Hay dos modos de acercarse a Jake Bugg. Una, embelesado con esa pirotecnia mediática que lo presentó como -¡hala!- el Bob Dylan inglés. Y otra, con la curiosidad de quien desea incorporar buenos discos de pop atemporal a la estantería. Existe una tercera, la de desterrarlo en su condición de hype británico. Pero no sería la justa. Porque lo cierto es que en Jake Bugg se encuentra un hábil compositor y un versátil interprete con un puñado de canciones notables sobresaliendo dentro de un conjunto irregular. Lo demostró en el homónimo Jake Bugg (2012), su laureado álbum de debut (imposible olvidar aquel sensacional Lighting Bolt que lo inauguraba), y lo corrobora con Shangri La, su segundo paso.
Continuista del primero, en general. Algo menos inspirado, en particular. Y un con ligero ensanchamiento del registro de cuanto en cuando. Esa podría ser la lectura inicial de un Shangri La que, de nuevo, empieza nervioso apelando al Dylan del periodo 64-66 con la punzante fuerza electroacústica de There’s A Beast And We All Feed It. No es Lighting Bolt, no. Pero sí un buen arranque en un trabajo en el que Bugg destapa un registro vocal puntiagudo que, más allá de Dylan, lo emparenta en ocasiones con los Arctic Monkeys u Oasis. Sí, la trepidante What Doesn’t Kill You remite directamente a ese pop guitarrero y entrecortado de los primeros tiempos de la banda de Alex Turner. Y la empalagosa A Song About Love recuerda a aquel Liam Gallaguer inflado de modorra en la segunda mitad de los noventa.
Es ahí, en los terrenos más delicados, donde patina el disco invitando en ocasiones al bostezo. All Your Reasons, por ejemplo, se hace eterna en sus plomizos solos de guitarra. Menos mal que temas como Kingpin ofrecen la otra cara de un disco fluctuante en calidad, pero aprovechable, en su una de cal y otra de arena. Desecharlo resulta tan equivocado como ensalzarlo a lo superlativo.