La Voz de Galicia

IVA libre de impuestos

Columna en la última página de Nuestro Tiempo, publicada hace unas semanas. Empieza así:

Hace unas semanas tuve que acompañar a mi padre, que oye poco, a una entrevista con un maderero. Se trataba de cerrar la venta de una partida de eucaliptos que mi padre plantó hace veinte años en un monte heredado. El asunto me preocupaba porque él se toma estas cosas muy a pecho y la última vez que vendió madera tuvo que pasar por el hospital. Encontramos al hombre en un restaurante de carretera. Esperaba ya cuando llegamos. Tenía aspecto de viejo indiano en blanco y negro: cabeza rectangular y pálida, pelo abundante y cano peinado hacia atrás, gafas de pasta negra, ojos pequeños y vivos, camisa blanca, corbata estrecha jaspeada en granates muy apagados  y un abrigo gris marengo que no se quitó. Andaría por los setenta. Se levantó para saludarnos, muy amable, lanzó

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Notas al margen

Me olvidé de incluir aquí la última columna en Nuestro Tiempo. Empieza así:

Me parece que era Steiner quien decía que para leer hacen falta dos cosas: silencio y un lápiz. Los libros que se pueden leer sin silencio o que no impelen a la nota al margen, al subrayado, a la acotación de una idea, al garabateo de una réplica, una queja o una expresión de entusiasmo son libros de consumo, como diría C. S. Lewis: libros que se usan como los helados o los caramelos, los pañuelos de papel o los vasos de plástico. Es decir, son libros que no incitan al diálogo, a la conversación, que no te revuelven la cabeza, que no enredan con tus estereotipos y prejuicios. Acabo de leer uno de Adam Zagajewski, titulado En defensa del fervor, que ha quedado exhausto, el pobre, de notas al margen y subrayados

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Ay, ay, ay

La columna que publico en el último Nuestro Tiempo. Termina así:

«La farmacéutica es  una industria clave en nuestro sistema, y no sólo en el económico. Sin embargo, una parte de este sector ha demostrado muy pocos escrúpulos en el último medio siglo. Quizá fueron los primeros en entender a fondo las ventajas de una acertada comunicación estratégica, y como consecuencia, más que a la promoción directa de sus productos, se han orientado a la intervención en el discurso cultural. Para ello han recurrido a muy diversos procedimientos: desde la creación de lobbies con apariencia de institutos de investigación hasta la financiación de sociedades médicas.

Nadie lo dice, pero el alarmismo demográfico característico de los años setenta, ochenta y parte de los noventa tiene ese origen, con la ventaja de que encajaba bien con las llamadas posiciones “progresistas” en materia de moral. Todavía guardo un editorial publicado por El

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Ver y leer

La columna en Nuestro tiempo, correspondiente al número de julio-agosto:

Ver y leer

Me dice alguien, sorprendido, que el grupo humano que más lee son los ciegos. Por otro lado, según un informe muy minucioso, resulta que la evaluación de los experimentos más avanzados sobre el uso de ordenadores en la escuela alcanza la unanimidad en un punto: las nuevas tecnologías no mejoran los resultados académicos en ningún caso. Se trata de experiencias realizadas en varios países y con un despliegue de medios abrumador. Al mismo tiempo, y en el mismo informe, se afirma que el aprovechamiento académico de los niños depende muy directamente del número de libros que tengan en sus casas. Los cacharros tecnológicos en casa también ayudan, aunque sobre todo ayudan a jugar.

(… ver artículo completo)

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Miguel Delibes in memoriam

(El blog desapareció misteriosamente durante 7 horas y, ahora que ha sido devuelto al aire ha desaparecido el enlace a la última edición de Nuestro Tiempo. No funcionan, por tanto, los enlaces. Al menos, de momento)

Publiqué este artículo sobre Miguel Delibes en el último número de Nuestro Tiempo.

Se me escaparon, al menos, tres errores que me avergüenzan: le llamo César Antonio a César Alonso de los Ríos, digo que algo fue en jueves cuando ocurría los viernes y, sobre todo, recuerdo el gesto de Delibes separándose la chaqueta para enseñarme dónde debería llevar la bolsa que, de hecho, nunca quiso llevar. Hizo el gesto, pero la bolsa no estaba. Los otros dos son casi erratas, pero este último me duele mucho, porque es una ocasión perdida para mostrar  con otro detalle la indomable personalidad del escritor.

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