La Voz de Galicia
Girando en círculos sobre la música pop
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Existen dos historias del rock: la que llega hasta el 77 y la que arranca justamente desde ahí. En la primera parece existir consenso al respecto: los Stones, los Byrds y Jimi Hendrix con clásicos, y pese a todos los malditos que se quedaron por reconocer, la justicia prevalece. En la segunda, sin embargo, nada es lo que parece, lo más conocido y radiado rara vez suponía lo mejor. En los ochenta, mientras Dire Straits, Simple Minds y Spandau Ballet sonaban en las radios de medio mundo, el subsuelo ardía. Se anunciaba la explosión que llegaría años después.

Uno de aquellos no-hits era Never Understand de Jesus and Mary Chain. Pasión, mitomanía y nihilismo en una cápsula que nacía de espaldas a todo, que es la única manera de hacerse fuerte cuando eres un joven aterrorizado y totalmente inseguro. Fueron nuestros Sex Pistols particulares, nuestra Velvet Undeground en tiempo real, la banda que sonaba tan auténtica que te comprabas su camiseta y te hacías fan a muerte. Por ello (como en el caso de los Pixies, por ejemplo) molesta tanto verlos ahora por los escenarios de los festivales, sin más espíritu que el recaudatorio recogiendo unas rentas que, en efecto, les pertenecen, pero que mancillan la leyenda de una banda cuyos cinco primeros álbumes posiblemente aún no hayan sido lo suficientemente valorados.

Never Understand cuando había magia verdadera