La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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(Concierto de El Canto del Loco, Coliseo A Coruña 3 de mayo. Grada superior).

Alba. Debe columpiarse entre los 15 y 16 años. Tiene el pelo liso, castaño y brillante, atado en coleta con una goma roja. El mismo rojo que sus pendientes, su estrecho cinturón y sus bailarinas. Lleva un pantalón vaquero pitillo y una blusa blanca. Va impecable, se sabe la más guapa del grupo. No le hace ni el más mínimo caso a los dos chicos que las acompañan. Se pasa todo el concierto grabando en el móvil las canciones, para tener un recuerdo. Le llama la atención que detrás esté un chico de treinta y pico de años con una libreta, que no se entera de nada y pregunta constantemente el nombre de las canciones.

Gemma está a su lado. También mira extrañada. Como son las dos únicas que van sin novio, hacen como un pequeño subgrupo dentro del grupo principal. Gemma no denota la misma seguridad que Alba. Parece que la necesita de como apoyo, que la ve como su mejor amiga, que va un poco a remolque de lo que ella haga.

María y Nuria están abrazadas a sus novios, ambos con una pequeña cresta, con una imagen algo parecida a la que tenía Fernando Torres hace un año. El de María la coge por la cintura y deja caer los dedos poco a poco. Nuría lo ve, y le levanta la mano. El hace como que no se entera y vuelve a la carga. El novio de María juega a la indiferencia.

El concierto transcurre y, desde atrás, parece que a las parejas no les interesa mucho el concierto. Siguen su particular conquista de centímetros corporales a golpe de dedos que se caen accidentalmente. Alba y Gemma sí. Celebran las canciones, saltan y aplauden.

Llega EL MOMENTO

El Canto del Loco tocan la canción que pone fin al recital, Una foto en blanco y negro. Alba y Gemma dan un brinco automático, se miran y se dan un abrazo enfervorizadas. “!Sí!, ¡sí!, !sí!”, gritan. Son un resorte, como si tuvieran un muelle en las piernas. Y, juntando las mejillas, cantan como si no existiera otra canción más en el mundo que ella. El salto en cuestión (me) conmueve.

Si fuera Milan Kundera, empezaría a escribir un libro a partir de ahí como hizo, en su día, con el gesto de Agnes en la piscina en La inmortalidad. Como no lo soy, dejo una simple entrada en el blog.