La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Peter Broderick
Sala Le Club, A Coruña. 10-12-2010

Le precedía la fama de su excelente actuación dentro del festival Move Lab del 2009 en Expocoruña y no defraudó. Es más, el pase dentro del formato sala realzó aún más si cabe la excelencia de este artista único. Cercana, a solo un palmo de distancia y oyéndola respirar, su música suena aún más bella y enredadora; su recorta y pega muestra todas las costuras ante el asombro general; y todo resulta infinitamente más emocionante.

Para el profano, decir que Broderick se podría situar en algún punto intermedio entre Nick Drake (por su fina sensibilidad folk), Bill Callahan (por el acabado mate de su propuesta) y Matt Elliott (por sus atmósferas místicas). Entre ese triángulo, surge un hombre orquesta que construye su edificio sonoros con loops (secuencia musical que se toca una vez, se graba y luego se repite en bucle) y alcanza cotas verdaderamente conmovedoras.

En menos de cinco minutos desbarató todos los miedos. Su propuesta exige silencio y —!milagro!— lo hubo. Por momentos, se podía escuchar el ruido de los cubos de hielo cayendo en los vasos de la barra, mientras cien personas asistían absortas a su lección de folk. Siempre sorprendente, Broderick tocó con guitarra, violín, piano y hasta un serrucho un repertorio ya familiar entre sus fans. Todo gana en directo. El clima amenazante de Not At Home mantiene en vilo hasta al final, pidiendo un aplauso liberador. Father Song, girando en círculos y subiendo en hermosura otoñal a cada vuelta, directamente embriaga. Y su particular hit, Bellow, se revela como una maravilla todavía más bonita que en disco.

Para entonces, Broderick ya había bajado del escenario, interpretando entre el público una pieza con violín. También había cantado a pleno pulmón sin microfonía. Y, manteniendo el equilibrio perfecto entre lo cerebral y lo emocional, se había metido a la gente en el bolsillo. Solo la recta final, un innecesario mano a mano junto a su telonero, Greg Haynes, deslució una actuación que dejó clara una cosa: Broderick no es ese artista aspirante a convertirse el favorito de alguien, sino que se presenta como una anomalía tan excitante como reivindicable.

Peter Broderick interpretando «Father Song»