En 1966 Brian Wilson era un genio con una obsesión: plasmar en un disco el sonido mágico que bullía en su cabeza. Al frente de The Beach Boys acaba de entregar Pet Sounds, el álbum que sus contemporáneos —entre ellos The Beatles— observaban maravillados como la Capilla Sixtina del pop. Pero quería ir mas allá. Quería llevar esa música juvenil a un estado superior y se embarcó en un proyecto tan ambicioso como suicida. Lo definió como «la sinfonía adolescente para Dios», lo tituló Smile y lo desarrolló en intempestivas sesiones de grabación. Al final, roto psíquicamente, lo abandonó. Y empezó la leyenda.
La reciente edición de The Smile Sessions permite a los fans acercarse 44 años después a aquella obra inconclusa. Antes se conocían muchas de sus canciones, tras ser repescadas en posteriores álbumes como Smiley Smile. También por el Smile que Brian Wilson grabó en 2004 ya como solista, retomando el proyecto primigenio. Y, claro, el inevitable pirateo. Pero hasta la fecha jamás se había podido acceder de manera oficial a los archivos originales de un modo tan amplio y cercano a cómo se ideó el álbum no editado más famoso de la historia.
El punto de partida de Smile se encontraba en Good Vibrations, el single en el que Wilson condensaría toda su creatividad estableciendo la gran cima de su carrera. Entonces, el compositor del grupo no salía de gira con The Beach Boys. Dos años antes había tenido una crisis nerviosa, abandonando los conciertos. Mientras sus compañeros se daban baños de masas, Wilson pasaba horas y horas en el estudio, maquinando nuevos retos en solitario. Tras el hito artístico de Pet Sounds, la nueva aventura pasaría por «un sonido espiritual blanco» con el que «transmitir vibraciones amorosas a la gente», según Wilson. Todo ello lo enmarcaría en una atmósfera de humor, ensalzando el poder curativo de la risa.
Sin embargo, la travesía no fue precisamente risueña. Presionado por el resto de la banda, que deseaba seguir tirando del éxito fácil, Wilson huyó hacia delante. Y emprendió un viaje en pos de la grandeza en la que abrazaba el pop con la pureza y dulzura de un niño que está descubriendo el mundo. Había que superar al Revolver de The Beatles y recurrió a Van Dyke Parks como letrista, los mejores músicos de Los Ángeles y los grandes estudios para desarrollar el método modular de construir canciones: hacer pequeñas piezas por separado, que luego encajaba con una complicadísima arquitectura.
Pero Wilson, que acompañó toda esta exploración con drogas, perdió el control y dejó aparcada la grabación. Poco después The Beatles editaron Sgt. Peppers reclamando el foco de la atención. La gran obra maestra de los sesenta se quedaba en un cajón.
Un puzzle a medio cerrar
En las sesiones de Smile Brian Wilson ordenó a los músicos ponerse cascos de bomberos. Quería darle el mayor realismo a la interpretación de una canción. En California se registraron varios incendios y pensó que él tenía la culpa. La cinta se creía perdida, pero ahora The Elements: Fire suena como el escalofriante reflejo de un autor coqueteando con la locura en pos de la creación. Sus mareantes dos minutos y medio elevan al oyente a algo tan imposible como la recreación musical del fuego. Se trata de vertiginosa bola de sonido que deja sin aliento y demuestra, una vez más, que sí, que Smile es un disco mítico por su gestación. Pero, sobre todo, por sus maravillosas canciones.
El paso por ellas no deja lugar a dudas. Las preciosas melodías de Wonderful y Wind Chimes, la ensoñación de Love To Say Dada y Child is The Father Of The Man o los cortes más accesibles como Heroes and Villains o Vegetables poseen una belleza fantasmagórica que conmueve totalmente. Perderse luego en las mil y una tomas de cada corte en la versión box-set (5 cedés que documentan una buena parte del proceso) será, a buen seguro, la siguiente parada del fan. ¿ A nadie de la apetece perderse por los mil y un capítulos de Good Vibrations?
Presentación del disco en California con el propio Brian Wilson y los fans deshaciéndose en elogios y agradecimientos hacia él