La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Richard Hawley. Ciclo Xacobeo Importa
A Coruña Teatro Rosalía de Castro. 14-2-2010

Richard Hawley no es, desde luego, ese artista por el que suspiran los políticos para mostrar su gestión a los medios. Tampoco el que provoca colas kilométricas o genera antetítulos periodísticos sobre sus excentricidades. Richard Hawley es simplemente un esteta del rock, un mitómano de los cincuenta que sigue pensando que una canción de Roy Orbison y un ramo de flores siguen siendo la mejor manera de decir «Te quiero». Es decir, Hawley supone un anacronismo, un desfase temporal de tupés, trajes a medida y guitarras de época que —¡sorpresa!— ha encantado a las nuevas generaciones y —¡más sorpresa aún!— se ha colado en la programación del Xacobeo.

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Inaugurando los conciertos del 2010 del ciclo Xacobeo Importa (en marzo vendrán Yo La tengo y Joan Baez), el músico de Sheffield llenó un teatro Rosalía de Castro cuyo aforo se había agotado con varios días de antelación. Y lo hizo en un día hecho a medida, el de San Valentín. De hecho, a la quinta canción interpeló a la audiencia por si habían correspondido a sus parejas con algún regalo. «Yo le envié un ramo de flores a mi mujer», dijo orgulloso. Y se le creyó, claro, porque su música va de eso: de querer, de ser querido y de echar de menos ese flujo de amor cuando se evapora sin remisión y no queda más remedio que darle a la cantinela rocker.

Todo ello lo trasladó a una actuación capitaneada por el notable, Truelove´s Gutter, su último disco hasta la fecha. Oscuro y algo nebuloso en estudio, sorprendió en directo por el brillo que lucieron canciones como As The Dawn Breaks o Ashes On the Fire. En ellas la audiencia podía escuchar como las púas iban deslizándose cuerda a cuerda con una claridad espectacular.

Pero el público quería clásicos. Y Hawley los fue soltando a cuentagotas. Primero, dulce con Lady Solitude. Luego, épico con Valentine. Y, finalmente, con enredadora calidez apelando a Hotel Room. Ahí, con las cartas echadas, estaba claro que los de la sonrisa tonta ya estaban en el bolsillo y a los escépticos —la gran pregunta era ¿es legítimo que yendo de años cincuenta lleve las cuerdas de su música enlatadas? — quizá les haría falta un plus. Este llegó con Oh My Love, una preciosa pieza en la que acaricia con voz rasgada el espíritu que hizo a Roy Orbison el roquero más adorable de la historia.

Ahí arañó de verdad y dejó el camino abierto para que Don´t You Cry pusiera el punto y seguido. Y la célebre The Ocean el final. Todo, por supuesto con mucho love.

Foto: Xavier Valiño