Puede molestar la comparación a ciertos fans alérgicos a Bono & cia que nunca quisieron ver la obvia conexión entre ambas bandas, pero la escena evoca en su espíritu a los U2 de Acthung Baby! (1990). Las burbujeantes mentes de Arcade Fire han visto la necesidad de reinventarse para su nuevo disco, Reflektor. El revelador y ya clásico discurso de pop épico de Funeral (2004) se había ensanchado a lo grandioso con Neon Bible (2007) y comprimido lo más posible en The Suburbs (2010). Semeja que quedaba más por moldear sin repetirse y optaron por no hacerlo, buscando inspiración en la escena alternativa del momento. Si en 1990 los irlandeses miraron a los sonidos industriales y la burbujeante escena de aquel Manchester que exigía el mad, desde Montreal se han dirijido los ojos al baile a lo LCD Soundsystem (de hecho, produce James Murphy) o la revisión indie del afro-pop, todo ello quitando lastre solemne y dejándose llevar por cierta ligereza discotequera.
Nada malo en ello, en principio. El problema llega cuando el disco transcurre y el oyente tiene la sensación de que a Win Butler y sus muchachos les ha cegado el brillo de la bola de espejos, bajando de manera notable el listón de calidad acostumbrado. Sí, pese a los flashes que emitía la inicial Reflektor en su condición de adelanto -los mismos escalofríos, la misma fuerza, otro lenguaje, subidón, ¡fiesta!- lo cierto es que este excesivo doble álbum deja una cierto regusto a aventura fallida o, cuando menos, a trabajo que se queda a medio camino de su destino. Lo típico: en manos de otro sería un disco notable, pero en el currículo del que para muchos es el mejor grupo del momento surge más bien como un paso en falso. Cuestión de grandeza.
Ahogadas en un envoltorio mate y una producción quizá demasiado densa, las canciones se debaten entre mostrar sus virtudes melódicas o sus soluciones estilísticas. Y rara vez convencen plenamente en ninguno de los dos frentes. Al menos no como solían. Ahí está la pirotécnica Here Comes The Night Time subiendo y bajando velocidad en su evidente guiño a Diplo, la barroca Flashbulb Eyes al modo de un juguetón aleidoscopio caribeño o It’s Never Over buscando inspiración en la eterna modernidad de Bowie. Casi todo entretiene, pero nada se acerca a los (emocionantísimos) logros del pasado. Tampoco los temas más continuistas de su sonido como You Already Know o We Exist, dejando claro que, en efecto, la cosa puede recordar a aquellos U2 que fueron a renacer Berlin. Pero, lo dicho, solo en espíritu.
Porque seguimos sin encontrar aquí un The Fly. Tampoco un One. Ni mucho menos un Ultraviolet. La cosa más bien recuerda a aquellos Suede que quisieron hacer lo mismo con Head Music (1999) y a lo más que llegaron fue a dejar tres singles para el greatest hits junto a alguna pieza aislada. Así que queda disfrutar de ese ramillete (hay que sumar el nuevo sencillo, el potente Afterlife) y ponerle unas velas al santo favorito para que el siguiente paso de Arcade Fire no sea un A New Morning (2002) y todo se vaya al traste.
Vídeo de Reflektor, la pieza que abre el álbum
Lo has clavado!!
Reflektor trata de alcanzar cosas q no has mencionado nisiquiera en este artículo, lo cual en realidad explica todo lo q viene de ti. Interesante lectura de todas maneras.
Escucha el disco, los arreglos, la producción y lo actual. Como critico de críticos, te recomiendo que dejes de comparar el pasado con el presente, esta muy ajada esa cuestión. Acepta que el tiempo sucede.
Debes de ser el único periodista musical que ha puesto este álbum de Arcade Fire como el peor de ellos (la mayoría hablan de él como el mejor). Yo no sé si es el mejor o el peor, pero no me parece que hayan bajado el listón ni cambiado el sonido de forma tan radical como tú describes… De hecho aprecio un grado de cambio similar al que hubo con el Neon Bible.
Y comparar a Arcade Fire con Suede ya me parece la guinda de este artículo.