Que el rock toque la política, entendida esta como las directrices que rigen una sociedad, no es ni bueno ni malo. Simplemente es. Dependerá de cada caso para adjetivarla. Puede parecer una perogrullada, pero no. Aquí los prejuicios desbordan, nublan la mirada y provocan reacciones que muchas veces ni se piensan. Llegar con la mirada limpia a los músicos que deciden mezclar su música con esas líneas maestras cuesta. Unos oyentes porque consideran que el rock, por norma, debe dedicarse a otros menesteres. Otros porque ven siempre segundas intenciones nada nobles. Muchos porque solo lo toleran si se trata de SU ideología. Y otros tantos porque, aún así, les da grima verla reducida al estrofa-estribillo-estrofa.
Ese clima insano se acentúa en el llamado rock indie, lugar en el que se ha mimado con esmero a Nacho Vegas. Ahí, en el mundo de las profesiones arty, los adolescentes de treinta y tantos y el cinismo intermitente, la política era el demonio, el panfleto, cosa de grupos kalimotxeros. Si tal, se colaba un sampler de un filme de los setenta que denunciaba el patriarcado (y que nadie se daba cuenta) o se cumplía la papeleta política haciendo un bolo sin publicidad o eliminando las melodías de una canción (tampoco nadie relacionaba una cosa con la otra). Todo hasta que la vida otrora despreocupada se ahoga. Y, con razón o no, se culpa a esa política. Entonces, versos como «Hace hoy un día precioso para explosionar» cantado muy juntito de «Nos quieren en soledad nos tendrán en común» no solo ponen la piel de gallina. También clavan con preciosa poesía un estado de ánimo: el de una generación enfurecida que muestra los dientes. Aunque sepan que es probable que se los rompan a porrazos.
Nacho Vegas ha tomado en Resituación el espíritu y el imaginario del 15-M sin ambages. Su posición aquí resulta meridiana. Habla de estraches como método de autodefensa social ante los abusos, introduce policías nacionales «con la boca llena de su democracia», coloca en sus canciones víctimas inocentes de todo este tinglado y, en medio de todo, saca una suerte de esperanza colectiva que brota en forma de coros. Eso se condensa en canciones como Runrún, la portadora de los versos citados y todo un emocionante himno de este momento, visto desde el punto de vista de la indignación. Si no estamos ante una de las canciones definitivas de esta década, por favor, que alguien ponga una prueba (a ser posible en forma de canción) en contrario.
Perdiendo la vergüenza de usar el lenguaje sencillo y hasta tópico («¿Dónde está nuestro pan patrón? / ¿Dónde quedó todo ese dinero?») e imprimiéndole un aroma ocasionalmente ligero en las formas (desde rumba a semivalses, pasando por despreocupado country-rock), en esta nueva colección de Nacho Vegas se pasean personajes asustados («eres un gato observando el horror») pero con la fuerza suficiente como para tomarse la justicia por su mano («usted quizá reciba alguna visita»). Todo con el notable nivel compositivo habitual y con alguna que otra escapada al margen, como el delicioso juego de espejos nocturno de Luz de agosto en Gijón o el rock nervioso de Adolfo Suicide, dedicada al artista Adolfo P. Suárez con tributo a los Stones Incluido.
Son el oxígeno un disco bastante más valiente que oportunista y totalmente posicionado en un bando. Marcará —está marcando, véase su divorcio con la revista Rockdelux, hasta ahora defensora a muerte de su trayectoria—, un antes y un después en la trayectoria de un artista imprescindible. Se comparta o no su visión de las cosas.
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