La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Las actuaciones en directo tienen mucho de acontecimiento. Existe un placentero nerviosismo previo a la celebración de un concierto que explica mejor que nada lo que es el pop y las reacciones que este genera en quien lo sigue. El fan se viste para la ocasión. Escucha en casa mientras se arregla el grupo que va a ver. Queda con los amigos. Hablan de música y de sus mil y una teorías de camino. Revisa el look en los escaparates mientras camina. Acude al bar cercano a la sala. Tocan cervezas, las copas para luego. Allí, por las pintas, se identifican a otros hermanos espirituales. Se ven camisetas de grupos, estéticas fuera de lo normal, aire excepcional.

El siguiente paso de la liturgia consiste en entrar en el local de la actuación. La oscuridad de club unida a la expectación genera una atmósfera envolvente. La música del disjockey, si este está un poco en la onda, acompaña. La gente se mira. Otros se evitan. Algunos hacen lo imposible por ser vistos. Y todos sienten esa tensión deliciosa, mientras los instrumentos brillan mudos en el escenario esperando escupir ruido celestial.

¡Quieto, parado! La escena descrita, sin embargo, forma cada vez más parte del pasado. ¿La culpa? La Ley Antitabaco y sus efectos secundarios. Sí, la costumbre de esperar fumando en la calle ha desbaratado una buena parte de maravilloso clima previo al inicio del concierto. Cada vez son más los grupos que arrancan el bolo sin nadie en la sala. El público se encuentra fuera. Fumando o acompañando al fumador. «¡Hey, que ya empezó el concierto!», se escucha a veces a los promotores. Y entre calada y calada se pierde un tramo inicial que, de verdad, no se debería perder.