La Voz de Galicia

La Universidad de Chicago acaba de recibir a sus nuevos alumnos con una carta que alegra leer, dedicada a insistir en uno de los rasgos característicos de la universidad: la libertad de investigación y de expresión para todos los miembros de la comunidad académica. Lamentablemente, no puede darse ya por sentada ni la libertad de cátedra ni la libertad de expresión en los campus. Así que animan a los nuevos estudiantes al debate, a la discusión e incluso al desacuerdo, aunque resulte incómodo, porque el libre intercambio de ideas fortalece la propia idea de universidad, la hace posible.

Por eso, advierten, no aceptarán los llamados trigger warnings (avisos sobre contenidos que pueden herir la sensibilidad), no dejarán de invitar conferenciantes porque puedan causar controversia ni permitirán «espacios seguros» donde resguardarse de opiniones contrarias a las propias. Como pueden imaginar, todo esto se refiere a la dictadura de la corrección política y ha provocado respuestas airadas, que tienden a justificar la censura como defensa de las minorías. Algo que en la universidad, más que en ningún otro sitio, carece de sentido.

Como muy bien dice la declaración que la Universidad de Chicago aprobó en el 2015: «Las ideas de los diferentes miembros de la Universidad pueden entrar a menudo y de un modo natural en conflicto. Pero no corresponde a la Universidad tratar de defender a los individuos de ideas y opiniones que ellos consideran inoportunas, desagradables o incluso profundamente ofensivas». Al contrario, diría yo: corresponde a la universidad formar personas maduras capaces de dialogar sin miedo con ideas contrarias, respetando siempre a las personas.

La Voz de Galicia, 27.agosto.2016