parsons y Cocteau Twins, traza melodías hurtadas a Bruce Springsteen o Tom Petty y hasta se atreve con unos saxos ocasionales que ni Dire Straits. Sí, la definición sobre el papel espanta a quien no lo haya escuchado todavía. Pero en la práctica, solo genera bienestar general e intermitentes estallidos de placer agudo que desarman. Si Eyes To The Wind -con ese fraseo tan dylaniano que, de verdad, derrite con su sentido de la velocidad y las pausas- no es una de las canciones más bonitas de la década que, por favor, alguien muestre quién o qué la supera. Y si la homónima Lost In The Dream no es capaz de encogerte, cabría preguntarse si no te habrás equivocado de disco. Son dos diamantes de un disco lleno de piedras preciosas que pone al oyente a sus pies. Es bastante probable que el aficionado lo tenga machacado a estas alturas. Si así no fuera, se pierde algo muy grande.
2. SWANS “To Be Kind” (Young God /Mute). Una salvajada. El sucesor del aclamado The Seer (2012) estira el momento de gloria de la ¿mejor? banda del rock actual. Combinando poder, mística y ambición, la banda de Michael Gira deja una obra inabarcable de más de dos horas de duración a la que se puede entrar por cualquiera de sus ventanas. Tanto da arrancar la experiencia por la malsana repetición con extra de intensidad en cada minuto de Screen Shoot, colarse por ese blues con ocasionales aspavientos de la escuela Spiritualized de Just A Little Boy (Fore Chester Burnett) o por el rock agujereado por espadas psicodélicas de A little God In My Hands, en el momento en el que el oyente se halle en el interior se encontrará primero aturdido, luego superado y finalmente entregado a su orgía sensorial. En este disco hay gritos, canciones rotas y silencios que parecen infinitos. También atmósferas viciadas, ritmos brutales y espacios liberadores. Y, por supuesto, ocasionales melodías juguetonas, amagos de rock convencional y un constante transitar de un lado al otro. To Be Kind es excesivo en minutaje, pero también emociones y de sensaciones. En algún momento la voz de Gira parece estar ofreciendo las claves de la gran verdad universal amplificada por los altavoces. Se recupera ahí el poder turbador del rock. Sí, como hace años cuando aún eras un joven impresionable. Un efecto tan maravilloso como este disco imprescindible.
3. LEONARD COHEN “Popular Problems” (Sony). Lo ha vuelto a hacer. Apenas tarda unos segundos Leonard Cohen en encantar con el primer tema de su nuevo trabajo. Slow, la canción, autohomenajea con poso blues a su particular manera de concebir la música: al ralentí, contrastando voces y manteniendo siempre el misterio. En esta ocasión se arrima ya desde el arranque ligeramente al blues, sorprende con una un estribillo pop delicioso sobre colchón country (Did I Ever Love You), dibuja magnificas canciones de carreta (My Oh My) y recupera la electrónica de los ochenta (Nevermind). Al final cierra con una preciosa cantinela folk, You Got Me Singing, perfecta para demostrar que el canadiense sabe tratar las voces femeninas mejor que nadie.
4. DAMIEN JURADO “Brothers and Sisters Of Eternal Son» (Secretly Canadian). Salió tan temprano este año que corre el riesgo de perderse en el olvido de la velocidad de las cosas. Sería un craso error porque, continuando lo expuesto en el excelso Maraqopa, el canadiense vuelve a entregar otro gran disco de un pop que igual se muestra exhuberante y psicodélico como recogido y lírico. Pero siempre termina tocando la fibra con esas melodías heredadas de Neil Young que tanto reconfortan. Un tipo que ha encontrado la paz y se encarga de expandirla con canciones preciosas.
5. BEYONCÉ “Beyoncé” (Columbia-Sony). Si con 4 (2011) ya dio síntomas de saltar al estatus de «artista más allá del single de temporada», con este disco (lanzado en digital a una semana de terminar el 2013 pero editado físicamente con un dvd este año, de ahí su incursión) materializa la grandeza de una cantante llamada a perdurar en el voluble mundo pop. Variado, ambicioso y sincero (ojo a las letras) Beyoncé es un estupendo compendio de música negra contemporánea con temazos como Slow, Partition o el baladón Blue dedicada a su hija. Sí, pero sobre todo, destaca por mostrarse como el primer gran álbum de una artista eternamente vilipendiada. Quizá por ello lo ha bautizado a su nombre, indicando quizá que aquí nace una nueva Beyoncé. Bienvenida.
6. FKA TWINGS “Lp1” (Young Turks). No es un disco perfecto, pero sí un trabajo que obliga a arquear la ceja y apuntar el nombre de su artista para seguirla en el futuro. El debut del proyecto de Tahliah Barnett juega a poner al día las luces y sombras del trip-hop en el contexto del r&b. Y a todo lo envuelve con un velo de etérea fragilidad y sensación de “deconstrucción” que bien podría recordar a Cocorosire. Más allá de eso (y, sobre todo, si es el pasado, el presente o el futuro del pop, algo que parece obsesionar a parte de la crítica), importa que araña la fibra en maravillas como Two Weeks o Video Girls, dos de las mejores canciones del año.
7. MARIANNE FAITHFULL “Give My Love to London” (Naïve). Igual que ocurre con Leonard Cohen, a Marianne Faithfull se la puede seguir a ciegas. Este, su mejor trabajo desde Before The Poison (2005), prosigue su notable línea: aglutinar en su maravillosa voz de miel con tropezones de amargura un puñado de grandes temas (firman Leonard Cohen o Nick Cave, entre otros), colaboraciones de relumbrón (Anna Calvi, Steve Earle, Roger Waters) y un producción excelente (obra de Rob Ellis & Dimitri Tikonov con mezcla de Flood). Los resultados de temas como Sparrows Will Sing, Falling Back o True Lies que la reafirman como una figura imprescindible. Si aún por encima siguen reeditando su discografía anterior el paquete es perfecto
8. GROUPER “Ruins” (Kranky). Hay una belleza abatida en este trabajo tal que hace que el oyente salga corriendo o que se entregue a él como quien desea empaparse de la niebla hasta perderse. Quien opte por lo segundo, será cómplice de las reflexiones sobre el (des)amor de una Liz Harris, abrazada al piano tristísimo, al vaho ambiental y unos pequeños ruidos de fondo (croar de ranas, lluvia…) que terminan por darle un envoltorio de absoluta irrealidad. Con la misma fragilidad que envuelve al cuerpo tras el lloro, este disco es un susurro quebradizo que pide una oreja amiga. Se impone auriculares, volumen y complicidad máxima.
9. REAL STATE “Atlas” (Domino). Seguramente haya quien piense que un disco como este -tan simple, tan armónico, tan académicamente indie- sobre en una lista de los mejores del año. Pero quien sienta devoción por -citemos de memoria según vienen- Galaxie 500, East River Pipe, The Byrds, Go-Betweens, la Velvet suave o The Clientele tiene aquí un álbum de esos que en la adolescencia se metían bajo la almohada y ahora hacen -¡mmmm!- suspirar cuando se escuchan del coche de camino al trabajo. Canciones que trazan círculos de melancolía prácticamente perfectos y que invitan, a quien no los conozcan, a viajar a su pasado y rescatar Days (2011), su disco anterior.
10. PARQUET COURTS “Sunbathing Animal” (What’s Your Rupture?). Aquí se puede aplicar la misma receta que con Real State. El segundo trabajo de estos neoyorkinos, que para algunos críticos estaban llamados a relevar a The Strokes, es un notable tratado de algo muy conocido -indie a la Pavement mezclado con todo tipo de retazos del rock neoyorkino- y que, si se ejecuta bien, siempre apetece volver a escuchar. Ellos, con sus melodías oblicuas, su interpretación arrastrada y sus intermitentes estampidas guitarreras, logran que termines subiendo el volumen, sacando morritos y haciendo air guitar. Y esa sensación es maravillosa.