La Voz de Galicia

Puestos a reformar…

Columna en el último Nuestro tiempo, que empieza así:

Al salir del aparcamiento por la noche tropecé con un escritor amigo que entraba. Yo iba para mi casa y él venía de dar una conferencia de la que apenas hablamos porque estaba interesado en otra cosa que le abrumaba: anda empeñado en rehabilitar una vivienda en el casco antiguo de una ciudad próxima. Me dijo que la crisis de la construcción se debería a muchos factores, pero también a que ya no se trabaja con el cuidado, el mimo y la calidad de otros tiempos. La afirmación podría provenir de alguien que supera los setenta años, pero mi amigo apenas llega a los cuarenta y fue albañil e hijo de albañil: “Mi padre trabajaba mucho y cobraba poco, pero tenía un sentido de responsabilidad y de orgullo sobre lo que hacía”. Así que cuando se queja de los gremios

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La conspiración del silencio

Publicado en el último Nuestro Tiempo, arranca así:

Es médico y dice que no tiene fe, pero que la tuvo y que le gustaría volver a tenerla. A veces lo tomo a broma y le discuto que la haya perdido o, según las ganas de meterme con él, que quiera recuperarla. Después de comprobar en muchas conversaciones que ambas bromas le molestan mucho y casi por igual, las he abandonado definitivamente. Pero insiste en explicarme de nuevo cuál fue el origen del cambio, por qué ahora desea tener fe: la muerte de algunos enfermos particularmente creyentes. Dice que “saben morir serenamente”, con alegría incluso, que le emocionan, que entienden mejor la muerte, quizá, porque entienden mejor la vida. Habla en particular de una mujer, muy conocida. Pero siempre que ocurre de nuevo con otros, me lo vuelve a contar. Se encocora hasta la rabia, sin embargo, cuando advierte  que

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Pobre indignación justa

La columna de noviembre-diciembre en Nuestro Tiempo:

La palabra ‘indignación’ y sus amigas culebrean por el diccionario hasta desembocar en la voz ‘indignidad’ y todo su parentesco. Parece que nada tienen que ver, salvo esa promiscuidad ortográfica, si bien al fondo de la ‘indignidad’ surge una última acepción que apunta al mismo significado que ‘indignación’: “Enojo, ira”. Quizá conecte con que la indignación, aunque el diccionario lo calle, funciona como una especie de respuesta a la indignidad o a los crímenes contra la dignidad.

(sigue aquí)

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Optimista es el que quiere

Así comienza la última columna en Nuestro Tiempo. Se publicó hace ya semanas, pero…

Cuando, como esta mañana, me cuesta ser optimista, pienso en mi padre. Sé de una vez que lloró. Lo sé por mi madre, que me lo dijo un tiempo después. Seguro que lloró otras veces, porque no le faltaron motivos graves, pero tengo que esforzarme mucho para recordarle sin su sonrisa medio pícara. Lo consigo si, por ejemplo, pienso en su concentración la hora de leer el periódico o mientras hacía cuentas, es decir, logro verlo serio si lo imagino solo y trabajando. Pero si estaba con alguien, salvo discusiones menores, sonreía. De entrada, sonreía al desconocido, al familiar, al que no entendía –porque oía mal, era casi completamente sordo desde poco antes de cumplir los cuarenta. Sin embargo, vivía y se movía como si oyera, sin rastro de susceptibilidades  ni amarguras ni sospechas, quizá

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Señoriño

La columna en el último número de Nuestro Tiempo. Empieza así:

A la iglesia de Santa Lucía, una de las pocas con torre y campanas que quedan en el centro de La Coruña, se accede por una escalera breve, seis o siete peldaños, en la que suelen alinearse a izquierda y derecha los mendigos. Hasta hace poco eran mendigos locales que fueron desalojados con amenazas por un grupo de mendigas extranjeras y profesionalizadas. Por lo visto, la ubicación de cada quién tiene su relevancia y su prestigio, aunque no he conseguido saber si estar a la derecha o a la izquierda, más arriba o más abajo en las escaleras es mejor o peor. Los feligreses suben regateándolos, también dialécticamente, porque dicen de todo con argumentos que varían no ya de semana en semana, sino incluso de un minuto para el siguiente. Prefieren a los mayores por razones obvias: basta

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Luna retrasada

Columna en Nuestro Tiempo que me olvidé de colgar aquí. Quizá no me dio tiempo. Empieza así:

Escribo a primeros de febrero, en un sábado que amaneció frío y con una niebla pegajosa que se agarraba al mar, al asfalto y a las casas. Cuando el día viene así, para animarnos, decimos: “¡Esto levanta!” Sin comprobarlo en el periódico, fui a buscar a mi hermano y marchamos hacia la finca de un amigo.

La niebla se iba deshilachando por los bordes de la carretera y se replegaba poco a poco y en desorden hacia las cimas de los montes. Cuando llegamos, había un sol tibio y tímido, apocado. Pero pudimos percibir que la finca ya no olía a invierno: “Aunque la luna viene retrasada”, dijo nuestro amigo, “ya se siente la primavera: está todo explotando, escachando, como dicen aquí”. Una hilera de mimosas amarilleaba detrás de la casa, que hoy

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